Su voz era tan tranquila y neutra que no me hizo medrar en mi rabia.
– Bill, nunca he creído nada de eso. No soy tan ingenua. Pero verlo siempre es diferente que planearlo.
De repente estaba cansada del asunto. Había ocurrido, se había terminado y tenía que buscar una manera de superarlo.
– ¿Conoces a la reina de Oklahoma? -le pregunté.
– Sí -repuso con una clara nota de cautela en la voz-. ¿Por qué lo preguntas?
– Antes de morir, digamos que Apio le entregó a Eric.
Esto sorprendió a Bill.
– ¿Estás segura?
– Sí. Al final me lo dijo, después de que Pam hiciera todo lo posible para hacerle hablar.
Bill se dio la vuelta, pero no antes de que viera cómo se dibujaba en su cara una sonrisa que intentaba suprimir.
– Pam es muy insistente cuando quiere que Eric adopte un curso de acción concreto. ¿Te ha contado Eric lo que pretende hacer al respecto?
– Está intentando zafarse, pero al parecer Apio firmó algunos papeles. Cuando me confesó, antes de morir, que nunca me quedaría con Eric, no sabía que se refiriera a esto. Pensé que insinuaba que Eric ya no querría seguir conmigo cuando fuese vieja y me llenase de arrugas, o que acabaríamos peleados hasta el punto de romper, o que… Oh, no lo sé. Algo tenía que pasar para separarnos.
– Y es lo que parece haber ocurrido.
– Bueno… sí.
– ¿Sabes que tendrá que dejarte de lado si se casa con la reina? Eric podrá seguir alimentándose de humanos, incluso podría tener una mascota humana, cuando se case con una reina, pero no podrá tener otra esposa.
– Eso es lo que me dio a entender.
– Sookie… no hagas ninguna tontería.
– Ya he roto el vínculo.
Tras una larga pausa, Bill dijo:
– Es algo bueno, ya que el vínculo suponía un riesgo para los dos. -Nada nuevo bajo el sol.
– En cierto modo echo de menos el vínculo -confesé-, pero también es un alivio.
Bill no dijo nada. Tuvo mucho tacto.
– ¿Alguna vez has…? -pregunté.
– Una vez. Hace mucho tiempo -dijo. No le apetecía hablar del tema.
– ¿Terminó bien?
– No -respondió con una voz monótona que no invitaba a seguir la conversación-. Pasa página, Sookie. No te lo digo como ex amante tuyo, sino como amigo. Deja que Eric tome su propia decisión sobre el tema. No le hagas preguntas. A pesar de que no nos soportamos, estoy seguro de que hará todo lo que esté en su mano para salir de esta situación, aunque sólo sea por el amor que siente por su libertad. Oklahoma es muy bonita, y Eric adora la belleza, pero eso ya lo tiene en ti.
Debía de sentirme mejor si supe apreciar ese halago. Me preguntaba cuál sería el verdadero nombre de la reina. A menudo se referían al monarca por el nombre de su territorio; Bill no había querido decir que el Estado de Oklahoma fuese bonito, sino que la mujer que gobernaba a sus criaturas de la noche lo era.
Al no responder, Bill prosiguió:
– También tiene mucho poder. Cuenta con un territorio, secuaces, tierras, dinero del petróleo. -Y los dos sabíamos que Eric sentía debilidad por el poder. No el poder con mayúsculas (nunca quiso ser rey), sino el que se ejerce en las distancias cortas.
– Ya sé a qué poder te refieres -dije-. Y también sé que yo no lo tengo. ¿Quieres llevarte el coche o dejarlo aquí e irte por el bosque?
Me tendió las llaves y me contestó:
– Iré por el bosque.
No había más que hablar.
– Gracias -dije. Abrí la puerta del porche, entré y cerré la puerta con llave. Abrí la puerta trasera y entré. Encendí la luz de la cocina. La tranquilidad y el silencio de la casa me envolvieron como un bálsamo. Gracias al aire acondicionado, la atmósfera estaba muy fresca.
