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– Sookie -dijo-. ¿Por qué llevas puesto un mantel?

CAPÍTULO 12

– Tienes las dos orejas -le aseguré, sintiendo una oleada de alivio que casi me caigo. Le toqué las puntas suavemente para que estuviese seguro.

– ¿Y por qué no iba a tenerlas? – Dermot estaba confuso, y a tenor de la pérdida de sangre que había sufrido, era de lo más comprensible-. ¿Quién me atacó?

Lo miré hacia abajo, incapaz de decidir qué hacer. Tuve que hacer de tripas corazón. Llamé a Claude.

– Teléfono de Claude -dijo una voz profunda que atribuí a Bellenos, el elfo.

– Bellenos, soy Sookie. No sé si me recuerdas, pero estuve allí el otro día con mi amigo Sam.

– Sí -contestó.

– Mira, alguien ha atacado a Dermot y está herido. Necesito saber si debo o no debo hacer algo a un hada herida. Cosas al margen de lo que se haga con humanos normales.

– ¿Quién le ha hecho eso? -la voz de Bellenos era más agresiva.

– Dos humanos que irrumpieron en la casa buscándome a mí. Yo no estaba, pero Dermot sí. Estaba con una lijadora y no los oyó llegar. Al parecer, lo han golpeado en la cabeza, pero no sé con qué.

– ¿Se ha detenido la hemorragia? -preguntó. Podía oír la voz de Claude de fondo.

– Sí, la sangre está seca.

Se produjo un zumbido de voces al otro lado, mientras Bellenos consultaba con varias personas, o al menos eso parecía.

– Voy para allá -anunció Bellenos al fin-. Claude me ha dicho que en este momento no es bienvenido en tu casa, así que iré en su lugar. Será agradable salir un poco de este sitio. ¿No hay más humanos aparte de ti? No podría pasar.

– Nadie más, al menos por ahora.

– Llegaré pronto.

Transmití esa información a Dermot, que simplemente estaba perplejo. Me repitió un par de veces que no comprendía por qué estaba en el suelo y empecé a preocuparme por él. Al menos parecía cómodo.

– ¡Sookie! -Antes de que se pusiera a llover, Dermot había abierto las ventanas para airear mientras lijaba. Oí a Bill claramente.

Me acerqué a la ventana tambaleándome un poco.

– ¿Cómo está Dermot? ¿Cómo puedo ayudar?

– Lo has hecho de maravilla -respondí con toda sinceridad-. Uno de los feéricos de Monroe está en camino, Bill, así que mejor será que vuelvas a tu casa. Cuando se seque mi ropa, ¿te importaría dejarla en las escaleras de atrás cuando haya dejado de llover? O, si las dejas en tu porche, puedo ir yo a recogerla.

– Siento que te he fallado -dijo.

– ¿Por qué dices eso? Me diste un lugar en el que esconderme, despejaste mi camino y registraste la casa para que nadie volviese a atacarme.

– No los maté -se lamentó-. Me hubiese gustado hacerlo.

La verdad es que esa afirmación no me alteró. Empezaba a acostumbrarme a las aseveraciones drásticas.

– Eh, no te preocupes -lo tranquilicé -. Alguien acabará haciéndolo si siguen realizando estas cosas.

– ¿Imaginas quién ha podido contratarlos?

– Me temo que no. -Y lo lamentaba sobremanera-. Iban a amordazarme y a meterme en algún vehículo para llevarme a alguna parte. -No había visto el vehículo en cuestión en sus pensamientos, así que esa parte había quedado ofuscada.

– ¿Dónde estaba aparcado?

– No lo sé. No llegué a verlo. -No había tenido mucho tiempo para pensar en ello.

Bill me miró con añoranza.

– Me siento inútil, Sookie. Sé que necesitas ayuda para bajarlo por las escaleras, pero no me atrevo siquiera a acercarme.

Bill volvió la cabeza a una velocidad que me hizo parpadear. Luego ya no estaba.

– Estoy aquí -llamó una voz desde la puerta trasera-. Soy Bellenos, el elfo, vampiro. Dile a Sookie que estoy aquí para ver a mi amigo Dermot.

– Un elfo. Hace más de un siglo que no veo a uno de los tuyos. – Oí que decía la voz de Bill, mucho más débil.

