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– ¿Dónde? -preguntó Jannalynn. Alzó la vista para mirarme, y supe claramente que nunca seríamos amigas y que nunca nos pintaríamos las uñas. Ohhh.

– La arrojaremos por el portal -propuse.

– ¿Qué? -Sam aún contemplaba el cadáver con aire enfermizo.

– La arrojaremos por el portal feérico.

Jannalynn se quedó boquiabierta.

– ¿Hay hadas por aquí?

– Ahora no. Es complicado de explicar, pero hay un portal en mi bosque.

– Eres la tía más… -No parecía saber cómo concluir la frase-. Eres sorprendente -dijo al final.

– Eso dice todo el mundo.

Como Jannalynn seguía sangrando, me dispuse a coger a Sandra por los pies. Sam se encargó de los hombros. Parecía haber superado la peor parte del shock. Respiraba por la boca, ya que la nariz partida se le había taponado.

– ¿Hacia dónde? -preguntó.

– Vale, está como a trescientos metros por allí. -Sacudí la cabeza en la dirección correcta, ya que tenía las manos ocupadas.

Emprendimos así la marcha, lenta y torpemente. La sangre había dejado de gotear y parecía más ligera, al menos tanto como puede resultar transportar un cadáver por el bosque.

– Creo que en vez de llamar este lugar como Stackhouse, deberíamos bautizarlo como la Granja de Cuerpos.

– ¿Como ese lugar de Tennessee? – dijo Jannalynn para mi sorpresa.

– Precisamente.

– Patricia Cornwell escribió un libro con ese título, ¿no? -apuntó Sam, a lo que casi sonreí. Era una conversación extrañamente civilizada, dadas las circunstancias. A lo mejor aún estaba un poco ida por la noche anterior, o quizá seguía inmersa en mi proceso de endurecimiento para sobrevivir al mundo que me rodeaba, pero lo cierto es que Sandra poco me importaba. Los Pelt habían mantenido una vendetta personal contra mí por razones poco convincentes, durante demasiado tiempo. Pero ya se había terminado.

Finalmente comprendí algo del caos de la noche anterior. No eran las muertes individuales las que me habían espantado, sino el grado de violencia, el horror en estado puro de ver tanto intercambio despiadado. Del mismo modo que la ejecución de Sandra Pelt a manos de Jannalynn me había parecido la escena más perturbadora de ese día. A menos que me equivocase, Sam sentía lo mismo.

Alcanzamos el pequeño claro entre los árboles. Me alegré de ver la pequeña distorsión en el aire que delataba la situación del portal feérico. Señalé en silencio, como si las hadas pudieran oírme (y hasta donde sabía, podían). Al cabo de un par de segundos, Jannalynn y Sam vieron lo que trataba de mostrarles. Observaron la distorsión con curiosidad, y Jannalynn llegó a meter un dedo, que desapareció. Dejó escapar un gañido y retiró la mano rápidamente. Se alivió sobremanera de comprobar que su dedo seguía en su sitio.

– Contad hasta tres -dije, y Sam asintió. Dejó el extremo del cuerpo de Sandra y se puso a un lado y, como si lo hubiésemos ensayado antes, lo introdujo suavemente por el agujero mágico. Si hubiese sido más corpulenta, no habría funcionado.

Entonces aguardamos.

El cadáver no volvió despedido. Nadie saltó de allí blandiendo una espada y exigiendo pagar con nuestras vidas la profanación del terreno feérico. Más bien se oyeron gruñidos y ladridos y nos quedamos como estatuas, a la espera de que surgiese algo por el portal, algo de lo que tuviésemos que defendernos.

Pero no surgió nada. Los ruidos prosiguieron, en ocasiones demasiado gráficamente: rasgando y arrancando, más gruñidos y a continuación unos sonidos tan perturbadores que no me atrevería a describir. Finalmente se hizo el silencio. Supuse que ya no quedaba nada de Sandra.

