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Señor Burke: Doctor, por favor, mire este cuchillo. ¿Lo había visto alguna vez?

Doctor Hirsch: Sí, usted me lo mostró hace varias semanas, y de nuevo, esta mañana.

Señor Burke: ¿Y las medidas de este cuchillo concuerdan con las de la herida que usted observó mientras realizaba la autopsia de Barry Tannenbaum?

Doctor Hirsch: Sí, en efecto.

Señor Burke: ¿En todos los sentidos?

Doctor Hirsch: En todos los sentidos.

Finalmente, Burke hizo lo que hacen los buenos fiscales. Adelantó las partes que eran propicias a suscitar más cuestiones en el turno de preguntas de la defensa e intentó limitar cualquier beneficio que Jaywalker pudiera obtener de ellas. Durante la autopsia practicada a Barry Tannenbaum, Hirsch había identificado algunos asuntos preocupantes en cuanto a la salud de la víctima, y los había reflejado en su informe. Había encontrado síntomas de cáncer de próstata en estado avanzado, con metástasis en el colon y la vejiga. También tenía un tumor del tamaño de una pelota de golf en el intestino grueso. Por otra parte, tenía el corazón dilatado, y marcas de una antigua lesión. Aquellos dos descubrimientos unidos indicaban que padecía una enfermedad cardiaca crónica. Más específicamente, sugerían que en el pasado, quizá unos diez años antes, Tannenbaum había sobrevivido a un ataque al corazón.

Señor Burke: ¿Y alguna de esas cosas, o separadas o en yuxtaposición de unas y otras, contribuyeron de algún modo a la muerte del señor Tannenbaum?

Doctor Hirsch: No, en absoluto. Claramente, esta muerte fue un homicidio. Se produjo por hemorragia, debido a la ruptura del ventrículo izquierdo del corazón. Nada más y nada menos.

En el transcurso de la autopsia, Hirsch había tomado muestras de sangre, de tejido cerebral y hepático, y había enviado esas muestras al laboratorio para su análisis. Los resultados eran los informes de serología y de toxicología. En las muestras se habían detectado pequeñas cantidades de etanol, así como de Seconal, un barbitúrico.

Señor Burke: Antes de nada, ¿qué es el etanol?

Doctor Hirsch: El etanol es alcohol etílico. Es el que ingerimos cuando bebemos una cerveza, o un vaso de vino.

Señor Burke: ¿Y las bebidas alcohólicas?

Doctor Hirsch: En ésas también.

Aquello provocó un par de carcajadas en la tribuna del jurado, quizá a costa de los ancestros irlandeses de Burke.

Señor Burke: ¿Podría decirnos cuánto había tenido que beber el señor Tannenbaum para presentar esa cantidad de etanol en sangre?

Doctor Hirsch: Sí. Quizá hubiera tomado una copa, no más de una y media, durante el transcurso de las seis horas previas a su muerte.

Señor Burke: ¿Y el Seconal?

Doctor Hirsch: Eso es un poco más difícil de cuantificar. Dos píldoras, quizá tres, o cuatro como máximo. En otras palabras, la cantidad que tendría que tomar para dormir una persona que tuviera problemas para hacerlo y que hubiera desarrollado tolerancia al medicamento con el tiempo.

Señor Burke: ¿Piensa usted que el alcohol o el Seconal, solos o en combinación, contribuyeron de algún modo a la muerte del señor Tannenbaum?

Doctor Hirsch: No, en absoluto.

Jaywalker sabía que no debía atacar a Hirsch, y la verdad era que no tenía ninguna razón para hacerlo. El caso no trataba de si Barry Tannenbaum había muerto por apuñalamiento o no. Ésa era la razón de su muerte, y todo el mundo lo sabía. Sin embargo, sí podía hacer algunas puntualizaciones. Interrogar a un testigo no significa machacarlo, y Jaywalker lo sabía. A menudo se consigue mucho más tratando al testigo como si fuera propio.

Señor Jaywalker: Doctor, me interesa la expresión que usó el señor Burke cuando le mostró el cuchillo y le preguntó si sus medidas concordaban con la herida que presentaba el señor Tannenbaum.

