– Fresca como una margarita -admiró Maxwell. Se abrió un poco la chaqueta para mostrarme que llevaba una pistola. Abrí mucho los ojos admirada. Llevar armas de fuego no era muy normal entre los vampiros, y sí ciertamente algo inesperado. Colton y Audrina llegaron pisándome los talones. Audrina se había recogido el pelo con lo que parecían palillos de comida china y llevaba un bolso muy grande, casi tanto como el mío. Colton también iba armado, porque vestía una chaqueta, y en una noche tan tórrida como aquélla ningún humano iba a ponerse una si podía evitarlo. Les presenté a Maxwell, y tras un educado intercambio de saludos, atravesaron el pasillo para acceder al club.
Encontré a Eric en su despacho, sentado detrás de su escritorio. Pam estaba sentada encima, y Thalia había tomado el sofá. ¡Madre mía! Mi confianza se redobló cuando vi a la vampira de la antigua Grecia. La habían convertido hacía tanto tiempo que se le había borrado todo vestigio de humanidad. Se había reducido a una fría máquina de matar. Se había unido a regañadientes a los vampiros que optaron por darse a conocer al mundo, pero detestaba a los humanos con tal rotundidad y ferocidad que la habían acabado convirtiendo en una especie de figura de culto. Una página web había llegado a ofrecer cinco mil dólares a quien consiguiera sacarle una fotografía sonriendo. Nadie había cobrado el premio, pero bien podrían intentarlo esa noche. En ese momento estaba sonriendo. Un panorama escalofriante como pocos.
– Ha aceptado la invitación -anunció Eric sin preámbulos -. Estaba incómodo, pero no se ha podido resistir. Le dije que podía traerse a tantos de los suyos como quisiera para que compartiesen con él la experiencia.
– Era la única forma de conseguirlo -apunté.
– Creo que tienes razón -intervino Pam-. Creo que sólo se traerá a unos pocos. Querrá mostrarnos lo confiado que está en su poder.
Mustafá Khan llamó al marco de la puerta. Eric le hizo un gesto para que entrara.
– Bill y Bubba están haciendo una parada en un callejón a dos manzanas de aquí -informó, apenas mirándonos al resto.
– ¿Para qué? -se sorprendió Eric.
– Eh… algo sobre gatos.
Todos apartamos la mirada, azorados. La perversión de Bubba era algo de lo que ningún vampiro se sentía cómodo hablando.
– Pero ¿está contento, de buen humor?
– Sí, Eric. Está tan contento como un pastor en el Sábado de Pascua. Bill se lo llevó a dar una vuelta en un coche de época, luego a montar a caballo y después al callejón. Deberían estar aquí a tiempo. Le dije a Bill que le llamaría cuando llegase Víctor.
Pero entonces el Fangtasia estaría cerrado al público. Si bien la feliz muchedumbre de la pista de baile no lo sabía, el rey del Rock iba a volver a cantar esta noche para el regente de Luisiana. ¿Quién podría resistirse a un acontecimiento de ese calibre?
No un fan como Víctor, eso seguro. La figura de cartón del Beso del Vampiro había supuesto una gran pista. Por supuesto, Victor había intentado llevar a Bubba a su club, pero yo sabía que Bubba nunca aceptó poner un pie en el Beso del Vampiro. Bubba quería estar con Bill, y Bill decía que el Fangtasia era el mejor sitio, y ésa sería la insistencia de Bubba.
Nos sentamos en silencio, aunque el Fangtasia nunca calla del todo. Se oía la música de la zona de baile y el zumbido de las voces. Era casi como si los clientes pudiesen sentir que esta noche iba a ser especial, como si tuviesen algo que celebrar… o un último festejo antes de perecer.
Aunque pensaba que era como llamar a las puertas del infierno, había llevado conmigo el cluviel dor. Estaba escondido en mi cinturón, detrás de la gran hebilla. Me presionaba la carne insistentemente.
Mustafá Khan se había apoyado en la pared. Esa noche había decidido homenajear como nunca su emulación de Blade, con sus gafas de sol, la gabardina de cuero y un corte de pelo muy imaginativo. Me preguntaba dónde estaría su colega Warren. Finalmente, inspirada por una desesperada necesidad de conversación, se lo pregunté.
