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– No te han hecho daño -dijo, claramente aliviado-. Hasta el momento, sobrina, parece que vivir contigo es más peligroso que quedarme con los míos.

– Lo siento mucho -me disculpé, sentándome en el borde de la cama y tomándole la mano-. No sé cómo han podido entrar en casa con las protecciones mágicas activadas. Se supone que la gente que me quiere hacer daño no debería poder entrar, esté yo en casa o no.

A pesar de su pérdida de sangre, Dermot se ruborizó.

– Ha sido culpa mía.

– ¿Qué? -Lo miré de hito en hito-. ¿Por qué dices eso?

– Era magia humana -explicó, rehuyendo mis ojos-. Tu amiga bruja es bastante buena para ser humana, pero la magia feérica es mucho, mucho mejor. Así que reconstituí sus conjuros con la intención de poner los míos justo después de lijar el suelo.

No sabía qué decir.

Se produjo un incómodo instante de silencio.

– Será mejor que nos centremos en tu cabeza -dije bruscamente. La limpié un poco más y apliqué antibiótico tópico en la herida. Tenía claro que no iba a intentar cosérsela, aunque creía que alguien debería hacerlo. Cuando mencioné los puntos, ambos feéricos parecieron asqueados por la idea. Así que me limité a colocarle unos vendajes sobre la herida para mantenerla cerrada. No se me ocurrió nada mejor.

– Ahora le trataré -indicó Bellenos. Me alegró que pretendiese hacer algo más activo que transportar a Dermot por las escaleras hasta la cama. No es que no hubiese sido de utilidad, pero, de alguna manera, esperaba más-. Por supuesto, sería ideal contar con la sangre de quien le agredió, y quizá podamos hacer algo al respecto, pero por ahora…

– ¿Qué harás? -Tenía la esperanza de observar y aprender.

– Respiraré en él -dijo, como si fuese una estúpida por no saber algo tan elemental. Mi asombro lo dejó perplejo. Se encogió de hombros, como si fuese demasiado ignorante para sus palabras -. Puedes mirar, si quieres. -Miró a Dermot, quien asintió y esbozó una ligera sonrisa.

Bellenos se estiró en la cama junto a Dermot y le dio un beso.

La verdad es que nunca se me habría ocurrido curar una herida en la cabeza de esa manera. Si mi falta de conocimiento sobre los feéricos había sido una sorpresa para él, esto lo había sido para mí.

Al cabo de un momento entendí que, si bien sus bocas estaban unidas, el elfo estaba insuflando aire en los pulmones de Dermot. Tras separarse y tomar otra bocanada, Bellenos repitió el proceso.

Traté de imaginar a un médico tratando a su paciente de esa manera. ¡Demanda al canto! Aunque saltaba a la vista que no había ningún componente sexual (bueno, no explícitamente), era un método demasiado personal para mi gusto. Quizá era buen momento para limpiar. Recogí las gasas y los vendajes para llevarlos al cubo de basura de la cocina y, a solas, me tomé un momento para sentirme molesta.

Sí, quizá la magia feérica fuese de lo mejor del mundo, pero ¡si se ponía en uso! Puede que los conjuros de Amelia fuesen humanos, y por lo tanto inferiores, pero ya estaban en uso para protegerme. Hasta que Dermot los desactivó y me dejó con el trasero al aire.

– Capullo -murmuré, y pasé el estropajo por la encimera con tal fuerza que habría matado a los gérmenes por pura presión. Era todo lo enfadada que me podía sentir, ya que el sentido de superioridad de Dermot había conducido a que sufriera una grave herida.

– Está reposando y se está curando. Muy pronto tendremos que hacer algunas cosas, él y yo -anunció Bellenos. Se había colado en la cocina detrás de mí con increíble sigilo. Disfrutaba verme dar respingos. Rió, lo cual me resultó extraño, ya que lo hizo con la boca bien abierta, como si estuviese jadeando. Su risa era más bien un «ji, ji, ji, ji» prolongado que una carcajada humana.

– ¿Puede moverse? -Estaba encantada, pero también sorprendida.

– Sí -dijo Bellenos -. Además, me ha comentado que más tarde recibirás la visita de unos vampiros y de todos modos debería estar en otra parte.

