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– No sabemos qué es – dijo el de la voz nasal.

– No es una vampira, Kelvin. Eso lo sabemos.

– Quizá sea una cambiante que se transforma en pájaro, o algo así, Hod.

– ¿Pájaro? -El bufido de incredulidad reverberó por la oscura casa. Hod podía ser muy sarcástico.

– ¿Viste las orejas de ese tipo? Eso sí que era increíble. En estos tiempos no se puede descartar nada -recomendó Kelvin a su compañero.

¿Orejas? Estaban hablando de Dermot. ¿Qué le habían hecho? Era la primera vez que pensaba que le podría haber ocurrido algo a mi tío abuelo.

– Sí, ¿y? Seguro que es uno de esos empollones aficionados a la ciencia ficción. -Hod no parecía prestar mucha atención a lo que estaba diciendo. Oí que abrían puertas de armarios. Imposible que me escondiese allí.

– Qué va, tío. Estoy seguro de que eran reales. No tenía cicatrices ni nada. Quizá debí quedarme con una.

¿Quedarse con una? Me estremecí.

Kelvin, que estaba más cerca de la despensa que Hod, añadió:

– Subiré a comprobar las habitaciones. -Oí el ruido de sus pasos alejarse, el distante crujido de las escaleras, pasos amordazados por las alfombras de la planta alta. Supe dónde estaba en cuanto lo tuve justo encima, en el dormitorio principal, donde dormía cuando estaba con Bill.

Con Kevin ausente, Hod se dedicó a ir de un lado para otro, aunque no me pareció que pusiera demasiado empeño en encontrarme.

– Vale…, aquí no hay nadie -anunció Kelvin al regresar de la antigua cocina-. ¿Por qué habrá una bañera caliente en la casa?

– Hay un coche fuera -apreció Hod, pensativo. Su voz estaba mucho más cerca, justo al otro lado de la puerta secreta. Estaba pensando en regresar a Shreveport y darse una ducha caliente, ponerse ropa seca y puede que hacer el amor con su mujer. En eso capté más detalles de los que me hubiesen gustado. Puaj. Kelvin era más prosaico. Quería recibir el pago, así que deseaba entregarme. ¿A quién? Maldita sea, no estaba pensando en eso. Se me hundió el corazón, aunque hubiese jurado que ya lo tenía a los pies. Mis pies desnudos. Menos mal que me había pintado las uñas. ¡Irrelevante!

Una brillante luz se dibujó de repente a lo largo de la hendidura de la puerta secreta, la escotilla o comoquiera que Bill la llamase. Habían encendido la luz de la despensa. Me quedé quieta como un ratoncillo, esforzándome por respirar superficial y silenciosamente. Me pregunté cómo se sentiría Bill si me matasen justo a su lado. ¡Irrelevante!

Pero algo sentiría.

Oí un crujido y supe que uno de los hombres estaba justo encima de mí. Si hubiese podido desconectar mi mente, lo habría hecho. Era tan consciente de la vida en otras mentes que me costaba creer que la detección no fuese recíproca, sobre todo si se trataba de una tan nerviosa como la mía.

– Aquí sólo hay sangre -dijo Hod, tan cerca que di un respingo-. De esa embotellada. ¡Eh, Kelvin, esta casa debe de pertenecer a un vampiro!

– Eso da igual mientras siga dormido. A lo mejor es una tía. Eh, ¿nunca te lo has hecho con una vampira?

– No, ni quiero. No me gustan los muertos. Bueno, la verdad es que algunas noches Marge no es mucho mejor.

Kelvin se rió.

– Más vale que no te oiga decir eso, hermano.

Hod rió también.

– Descuida.

Y salió de la despensa. No apagó la luz. ¡Maldito capullo derrochador! Estaba claro que a Hod le importaba un pimiento que Bill supiese que alguien había estado allí. Era un idiota integral.

Y Bill se despertó. Esta vez estaba un poco más alerta. En cuanto noté que se movía, salté sobre él y le puse una mano en la boca. Sus músculos se tensaron y no tuve tiempo de pensar siquiera: «¡Oh, no!» antes de que me oliera y me reconociera.

– ¿Sookie? -dijo en voz baja.

– ¿Has oído algo? -preguntó Hod sobre mi cabeza.

Se produjo un largo instante de atenta escucha.

– Shhh -susurré al oído de Bill.

