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Justo cuando lo había dejado todo listo y me había puesto los pantalones cortos y la camiseta de tirantes marrón, Sam llamó. No se escuchaba el ajetreo del bar de fondo: nada de hielos cayendo en vasos, nada de tocadiscos y nada de murmullos de conversaciones. Debía de estar en su caravana. Pero era bien entrada la tarde del domingo, momento en el que el Merlotte’s debería estar hasta la bandera. ¿Sería que tenía una cita con Jannalynn?

– Sookie -dijo con un extraño tono en la voz. Se me hizo un intenso nudo en el estómago-. ¿Podrías venir rápidamente a la ciudad? Pásate por mi caravana; alguien ha dejado un paquete para ti en el bar.

– ¿Quién? -pregunté. Me miraba al espejo del salón como si me dirigiese al propio Sam, pero vi un reflejo mío lleno de temor y tensión.

– No lo conocía -explicó Sam-. Pero es una bonita caja con un gran lazo. A lo mejor te ha salido un admirador secreto -dijo Sam, enfatizando las últimas palabras, aunque no de forma demasiado obvia.

– Creo que sé de quién puede tratarse -contesté, imprimiendo una sonrisa en mi voz-, Claro, Sam, voy para allá. ¡Oh, espera! ¿No podrías traérmelo tú mejor? Aún tengo que limpiar lo que quedó de la fiesta. -Mejor aquí; más tranquilo.

– Deja que lo compruebe -pidió Sam. Se hizo el silencio mientras tapaba el auricular con la mano. Oí una conversación amortiguada, nada concreto-. Genial -añadió, como si fuese de todo menos eso-. Salimos en un par de minutos.

– Genial -repetí, genuinamente complacida. Eso me daba un poco de tiempo para planear la bienvenida-. Ahora nos vemos.

Tras colgar, me quedé quieta un instante, organizando mis pensamientos antes de salir disparada al armario donde guardaba la escopeta. La comprobé para asegurarme de que estuviera lista. Con la esperanza de ganar el elemento sorpresa, decidí esconderme en el bosque. Me puse unas zapatillas deportivas y salí por la puerta trasera, feliz de haber escogido una camiseta oscura.

Lo que apareció por el camino no era la ranchera de Sam, sino el pequeño coche de Jannalynn. Ella conducía y él iba en el asiento del copiloto, pero alguien les acompañaba en la parte de atrás.

Jannalynn salió primero y echó un vistazo alrededor. Podía olerme, sabía que andaba cerca. Probablemente también podía oler la escopeta. Su sonrisa se tornó en una torva mueca. Deseaba que disparase a la persona que les había obligado a ir hasta allí. Deseaba que la matase.

Por supuesto, la persona que les amenazaba con un arma desde el asiento de atrás era Sandra Pelt. Sandra salió del coche con un rifle en la mano y apuntó al coche, manteniéndose a una distancia prudencial. Sam salió a continuación. Estaba hecho una furia; lo sabía por la posición de sus hombros.

Sandra parecía mayor, más delgada y más loca que apenas unos días antes. Se había teñido el pelo de negro, a juego con las uñas. Si se hubiese tratado de otra persona, habría sentido lástima por ella (los padres muertos, la hermana muerta, problemas mentales). Pero la lástima se me evapora cuando esa persona apunta a seres queridos con un rifle.

– ¡Sal aquí, Sookie! -canturreó Sandra-. ¡Sal! ¡Ya te tengo, pedazo de mierda!

Sam se movió disimuladamente a su derecha para intentar encararla. Jannalynn intentaba lo mismo, pero rodeando el coche. Sandra, temerosa de perder el control de la situación, se puso a chillarles.

– ¡Quedaos quietos u os juro que os vuelo la tapa de los sesos! ¡Maldita zorra! No querrás ver cómo le arranco la cabeza a tu amigo, ¿no? A tu amiguito amante de los perros.

Jannalynn sacudió la cabeza. Ella también llevaba unos shorts, además de una camiseta del Pelo del perro. Tenía las manos manchadas de harina. Sam y ella habían estado cocinando.

Podía dejar que la tensión escalara o entrar en acción. Estaba demasiado lejos, pero podía arriesgarme. Sin responder a Sandra, salí del linde y disparé.

