No podía obligarlo a marcharse, así que me limité a beber mi tónica con lima mientras los clientes humanos iban desalojando el local. El bar quedó en silencio y relativamente vacío. Indira, una de las vampiras de Eric, apareció envuelta en un sari. Nunca había visto su indumentaria tradicional. Los motivos verdes y rosas eran preciosos. Jock le lanzó una mirada de admiración. Thalia y Maxwell salieron de la parte trasera y se distribuyeron por el club junto con el personal humano, afanándose en limpiar para la siguiente función. Yo también eché una mano. Después de todo, era el trabajo que sabía hacer. Se apartaron las mesas y sillas que rodeaban la pequeña pista de baile y el escenario. En su lugar se dispusieron dos filas de sillas. Maxwell trajo una especie de elaborado equipo de sonido. La música de Bubba. Tras barrer la pista y el escenario, me quité de en medio volviendo a mi taburete, en la barra.
Heidi, cuya especialidad era el rastreo, entró, el pelo recogido en finas trenzas. Delgada y sencilla, siempre arrastraba con ella un aire de pena que la rodeaba como un nubarrón. No sabía qué haría esta noche cuando se desataran los infiernos.
Mientras Jock limpiaba las botellas de su lado de la barra, Colton y Audrina se nos acercaron. Había que explicar su presencia; no quería que Jock sospechara.
– Colton, Audrina, os presento a Jock. Jock, estas dos maravillosas personas han accedido a contribuir a la hospitalidad local para recibir a Victor. Por supuesto, esperamos que no sea necesario, pero Eric no quiere que falle nada en su bienvenida.
– Buena idea -dijo Jock, lanzando a Audrina una mirada de aprobación-. No podemos dar al regente menos de lo que espera.
– No. -O menos de lo que se merece.
Tres cuartos de hora después, el garito volvía a relucir y los últimos empleados humanos se fueron por la puerta de atrás. Los únicos vivos que quedábamos éramos Colton, Audrina, Immanuel, Mustafá Khan y yo (tenía la sensación de que éramos como dianas ambulantes). Los vampiros de Shreveport que conocía desde que salía con Bill estaban reunidos: Pam, Maxwell Lee, Thalia, Indira. Los conocía a todos hasta cierto punto. Victor se pondría alerta inmediatamente si se reuniesen todos los vampiros de Eric, o si acudían todos sus pesos pesados. Así que Eric había optado por convocar a los más discretos: Palomino, Rubio Hermosa y Parker Coburn, los exiliados del Katrina. Acudieron con aire descontento, pero resignado. Se quedaron apoyados en la pared, mano sobre mano. Era una estampa dulce, aunque también un poco triste.
La música del local dejó de sonar. El silencio resultante era casi opresivo.
A pesar de que el Fangtasia se encuentra en una importante zona comercial y de restauración de Shreveport, a esas horas (incluso tratándose del fin de semana) no había mucho ruido en el exterior. A ninguno nos apetecía romperlo para charlar. No sabía qué pensamientos ocupaban las demás mentes, pero empecé a considerar el hecho de que esa noche quizá muriera. Lo lamentaba por la fiesta de los bebés, aunque había dejado las cosas lo más dispuestas posible. Lamentaba no haber tenido ocasión de hablar con el señor Cataliades para aclarar las cosas y toda esa nueva información que no había tenido tiempo de asimilar del todo. Me alegraba de haberle dado el dinero a Sam y lamentaba también no haber podido ser franca con él sobre por qué se lo había dado ese día precisamente. Si moría, esperaba que Jason se mudase a la vieja casa, que se casase con Michele y que criasen allí a sus hijos. Mi madre, Michelle (con dos eles) no tenía nada que ver con la Michele de una sola ele, al menos a juzgar por mis recuerdos de infancia, pero tenían un punto en común: querían a Jason. Lamenté no haberle dicho cuánto lo quería yo también la última vez que hablamos.
Lamentaba un montón de cosas. Mis errores y ofensas se me amontonaron.
Eric se deslizó hasta mí y me giró sobre el taburete para rodearme con los brazos.
– Desearía que no tuvieses que estar aquí -dijo. Era toda la conversación que podíamos tener con Jock tan cerca. Me apoyé contra el frío cuerpo de Eric, la cabeza reposando en su pecho quieto. Quizá no pudiese volver a repetir ese gesto.
