– A veces sí -contestó encogiéndose de hombros-. Como Thalia es muy antigua, tiene bastantes probabilidades. Es menos doloroso y lleva menos tiempo que la regeneración.
– Thalia, ¿necesitas que te traiga algo de sangre? -Jamás pensé que sería lo bastante valiente como para dirigirme a la vampira directamente, pero nada me costaba llevarle una botella de sangre y estaría encantada de poder hacerlo. Alzó los ojos, llenos de involuntarias lágrimas, para encontrarse con mi mirada. Era evidente que su impasibilidad era forzada.
– No, a menos que quieras hacer de donante -dijo con su pesado acento inglés -. Pero a Eric no le gustaría que bebiese de ti. Immanuel, ¿me das un trago?
– Vale -accedió. El delgado peluquero parecía algo más que aturdido.
– ¿Estás seguro? -pregunté-. No pareces encontrarte muy bien.
– Demonios, sí -dijo Immanuel poco convencido-. El tipo que mató a mi hermana está muerto. Me siento bien.
No lo parecía, y tampoco creía que lo estuviera. Había puesto todo de mi parte, así que me senté mientras Immanuel se acuclillaba torpemente frente a la silla de Thalia. La diferencia de alturas no les favorecía. Thalia rodeó el cuello de Immanuel con su brazo intacto y hundió sus colmillos en su piel sin más preámbulos. La expresión de los ojos del peluquero fue de lo desapacible a lo extático.
Thalia era de las que hacían ruido al comer.
Indira siguió acuclillada junto a ella, el sari empapado de sangre, para sostener el miembro en su lugar. A medida que bebía, me di cuenta de que el brazo parecía cada vez más natural. Los dedos se flexionaron. Estaba asombrada, y eso que sólo era uno de los acontecimientos extremos que había vivido esa noche. Y no habían sido pocos.
Pam se quedó un poco apagada una vez concluyó su celebración de la victoria con Eric y vio que Immanuel ofrecía su sangre a otra. Preguntó a Mustafá si le daría un sorbo y éste se encogió de hombros.
– Va con la nómina -dijo, tirando hacia abajo del cuello de su camiseta negra. Pam parecía increíblemente pálida en contraste con Mustafá, quien desnudó su dentadura en una mueca cuando ella le mordió. Al instante, él también parecía muy feliz.
Eric se acercó a mí, sonriente. Nunca había estado tan feliz de que nuestro vínculo se hubiera roto. No quería saber lo que estaba sintiendo, ni por asomo. Me rodeó con los brazos, me besó con entusiasmo y sólo olí la sangre. Estaba empapado en ella. Me había manchado el vestido, los brazos y el pecho.
Al cabo de un minuto, se echó atrás, el ceño fruncido.
– ¿Sookie? -preguntó-. ¿No te regocijas?
Intenté pensar qué decir. Me sentía como una gran hipócrita.
– Eric, me alegro de que ya no tengamos que preocuparnos por Víctor. Y sé que esto es lo que planeamos. Pero estar rodeada de cadáveres y partes de cadáveres no encaja con mi idea del lugar idóneo para una celebración, y nunca me he sentido menos excitada en mi vida.
Entrecerró los ojos. No le gustaba que se pusiese a llover en su desfile triunfal. Comprensible.
Y de eso se trataba, ¿no? Todo me parecía comprensible. Pero aun así lo aborrecía, me odiaba a mí misma y odiaba a los demás.
– Necesitas sangre -le dije-. Lamento de veras que te hiriera. Venga, toma un poco.
– Estás siendo hipócrita, y claro que tomaré sangre -respondió, y mordió.
Dolió. No se esforzó por hacerlo placentero, algo que casi viene dado automáticamente en los vampiros. Lágrimas involuntarias anegaron mis ojos y se derramaron por mi cara. Por extraño que parezca, sentía que merecía ese dolor, que estaba justificado, pero también comprendí que ése era un punto de inflexión en nuestra relación.
Al parecer, nuestra relación había estado marcada por un millar de puntos de inflexión.
Sentí que tenía a Bill a mi lado, observando la boca de Eric pegada a mi cuello. Su expresión era compleja: rabia, resentimiento, anhelo.