– Y no volverás a ver a uno en otro siglo -respondió la profunda voz de Bellenos-. No quedamos muchos.

Bajé otra vez las escaleras, tan rápido como para no caerme y romperme el cuello. Quité el pestillo de la puerta trasera y luego la del porche. Vi al elfo y al vampiro a través del cristal.

– Ya que has venido, creo que yo me voy -dijo Bill-. No seré de ninguna ayuda.

Estaba fuera, en el jardín. La dura luz de seguridad montada sobre el poste lo hacía parecer más pálido de lo habitual, realmente de otro mundo. La lluvia se había reducido a unas gotas pero el aire estaba saturado de humedad. No pensaba que fuese a contenerse por mucho más tiempo.

– ¿Intoxicación feérica? -dijo Bellenos. Él también estaba pálido, pero nadie podía competir en ese terreno con un vampiro. Las pecas marrón oscuro de Bellenos se antojaban como diminutas sombras en su cara, y su liso pelo parecía de un castaño más oscuro-. Los elfos huelen distinto que las hadas.

– Tienes razón -contestó Bill, y noté la creciente distancia en su voz. El olor de Bellenos parecía repeler al menos a un vampiro. Quizá podría imbuir a mi tío abuelo del olor de Bellenos para protegerlo de los vampiros. Oh Dios, tenía que pensar qué iba a hacer con respecto a la reunión con Eric y Pam.

– ¿Habéis terminado con las observaciones? -critiqué-. Porque a Dermot le vendría bien un poco de ayuda.

Bill se desvaneció en el bosque y yo abrí la puerta al elfo. Me sonrió y me costó no torcer el gesto al contemplar esos largos dientes puntiagudos.

– Adelante -lo invité, aunque sabía que podía hacerlo sin invitación.

Mientras lo guiaba a través de la cocina, su mirada se paseó arriba y abajo con curiosidad. Me arrebujé en la mantilla mientras lo precedía por las escaleras, esperando que Bellenos no mirase demasiado. Cuando llegamos al desván, antes de que pudiera decir nada, el elfo se había arrodillado junto a Dermot. Tras una rápida inspección, Bellenos lo puso de lado para echar un vistazo a la herida. Los curiosos y sesgados ojos marrones miraban con seriedad a su amigo herido.

Bueno, quizá me había mirado un poco los hombros desnudos.

Bueno, más que un poco.

– Tienes que taparte -dijo Bellenos repentinamente-. Demasiada piel humana expuesta para mí.

Vale, lo había malinterpretado del todo. Menudo corte. Del mismo modo que Bill había sido repelido por el olor de Bellenos, Bellenos se sentía repelido por mí.

– Será un placer poder vestirme con ropa de verdad, ahora que hay alguien cuidando de Dermot.

– Bien -convino Bellenos.

Tan rudo como pudo haberlo sido Claude, Bellenos se puso a lo suyo. Era casi entretenido de observar. Le pedí que llevara a Dermot al cuarto de invitados de la planta baja. Fui delante para asegurarme de que la habitación estaba bien. Tras echar un vistazo y comprobar que la colcha cubría las sábanas, me aparté a un lado para que Bellenos, que transportaba a Dermot con la facilidad de quien lleva a un niño, pasase. Aun así, su envergadura le dio algún que otro problema en la estrechez de las escaleras.

Mientras Bellenos depositaba a Dermot en la cama, corrí a mi habitación para vestirme. No sabéis el alivio que me supuso quitarme la mantilla de los flecos y los motivos florales para ponerme unos vaqueros (largos, en deferencia a la aversión de Bellenos por la piel humana). Hacía demasiado bochorno como para pensar en una camiseta de manga larga, pero al menos cubrí mis ofensivos hombros con una de manga corta a rayas.

Dermot estaba totalmente consciente cuando volví para ver cómo se encontraba. Bellenos se arrodillaba junto a la cama, acariciando el pelo dorado de mi tío abuelo y hablándole en un idioma que no conocía. Dermot estaba alerta y lúcido. El corazón me dio un salto de alegría cuando incluso se permitió mostrarme una sonrisa, si bien era apenas una sombra de su expresión habitual.