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No sabía qué decir.

– ¿Cuál es la enfermedad de tu hermana? -pregunté.

– Tiene leucemia -explicó Immanuel. Si bien mantenía su fachada tranquila, pude sentir el dolor que subyacía, así como el temor y la preocupación.

– Entonces por eso te conoce Pam.

– Sí. Pero tenía razón. Aparte de todo, soy el mejor estilista de Shreveport.

– Te creo -señalé-. Y lamento lo de tu hermana. Supongo que no te habrán dicho por qué Pam no puede convertirla.

– No, pero no creo que el obstáculo sea Eric.

– Seguro que no. -Sonó un grito seguido de un fuerte golpe en la cocina-. Me pregunto si debería intervenir.

– Yo, en tu lugar, los dejaría terminar.

– Espero que paguen los desperfectos de la cocina -dije, haciendo todo lo posible para sonar enfadada en vez de asustada.

– Sabes que podría ordenarle que se estuviese quieta y ella tendría que obedecer. -Era como si Immanuel hablase del tiempo.

Tenía toda la razón. Como vampira convertida de Eric, Pam estaba obligada a obedecer las órdenes directas. Pero, por alguna razón, Eric se resistía a emplear la palabra mágica. Mientras tanto, mi cocina estaba siendo arrasada. Cuando me di cuenta del todo de que Eric podía terminar con todo aquello cuando le viniese en gana, fui yo quien perdió los estribos.

Aunque Immanuel trató de agarrarme el brazo, salí con los pies descalzos hacia el cuarto de baño del pasillo, cogí el jarro que usaba Claude para limpiar el aseo, lo llené con agua helada y me fui a la cocina (me tambaleaba un poco al andar debido a la caída, pero me las arreglé). Eric estaba encima de Pam, lanzándole puñetazos. Su propia cara estaba ensangrentada. Pam lo agarraba de los hombros, impidiendo que se acercase más. Quizá temía que fuese a morderla.

Tomé posición y calculé la trayectoria. Cuando estuve segura de las estimaciones, derramé el agua fría sobre los vampiros.

Esta vez me tocaba apagar otro tipo de incendio.

Pam chilló como una tetera cuando el agua fría le salpicó la cara y Eric dijo algo que sonaba vil en un idioma desconocido. Por un segundo, pensé que ambos se lanzarían sobre mí. Afianzada mi posición con los pies descalzos, jarro vacío en mano, los miré con dureza de uno en uno. Entonces me volví y salí de la cocina.

Immanuel se sorprendió de verme volver de una pieza. Agitó la cabeza. Obviamente, no sabía si admirarme o pensar que era idiota.

– Estás loca, mujer -dijo-, pero al menos he conseguido que tu pelo luzca bonito. Deberías venir a que te ponga unos reflejos. Te haré un precio rebajado. Cobro más que nadie en Shreveport -añadió como si fuese lo más natural del mundo.

– Oh. Gracias. Me lo pensaré. -Exhausta por el largo día y mi repentino estallido de rabia (rabia y miedo son agotadores), me senté en la esquina libre del sofá e indiqué a Immanuel que se acomodase en la butaca, el único otro asiento del salón que no estaba ocupado por la limpieza de mi desván.

Permanecimos en silencio, escuchando la renovada pelea en la cocina. Para mi alivio, el ruido no fue tan fuerte. Al cabo de unos segundos, Immanuel dijo con aire de disculpa:

– Me iría a casa si no me hubiese traído Pam. -Se estaba disculpando.

– No pasa nada -respondí reprimiendo un bostezo-. Sólo lamento no poder entrar en la cocina. Podría ofrecerte otra bebida o algo de comer si saliesen de ahí.

Meneó la cabeza.

– La Coca-Cola ha sido suficiente, gracias. No soy de comer mucho. ¿Qué crees que estarán haciendo? ¿Follar?

Ojalá mi aspecto no denotase mi desconcierto. Era verdad que Eric y Pam habían sido amantes justo después de que él la convirtiera. De hecho, ella me contó lo que había disfrutado con esa fase de su relación, si bien a lo largo de las décadas había descubierto que le gustaban las mujeres. Así que estaba eso, y además ahora Eric y yo estábamos casados, una especie de matrimonio vampírico no vinculante, y estaba convencida de que hasta ese tipo de uniones descartaban las relaciones sexuales extramatrimoniales en la cocina de una, ¿no?