El rugido de la Benelli desde una dirección inesperada cogió a todos por sorpresa. Vi cómo el brazo y la mejilla izquierda de Sandra se cubrían de manchas rojas, haciendo que se tambaleara un instante presa del shock. Pero eso no iba a detener a una Pelt, no señor. Lo que hizo fue elevar su rifle y apuntar en mi dirección. Sam saltó hacia ella, pero Jannalynn llegó primero. Apresó el rifle, lo arrancó de las manos de Sandra y lo arrojó lejos. Entonces se inició la batalla. Nunca había visto a dos personas pelearse con tanta furia y, dadas mis recientes experiencias, era algo a tener muy en cuenta.

Era imposible volver a disparar a Sandra, no mientras estuviese enzarzada con Jannalynn en el cuerpo a cuerpo. Las dos eran más o menos del mismo tamaño, bajas y nervudas, pero Jannalynn había nacido para el combate, mientras que Sandra no aguantaba más que enfrentamientos rápidos. Sam y yo las rodeamos mientras se daban puñetazos, patadas, se tiraban del pelo y se hacían todo lo humanamente posible. Ambas sufrieron serios daños, y al cabo de unos segundos Jannalynn acabó empapada de la sangre que manaba de las heridas por escopeta de Sandra y la suya propia. Sam se metió entre las dos (era como meter la mano en un ventilador) para tirar del pelo de Sandra. Gritó como un ser de otro mundo e intentó propinarle un puñetazo en la cara. Él mantuvo la presa, aunque temí que le hubiese roto la nariz.

Me sentí en la obligación de hacer mi parte; después de todo, estábamos así por mi culpa, así que aguardé mi turno. La sensación era extrañamente similar a esperar tu turno para saltar a la cuerda, cuando estaba en la escuela elemental. Cuando vi el momento, me metí en la trifulca y agarré lo primero que vi: el antebrazo izquierdo de Sandra.

Interrumpí su inercia y no pudo descargar el puñetazo que había armado contra el rostro de Jannalynn. Al contrario, fue ésta quien le propinó uno, dejándola inconsciente.

De repente me encontré sujetando el brazo de una mujer inerte. Solté y cayó redonda al suelo. Su cabeza se combó de forma extraña. Jannalynn le había roto el cuello. No sabía muy bien si Sandra estaba viva o muerta.

– Joder -dijo Jannalynn, complacida-.Joder, joder, joder, la hostia.

– Amén -concluyó Sam.

Yo estallé en lágrimas. Jannalynn parecía asqueada.

– Lo sé, lo sé -dije desesperada-, pero ¡es que anoche vi morir a mucha gente y es que esto ya colma mi vaso! Lo siento, chicos. -Creo que Sam me habría abrazado si no hubiese estado Jannalynn. Sé que se le pasó por la cabeza. Eso era lo importante.

– No ha muerto del todo -observó Jannalynn tras centrarse un momento en la inerte Sandra. Antes de que Sam pudiera decir una palabra, se arrodilló junto a ella, apretó los puños y los descargó contra su cráneo.

Eso fue todo.

Sam pasó la mirada del cadáver a mí. No sabía qué hacer o decir. Estoy segura de que mi rostro reflejaba esa indecisión.

– Bueno -dijo Jannalynn, contenta, desempolvándose las manos como quien acaba de terminar un trabajo desagradable-, ¿qué vamos a hacer con el cuerpo?

Quizá debería instalar un crematorio en mi jardín.

– ¿Deberíamos llamar al sheriff? -pregunté, ya que me sentía en la obligación de sugerirlo.

Sam parecía preocupado.

– Más malas noticias para el bar -dijo-. Lamento pensar de ese modo, pero es que no me queda otra.

– Os cogió como rehenes -apunté.

– Eso no lo sabe nadie. -Entendí lo que Sam quería decir.

– No creo que nadie nos viera saliendo del bar con ella -intervino Jannalynn-. Se escondió en el asiento trasero.

– Su coche sigue en mi caravana -explicó Sam. -Conozco un sitio donde nunca la encontrarán -me oí decir para mi más absoluta sorpresa.