Al menos Bellenos no me había amonestado por mis visitas ni me había pedido que anulase mis planes para acomodar la recuperación de Dermot.

Sopesé la posibilidad de llamar a Eric al móvil para posponer nuestra pequeña reunión. Pero se me ocurrió que Hod y Kelvin podían participar en el asunto, al menos el más torpe.

– Espera aquí un momento, por favor -le pedí cortésmente y fui a hablar con Dermot. Estaba sentado en la cama, y me tomé un segundo para agradecer en silencio a Amelia por haber hecho la cama antes de irse, aunque necesitaría cambiar las sábanas, pero podría hacerlo en mi tiempo libre…, bueno, basta ya de notas domésticas, especialmente con el pobre y pálido de Dermot delante. Cuando me senté a su lado me sorprendió con un fuerte abrazo. Se lo devolví con intereses.

– Lamento que te haya pasado esto -dije. Omití todo el asunto de las protecciones mágicas-. ¿Seguro que quieres volver a Monroe? ¿Cuidarán bien de ti? Podría anular lo de esta noche. Me encantaría atenderte.

Dermot guardó silencio por un momento. Notaba su aliento en mis brazos, y el olor de su piel me envolvió.

Naturalmente, no olía como Jason, si bien podrían haber sido gemelos.

– Gracias por no abrirme tú otra brecha -dijo -. Mira, estoy dominando la expresión humana. -Logró esbozar una sonrisa-. Nos veremos más tarde. Bellenos y yo tenemos que completar un recado.

– Tienes que tomártelo con calma. Tienes una buena herida. ¿Cómo te sientes?

– Cada vez mejor. Bellenos ha compartido su aliento conmigo y estoy emocionado ante la expectativa de la caza.

Vale, no acababa de entender eso, pero si él estaba contento, yo también. Antes de que pudiera formularle ninguna pregunta, continuó:

– Te he fallado con lo de las protecciones y no detuve a los intrusos. Mientras yacía en el suelo, temí que te encontrasen.

– No debiste preocuparte -lo tranquilicé, y estaba siendo sincera, aunque le agradecía la preocupación-. Me escondí en casa de Bill y no pudieron localizarme.

Mientras Dermot y yo nos estábamos abrazando, momento que ya se prolongaba en exceso, oí a Bellenos en el exterior. Estaba rodeando la casa bajo la lluvia (que había vuelto a empezar) y en la oscuridad. Su voz se elevaba y menguaba. Sólo captaba retazos de lo que decía, pero era en otro idioma cuyo significado se me escapaba. Dermot parecía satisfecho, y eso me tranquilizó.

– Te compensaré por esto -dijo Dermot, soltándome con dulzura.

– No es necesario -rehusé-. Yo estoy bien, y como tú no tienes ningún daño permanente, lo mejor será que lo dejemos en una experiencia aleccionadora. -Como «Nunca borres unas protecciones sin sustituirlas por otras».

Dermot se puso en pie. Parecía sostenerse muy bien sobre los pies. Le brillaban los ojos. Parecía excitado, como si estuviese a punto de ir a una fiesta de cumpleaños o algo parecido.

– ¿No necesitas un chubasquero? -sugerí.

Dermot se rió, me puso las manos en los hombros y me dio un beso en la boca. Mi corazón dio un vuelco, pero supe que me estaba insuflando su aliento.

Por un instante, pensé que me ahogaría, pero por alguna razón no fue así. Y entonces se terminó.

Me volvió a sonreír y se fue. Oí cómo cerraba la puerta trasera al salir y miré por la ventana para ver cómo Bellenos y él desaparecían en el bosque como dos borrones en la noche.

No se me ocurría qué hacer después de una crisis como ésa. Limpié la sangre del suelo del desván, dejé la mantilla en la pila de la cocina para ponerla a remojo con un poco de Woolite y cambié las sábanas del cuarto de invitados.

Después me duché. Tenía que quitarme el olor a hada de encima antes de que Eric y Pam llegasen. Además, después de estar bajo la lluvia, mi pelo se había quedado hecho un desastre. Me vestí (otra vez) y me senté un par de minutos en el salón para ver el canal del tiempo que se regodeaba en la gran tormenta que nos aquejaba.