Pam se sentó junto a Immanuel. Thalia frunció el ceño, que era su expresión por defecto, y nos dio la espalda a todos. Indira se sentó con los ojos cerrados. Los graciosos pliegues de su sari le conferían el aspecto de una estatua. Heidi paseaba una seria mirada entre todos y su boca fue adquiriendo la forma de una fina línea apretada. Si se preocupaba por Víctor, pensé que se pondría del lado de Jock, aunque nunca le había visto hablando con él.
Al parecer, Maxwell oyó que llamaban a la puerta trasera, algo inaudible al oído humano. Acudió a toda prisa y volvió para informar a Eric de que Bill y Bubba habían llegado. Se quedarían en el despacho hasta que llegase el momento.
Muy poco después, oí unos coches aparcando frente al club.
– Que empiece el espectáculo -dijo Pam, y por primera vez en la noche sonrió.
CAPÍTULO 15
Luis y Antonio fueron los primeros en llegar. Su cautela era evidente. Era como contemplar un programa de policías en la televisión; entraron en el local a toda prisa, separándose inmediatamente para flanquear la puerta. Casi sonreí. De hecho, Immanuel dejó escapar una sonrisa, lo cual no era una buena idea. Afortunadamente, los humanos son las últimas criaturas que preocupan a los vampiros cuando esperan tener problemas. Los dos atractivos vampiros, ataviados de vaqueros y camisetas en vez de taparrabos de cuero, registraron rápidamente el club, comprobando lugares donde pudieran esconderse otros vampiros. Hubiese sido un flagrante quebranto de la etiqueta exigir cacheos personales, pero saltaba a la vista que estaban escrutando minuciosamente a cada vampiro presente con la vista en busca de armas o estacas. Maxwell tuvo que ceder su pistola, cosa que hizo sin la mínima protesta. Se lo esperaba.
Tras una exhaustiva inspección de las dependencias y una breve inclinación a Eric, Luis sacó la cabeza al exterior para indicar que todo estaba en orden.
El resto del séquito de Victor accedió en orden creciente de importancia: el matrimonio humano que le había acompañado en el Beso del Vampiro, (Mark y Mindy); dos jóvenes vampiros cuyos nombres nunca conocí, Ana Lyudmila (que tenía mucho mejor aspecto sin su indumentaria de fantasía bondage) y un vampiro que nunca había visto, un asiático con piel marfileña y pelo negro recogido en lo alto de la cabeza en un complicado moño. Habría tenido un aspecto inmejorable con ropas tradicionales, pero vestía unos vaqueros y un chaleco negro; nada de camiseta o calzado.
– Akiro -dijo Heidi con un sobrecogido susurro. Se había acercado a mi posición y la tensión también había crecido en ella.
– ¿Es un conocido de Nevada?
– Oh, sí -afirmó-. No sabía que Victor lo hubiera convocado. Al final ha sustituido a Bruno y a Corinna. Ya te imaginarás la reputación que tiene.
Como ahora era oficialmente lugarteniente, no pasaba nada por que Akiro fuese explícitamente armado. Portaba una espada, como otros vampiros asiáticos que había conocido (bien pensado, la otra vampira asiática que conocí también era guardaespaldas). Akiro se plantó en el centro de la estancia, consciente de que todas las miradas convergían en él, la expresión dura y fría, los ojos despiadados.
Y entonces Victor hizo su entrada, resplandeciente en su traje de tres piezas blanco.
– Buen Dios todopoderoso -dije, aturdida, sin atreverme a cruzar la mirada con nadie. Los oscuros rizos de Victor estaban cuidadosamente dispuestos y su oreja perforada exhibía un gran aro dorado. Sus zapatos eran de un negro inmaculado. Era toda una visión. Incluso daba pena destruir toda esa belleza, y por un momento deseé que no estuviésemos tan decididos a arruinar nuestras vidas. Posé mi bolso sobre la barra y abrí la cremallera para gozar de un rápido acceso a su contenido. Immanuel se deslizó discretamente del taburete y se acercó a la pared, los ojos fijos en los recién llegados. Heidi tomó su lugar mientras Victor y su séquito se adentraban en el club.