Doctor Hirsch: Bien.

Señor Jaywalker: Al responder afirmativamente, ¿quería decir que es este cuchillo el que causó la herida?

Doctor Hirsch: No. Sólo que puede ser.

Señor Jaywalker: Entiendo. ¿Le importaría estimar cuántos cuchillos más de la ciudad podrían haber provocado la herida?

Señor Burke: Protesto.

El Juez: Denegada.

Señor Jaywalker: ¿Docenas?

Doctor Hirsch: Claro.

Señor Jaywalker: ¿Cientos?

Doctor Hirsch: Sí.

Señor Jaywalker: ¿Miles?

Doctor Hirsch: Yo diría que sí.

Señor Jaywalker: Y la zona hundida que rodeaba la apertura de la herida, la marca que usted cree que pudo dejar la empuñadura del cuchillo que se usara, y en caso de que usted haya determinado correctamente su origen, ¿podría indicar que se imprimió una fuerza considerable al hundir la hoja en el cuerpo?

Señor Burke: Protesto por «considerable».

El Juez: Denegada. Puede contestar.

Doctor Hirsch: Estoy de acuerdo en que la fuerza debió de ser considerable. Tendríamos una idea mucho mejor si el cuchillo hubiera topado con una de las costillas. El hueso se habría roto o se habría astillado; la hoja se habría doblado o habría dejado de avanzar. Sin embargo, como he dicho antes, la hoja se hundió entre dos costillas.

Señor Jaywalker: Entonces, nunca lo sabremos con seguridad.

Doctor Hirsch: Exacto.

Señor Jaywalker: Y tendremos que conformarnos con «una fuerza considerable».

Doctor Hirsch: Exacto.

Señor Jaywalker: Eso podría sugerir que la responsable de haber hundido ese cuchillo en el cuerpo de la víctima debió de ser una persona poderosa, y que hundió el cuchillo con muchos músculos.

En aquella ocasión, la protesta de Burke fue aceptada. Sin embargo, Jaywalker había logrado su objetivo, y sabía que cuando llegara la hora de las recapitulaciones, a él le permitirían usar aquel argumento y pedirles a los miembros del jurado que miraran a Samara y se preguntaran si era capaz de blandir un arma con una fuerza tan brutal.

No era mucho, pero era lo suficiente como para enviar al jurado a comer.

A las dos de la tarde, el detective de Burke todavía no estaba disponible para acudir a la sala, y en vez de deambular de un lado a otro intentando encontrar otros testigos para llamar a declarar, Burke pidió que se suspendiera el juicio hasta el lunes.

– De acuerdo -accedió el juez Sobel-. Le daremos al jurado un fin de semana largo. Pero asegúrese de que el detective esté aquí a primera hora de la mañana del lunes, o…

– ¿O desestimará el caso? -sugirió Jaywalker.

– En sus sueños -respondió el magistrado-. En sus sueños.

Parecía que le había echado un vistazo al resto de las pruebas.

– Probablemente tendrás que declarar a mediados de la semana que viene -le dijo Jaywalker a Samara, cuando estaban recorriendo Canal Street y se habían alejado de los oídos de los miembros del jurado-. Tendremos que pasar algún tiempo preparándote.

«Pasar algún tiempo». No pasar más tiempo, dado el hecho de que ya habían llevado a cabo unas veintidós horas de preparación. Aunque Jaywalker temía que pudiera parecer que sus testigos habían ensayado todo lo que decían, seguía aferrándose a su creencia de que no había nada mejor que ir preparado en exceso. Continuaría trabajando con Samara hasta el día en que se sentara en el estrado. ¿El día? Más bien el minuto.

– ¿Quieres venir a mi casa esta noche? -le preguntó ella-. Te diría que vinieras ahora, pero voy a disfrutar de la tarde libre hasta el toque de queda. Después de eso, podría ser toda tuya.

Jaywalker la miró, intentando averiguar si aquello tenía un doble sentido o si se lo había imaginado.

– Mejor será que quedemos mañana, a las nueve de la mañana -le dijo-. En mi oficina. Allí habrá menos distracciones.