Estaba preparada para algo simple. Y estaba preparada para que cesase el dolor. Mi mirada se encontró con la de Bill.
– Sheriff-le llamó Bill. Su voz nunca había sido tan aterciopelada. Eric se crispó y supe que había oído a Bill, que debía parar. Pero no lo hizo.
Me sacudí de encima el letargo y el desprecio por mí misma, agarré el lóbulo de Eric y lo pellizqué con todas mis fuerzas.
Se separó con un jadeo, la boca ensangrentada.
– Bill me llevará a casa -dije-. Hablaremos mañana. Quizá.
Eric se inclinó para besarme, pero di un respingo. No con esa boca llena de sangre.
– Mañana -dijo Eric, escrutándome la cara con la mirada. Se volvió y llamó -: ¡Escuchad todos! Hay que limpiar este club.
Rezongaron como críos a los que se dice que recojan sus juguetes. Immanuel se dirigió hacia Colton para ayudarle a levantarse.
– Puedes quedarte en mi casa -ofreció Immanuel-. No queda lejos.
– No dormiré -repuso Colton-. Audrina ha muerto.
– Pasaremos la noche -le consoló Immanuel.
Los dos humanos abandonaron el Fangtasia, los hombros caídos bajo el peso del cansancio y el sufrimiento. Me preguntaba cómo se sentían acerca de su venganza, ahora que se había cumplido, pero sabía que nunca debería trasladarles esa pregunta. Quizá no los volvería a ver.
Bill me rodeó con un brazo y yo trastabillé ligeramente. Me sentí aliviada de que estuviera allí para ayudarme. Sabía que no podría haber dado dos pasos yo sola. Encontré mi bolso, que aún contenía un par de estacas, y saqué mis llaves de uno de los bolsillos interiores.
– ¿Adonde ha ido Bubba? -pregunté.
– Le gusta pasearse por el Auditorio Cívico -explicó Bill-. Solía actuar allí. Cavará un hoyo profundo y dormirá en el suelo.
Asentí. Estaba demasiado cansada para decir nada.
Bill no dijo nada más durante el viaje a casa, lo cual agradecí. Dejé que la mirada se me perdiese en la noche a través del parabrisas, preguntándome cómo me sentiría mañana. Habían sido muchas muertes y todo había sido muy rápido y sangriento, como en una de esas películas pornográficas violentas. Había tenido ocasión de ver unos segundos de Saw en casa de Jason. Más que suficiente.
Creía firmemente que Victor había buscado ese desenlace con su intransigencia. Si Felipe hubiese puesto a otro al cargo de Luisiana, toda esa catástrofe quizá no se hubiese producido. ¿Podía culpar a Felipe? No, en alguna parte tenía que parar.
– ¿En qué piensas? -preguntó Bill enfilando el camino de mi casa.
– Pienso en responsabilidades, culpas y asesinatos -dije.
Él se limitó a asentir.
– Yo también. Sookie, sabes que Victor hizo todo lo posible para provocar a Eric -Aparcamos detrás de la casa y me volví hacia él inquisitivamente, la mano aún posada en el abridor de la puerta del coche.
– Sí -dijo Bill-. Hizo todo lo posible para provocarlo y tener una excusa para matarlo sin tener que justificarse. Eric ha sobrevivido sólo porque su plan era mejor. Sé que lo amas. -Su voz permaneció tranquila y fría mientras decía esas palabras, y sólo las arrugas de sus ojos me revelaron lo que le costaba articularlas-. Deberías estar contenta, y puede que mañana lo estés, por cómo ha terminado todo esto.
Apreté los labios un segundo mientras elaboraba mi respuesta.
– Prefiero que Eric haya sobrevivido -dije-. Eso es verdad.
– Y sabes que la violencia era la única forma de conseguir ese resultado.
Eso podía verlo también. Asentí.
– Entonces ¿para qué darle más vueltas? -dijo Bill. Estaba pidiendo una reacción.
Solté el abridor y me volví para mirarlo.
– Ha sido muy sangriento y espantoso, y ha sufrido mucha gente -contesté, sorprendida ante la rabia de mi voz.
– ¿Creías que Victor podría morir sin derramarse sangre alguna? ¿Creías que su gente no haría todo lo posible para evitarlo? ¿Creías que nadie moriría?