Por otra parte…

– Pam prefiere a las mujeres -dije, procurando parecer más segura de lo que realmente me sentía. Cuando pensaba que Eric podía estar con otra persona, me entraban ganas de arrancarle su preciosa cabellera rubia. De raíz. A puñados.

– Ella es como omnisexual -comentó Immanuel-, Mi hermana y Pam se han acostado juntas con otros hombres.

– Ah, vale. -Levanté una mano en señal de «alto». Hay cosas que no deseo ni imaginar.

– Eres un poco mojigata para ser alguien que sale con un vampiro -observó Immanuel.

– Sí. Es verdad. -Jamás me había aplicado ese adjetivo, pero, en comparación con Immanuel (y Pam), podía considerarme bastante convencional.

Prefería pensar en ello como un sentido de la intimidad evolucionado.

Finalmente, Pam y Eric salieron al salón. Immanuel y yo nos sentamos al borde de nuestros respectivos asientos, sin saber qué esperar. Si bien ambos vampiros se mostraban inexpresivos, el lenguaje defensivo de sus cuerpos indicaba que se avergonzaban de la pérdida del autocontrol.

Ya se estaban curando, noté con cierta envidia. El pelo de Eric estaba desgreñado y una de las mangas de la camiseta estaba arrancada. El vestido de Pam estaba raído y llevaba los zapatos en la mano porque se le había roto uno de los tacones.

Eric abrió la boca para decir algo, pero me adelanté.

– No sé de qué va todo esto -dije-, pero estoy demasiado cansada para que me importe. Vosotros dos sois responsables de todo lo que hayáis roto y quiero que salgáis de esta casa ahora mismo. Rescindiré mi invitación si es necesario.

Eric parecía disconforme. Al parecer, había planeado pasar la noche conmigo. Tendría que ser en otra ocasión.

Vi luces de coche por el camino privado. Seguro que eran Claude y Dermot. No podía permitirme tener hadas y vampiros a la vez bajo el mismo techo. Ambas razas eran fuertes y feroces, pero los vampiros encontraban a las hadas literalmente irresistibles, como los gatos con la hierba para gatos. No me quedaban fuerzas para soportar otra pelea.

– Largaos por la puerta delantera -ordené-. ¡Vamos! -añadí al ver que no obedecían inmediatamente-. Gracias por el corte, Immanuel. Eric, te agradezco que pensaras en las necesidades estéticas de mi pelo. -Podría haber empleado más sarcasmo en esa frase-. Habría sido muy generoso por tu parte pensártelo dos veces antes de arrasar mi cocina.

Sin más resistencia, Pam hizo un gesto a Immanuel y los dos salieron juntos por la puerta. El peluquero proyectaba un aire divertido por toda la situación. Pam me dedicó una prolongada mirada mientras pasaba a mi lado. Sabía que quería insinuarme algo, pero por mi vida que no alcanzaba a comprenderlo.

– Te abrazaría mientras duermes -dijo Eric-. ¿Te ha dolido? Lo siento. -Parecía extrañamente desconcertado.

En otras circunstancias habría aceptado sus heterodoxas disculpas, pero esa noche no era el mejor momento.

– Tienes que irte a casa, Eric. Hablaremos cuando puedas controlar tus impulsos.

Eso era toda una reprimenda para un vampiro. La espalda se le puso tiesa. Por un momento pensé que tendría que lidiar con otra pelea. Pero, finalmente, Eric se detuvo en la puerta delantera. Una vez en el porche, dijo:

– Te llamaré pronto, esposa mía. -Me encogí de hombros. Pues vale. Estaba demasiado cansada y me sentía demasiado agraviada como para invocar cualquier tipo de expresión romántica.

Creo que Eric se metió en el coche con Pam y el peluquero para regresar a Shreveport. Probablemente estuviera demasiado magullado para volar. ¿Qué demonios pasaba entre Pam y Eric?

Intenté convencerme de que no era problema mío, pero tenía la desagradable sensación de que sí lo era, y que esto iba para largo.

Claude y Dermot entraron por detrás un segundo más tarde, husmeando el aire ostentosamente.