Deshicimos camino a través del bosque, hasta el coche. Las puertas aún estaban abiertas, y lo primero que hizo Sam fue cerrarlas para detener el pitido. Había salpicaduras de sangre en el suelo. Desenrollé la manguera del jardín y abrí la llave del agua. Sam pasó el chorro por las manchas de sangre y dio, de paso, un buen aclarado al coche de Jannalynn. Sentí otro vuelco al estómago (otro más) cuando Jannalynn colocó la nariz de Sam, y a pesar de sus lágrimas y el aullido de dolor, supe que sanaría correctamente.

El rifle de Sandra supuso más problemas que su propio cuerpo. No pensaba usar el portal como cubo de la basura, y eso era lo que pensaba de arrojarlo allí. Tras discutirlo, Jannalynn y Sam decidieron deshacerse de él en el bosque de la parte de atrás de la caravana de Sam, y supongo que eso es lo que hicieron.

Me quedé a solas en casa al cabo de dos días francamente horribles. ¿Horriblemente asombrosos? ¿Asombrosamente horribles? Ambas cosas.

Me senté en la cocina, un libro abierto en la mesa frente a mí. El sol aún brillaba en el jardín, pero las sombras ya se empezaban a alargar. Pensé en el cluviel dor, que no había tenido ocasión de usar en el encuentro con Sandra. ¿Debería llevarlo encima cada minuto del día? Me preguntaba si las cosas grises que perseguían al señor Cataliades habrían dado con él, y si me sentiría mejor dado el caso. Me preguntaba si los vampiros habrían limpiado el Fangtasia para la hora de la apertura y si debería llamar para averiguarlo. Algún humano me cogería el teléfono: Mustafá Khan, o puede que su amigo Warren.

Me preguntaba si Eric habría hablado con Felipe sobre la desaparición del regente de Luisiana. Me preguntaba si Eric había escrito a la reina de Oklahoma.

Quizá sonaría el teléfono cuando se hiciese de noche. Quizá no. Era incapaz de decidir lo que quería.

Me apetecía hacer algo absolutamente normal. Caminé descalza hasta el salón con un gran vaso de té helado. Era el momento de ver algunos de mis episodios grabados de Jeopardy!

Por doscientos: criaturas peligrosas. ¿Quién se anima?

Agradecimientos

Me emociona mucho poder dar las gracias a las muchas y amables personas que me han ayudado a convertirme en autora publicada:

A mí divertida y decidida agente, Jenny Bent: no puedo expresar lo agradecida que estoy por lanzarme en este viaje.

A mi brillante editora, Jennifer Enderlin: un firme apoyo e inspiración en todo momento. Su orientación ha significado muchísimo para mí.

Al equipo de Saint Martin’s Press: son simplemente fabulosos y es un honor trabajar con gente tan cariñosa y de tanto talento.

A mis compañeras escritoras, sobre todo a mis amigas de Lowcountry Romance Writers of America -cada miembro tiene magníficas historias que contar- y a la división Beau Monde de RWA, en especial a Nancy Mayer y a Sue Pace.

Quiero dar las gracias en especial a Cherry Adair por escogerme en mi primera participación en un concurso de entre una pila de trabajos y enviarme a la conferencia nacional de RWA. Tiene el corazón más grande que el de nadie que haya conocido.

También me gustaría expresar mi gratitud a otras escritoras que me han inspirado con su asombroso talento, sabiduría, fortaleza y elegancia: Debbie Macomber, Jennifer Crusie, Nora Roberts, Jane Porter, Christina Dodd, J. R. Ward, Jayne Ann Krentz, Susan Elizabeth Phillips, JoAnn Grote, Sharon Brennan Wray, Susan Wiggs y Virginia Kantra. Hay más, tantas que no puedo nombrarlas a todas. Cada escritora que he conocido me ha regalado algo de sí misma, aunque solo sea la certeza de que compartimos alegrías y penas que únicamente los escritores conocemos.

Por supuesto, sin mi familia nada de esto habría sido posible. Un saludo muy especial para mi hermana Kristin, que me hizo un regalo fraternal, mi primer ordenador, para que pudiera escribir mis historias en cualquier parte. Mi esposo Chuck y mis hijos, Steven, Margaret y Jack, me han proporcionado innumerables abrazos, palabras de aliento y tazas de té. El resto de mi familia, por ambas partes, también me ha dado su apoyo incondicional. ¡Os quiero a todos!