Una fría mano recorrió mi pierna. Casi pude sentir la sorpresa de Bill -otra vez- al darse cuenta de que estaba desnuda… otra vez. Y también supe que, en cuanto escuchó la voz sobre nuestras cabezas, todos sus sentidos se pusieron alerta.

Bill estaba atando los cabos. No sabía a qué conclusión estaba llegando, pero sabía que teníamos un problema. También sabía que había una mujer medio desnuda encima de él y se le crispó otra cosa. Exasperada a la par que divertida, tuve que apretar los labios para no dejar escapar una risita. ¡Irrelevante!

Y entonces, Bill volvió a dormirse.

¿Es que el maldito sol no pensaba ocultarse nunca? Sus idas y vueltas me estaban poniendo de los nervios. Era como salir con alguien con la memoria de un pez.

Y se me había olvidado escuchar con atención y seguir con mi miedo.

– No, no oigo nada -dijo Kelvin al fin.

Recostada sobre mi involuntario anfitrión era como hacerlo sobre un frío cojín de pelo.

Y una erección. Por lo que parecía ser la décima vez, Bill se había despertado.

Resoplé en silencio. Bill estaba completamente despierto. Me rodeó con sus brazos, pero con el caballeroso tino de no explorar mi cuerpo, al menos de momento. Ambos escuchábamos; él oyó a Kelvin hablar.

Finalmente, dos conjuntos de pisadas cruzaron el suelo de madera y oímos cómo se abría y se cerraba la puerta principal. Me desplomé de alivio. Bill me cogió con más fuerza entre sus brazos y rodó para colocarse sobre mí.

– ¿Es Navidad? -preguntó, apretándose contra mí-. ¿Eres un regalo de anticipo?

Reí, pero no acabé de responder.

– Lamento la intrusión, Bill -dije en voz muy baja-. Pero me estaban persiguiendo. -Le expliqué lo acontecido muy resumidamente, contándole dónde había dejado mi ropa y por qué. Noté que su pecho se agitaba ligeramente y supe que reía en silencio-. Estoy muy preocupada por Dermot -dije. Hablaba prácticamente en un susurro, lo que, sumado al ambiente oscuro, propiciaba una atmósfera íntima, por no decir nada de la amplia superficie de piel que teníamos en contacto.

– Hace un rato que estás aquí abajo -señaló Bill, con la voz normal.

– Sí.

– Voy a salir para asegurarme de que se han ido, ya que no me vas a dejar «abrir» antes -anunció. Tardé un momento en comprender. Me sorprendí sonriendo en la oscuridad. Bill se apartó dulcemente de mí y vi su pálida silueta moverse en silencio a través de la oscuridad. Tras escuchar un segundo, abrió la escotilla. Una intensa luz eléctrica inundó el hueco. Fue tal el contraste que me vi obligada a cerrar los ojos para acostumbrarme. Cuando lo conseguí, Bill ya se había deslizado en la casa.

No oí nada, por mucho que fuera el empeño que puse en escuchar. Me cansé de esperar (sentía que llevaba una eternidad escondida), así que salí por la escotilla con mucha menos gracia y más ruido que Bill. Apagué las luces que Hod y Kelvin habían dejado encendidas, al menos porque la luminosidad me hacía sentir el doble de desnuda. Oteé cuidadosamente por la ventana del comedor. Era difícil asegurar nada con esa oscuridad, pero tenía la sensación de que los árboles ya no se agitaban al viento. Seguía lloviendo con la misma fuerza. Vi un relámpago al norte, pero nada de secuestradores o cuerpos que no tuviesen nada que ver con el terreno anegado.

No parecía que Bill tuviera prisa alguna en volver para decirme lo que estaba pasando. La vieja mesa del comedor estaba cubierta por una especie de mantel con flecos. Decidí usarlo para taparme. Esperaba que no fuese ninguna reliquia familiar de los Compton. Tenía agujeros y un generoso patrón floral, así que tampoco me inquietaba demasiado.

– Sookie -dijo Bill a mi espalda. Me volví con un respingo.

– ¿Te importaría no hacer eso? -lo recriminé-. Ya he tenido bastantes malas sorpresas por hoy.

– Lo siento -contestó. Tenía un trapo de cocina en la mano y se estaba secando el pelo-. He entrado por la puerta de atrás. – Aún estaba desnudo, pero sentí que sería ridículo hacer ninguna observación al respecto. Lo había visto así muchas veces. Me miraba de arriba abajo con cierta expresión de perplejidad en la cara.