A pesar de haber salido mejor parada que nadie de la batalla en el Fangtasia, al menos físicamente, me sentía agotada y maltrecha. Lo notaría a la mañana siguiente. Me desabroché el gran cinturón y devolví el cluviel dor a su sitio en el cajón del maquillaje. Me quité el vestido manchado, lo metí en la lavadora del porche trasero para un lavado en frío y me di la ducha más caliente que pude permitirme. Tras frotarme bien la piel, abrí el grifo del agua fría. Al salir para secarme, me sentía maravillosamente limpia y fresca.
No sabía si ponerme a llorar, a rezar o sentarme en un rincón con los ojos muy abiertos durante el resto de la noche. Pero una de las reacciones posibles se impuso. Me metí en la cama con una sensación de alivio, como si hubiese salido de una operación exitosa o una biopsia me hubiese dado un resultado favorable.
Mientras me hacia un ovillo y me preparaba para dormir, pensé que el hecho de que pudiera dormir esa noche me resultaba más inquietante que cualquier otra cosa.
CAPÍTULO 17
Todas las mujeres presentes en mi salón estaban contentas. Algunas más que otras, es verdad, pero ninguna de ellas desdichada. Estaban allí para dar regalos a alguien que se los merecía y se alegraban de que esperase gemelos. Los papeles de regalo amarillos, verdes, azules y rosas se amontonaban de forma casi abrumadora, pero lo importante era que Tara estaba recibiendo muchas cosas que necesitaba y deseaba.
Dermot ayudaba desinteresadamente con las bebidas y se dedicaba a meter en bolsas los montones de papel arrugado para mantener el suelo despejado. Algunas de mis invitadas más veteranas atravesaban ya sin duda la fase del equilibrio inseguro, así que lo último que necesitábamos era tener cosas por el suelo que pudiesen provocar una caída. La madre y la abuela de J.B. también habían venido, y si la abuela no tenía setenta y cinco años, no tenía ninguno.
Cuando antes Dermot había aparecido en la puerta trasera, lo dejé pasar y regresé con mi café sin decir nada. Tan pronto como atravesó el umbral me sentí sensiblemente mejor. ¿Será que no había notado el contraste en los últimos días y semanas debido a mi profunda dependencia respecto al vínculo de sangre? Había estado bajo la influencia de muchos elementos sobrenaturales. No podía decir que me sintiera mejor por volver a mi ser, pero lo cierto es que sí me hacía estar más en contacto con la realidad.
Una vez mis invitadas le echaron un buen vistazo a Dermot y se dieron cuenta de su enorme parecido con Jason, hubo muchas cejas arqueadas. Les conté que era un primo lejano de Florida y leí en las mentes de muchas de ellas que consultarían sus respectivos árboles genealógicos en busca de un lazo en Florida con mi familia.
Hoy me sentía yo misma. Me apetecía hacer lo que había que hacer en la comunidad en la que vivía. Puede que ni siquiera fuese la misma persona que participó en la matanza de la noche anterior.
Tomé un sorbo de mi copa. El ponche de Maxine había salido muy bueno, el pastel que recogí en la pastelería estaba delicioso, mis palitos de queso estaban crujientes y, si acaso, un poco picantes, y las nueces asadas tenían el tostado justo. Después de que Tara abriera los regalos y repitiera su «gracias» un millón de veces, jugamos a Bingo Bebé.
Cada vez me sentía más como la antigua Sookie Stackhouse a medida que avanzaba el evento. Estaba rodeada de gente que comprendía, haciendo algo bueno.
A modo de una especie de bonificación, la abuela de J.B. me contó una maravillosa historia sobre mi abuela. En conjunto, fue una gran tarde.
Al volver a la cocina con una bandeja llena de platos sucios, pensé: «Esto es felicidad. Anoche no era yo».
Pero había existido. Sabía, incluso mientras hacía eso, que no podría engañarme indefinidamente. Había cambiado para sobrevivir y ahora pagaba el precio de la supervivencia. Tenía que estar dispuesta al cambio, o todo lo que había obligado a hacer sería en vano.
– ¿Estás bien, Sookie? -preguntó Dermot, que traía más vasos.
– Sí, gracias. -Intenté sonreír, pero me faltaron fuerzas para que resultase convincente.