– Warren está en la azotea del Bed Bath & Beyond -dijo Mustafá Khan sin mirarme.
– ¿Por qué?
– Es un tirador.
– Hemos refinado un poco la idea inicial -indicó Eric-. Warren se encargará de cualquiera que consiga salir por la puerta. -Había estado todo el rato hundido en su silla, con los pies apoyados en el escritorio. Pam no me había dirigido una sola mirada desde que había entrado. De repente me pregunté por qué.
– ¿Pam? -dije. Me incorporé y di un paso hacia ella.
Ella sacudió la cabeza, evasiva.
No podía leer la mente de un vampiro, pero en ese momento no me hizo falta. Miriam había muerto hoy mismo. A la vista de los hombros caídos de Pam, supe que lo mejor era no decir nada. Iba en contra de cada fibra de mi naturaleza volver a sentarme en el sofá sin ofrecer mi consuelo, un pañuelo o unas cuantas palabras de solaz. Pero la naturaleza de Pam sí que iba en consonancia de revolverse como gata panza arriba si le hubiese ofrecido cualquiera de esas cosas.
Me toqué el cinturón, donde el cluviel dor se antojaba muy duro contra mi estómago. ¿Podía desear que Miriam resucitase? Me preguntaba si eso cumpliría con el requisito de que el deseo debía ser para alguien amado. Pam me caía muy bien, pero quizá era un rodeo demasiado grande.
Me sentía como si llevase una bomba adherida al cuerpo.
Oí el trémulo sonido de un gong. Eric había instalado uno en la barra y el barman lo tañía diez minutos antes de la hora de cierre. Ni siquiera sabía quién se había hecho con el trabajo después de que Alexei matase a Felicia. Quizá no me había mostrado muy interesada en las cosas de Eric últimamente. Por otro lado, él mismo había estado muy ausente de su habitual absorción en su pequeño reino por culpa de las maniobras de Víctor. Me di cuenta de que la falta de conversación sobre nuestras rutinas era uno de nuestros problemas. Ojalá pudiésemos corregirlo.
Me levanté y bajé por el pasillo a la zona principal del bar. Ya no soportaba seguir sentada en el despacho de Eric, no con Pam sufriendo como lo hacía.
Avisté a Colton y Audrina bailando abrazados en la diminuta pista. Immanuel estaba sentado en la barra. Opté por ocupar un taburete junto a él. El barman se me acercó. Era un tipo moreno con una melena ensortijada cayéndole por la espalda, todo un espectáculo para el ojo. Era vampiro, por supuesto.
– ¿Qué te pongo, mujer de mi sheriff? -preguntó ceremoniosamente.
– Puedes ponerme una tónica con lima, por favor. Lo siento, no he tenido ocasión de conocerte antes. ¿Cómo te llamas?
– Jock -dijo, como si me retara a que hiciese un chiste. Ni se me pasaba por la cabeza.
– ¿Cuánto hace que trabajas aquí, Jock?
– Vine desde Reno cuando la anterior barman murió -explicó-. Trabajaba para Víctor allí.
Me preguntaba cómo reaccionaría Jock esta noche. Sería algo interesante de ver.
No conocía muy bien a Immanuel; de hecho, apenas lo conocía. Pero le di una palmada en el hombro y le pregunté si podía invitarle a una copa.
Se volvió y echó un largo vistazo a mi pelo, asintiendo finalmente en aprobación.
– Claro -dijo-. Tomaré otra cerveza.
– Lo siento -pronuncié tímidamente tras pedir una cerveza a Jock. Me preguntaba dónde estaría ahora el cuerpo de Miriam; supuse que en la funeraria.
– Gracias -respondió. Al cabo de un instante añadió-: Pam iba a hacerlo esta noche, sin permiso. Quiero decir que iba a convertir a Miriam. Pero Mir… dio un último suspiro y murió.
– ¿Tus padres…?
Sacudió la cabeza.
– Sólo estábamos los dos.
No podía decir más al respecto.
– Quizá deberías irte a casa -sugerí. No parecía muy preparado para una pelea.
– No creo -dijo.