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Sin dejarse persuadir por la lógica de Jaywalker, el juez Sobel insistió.

– ¿Querría pensar en un homicidio -le preguntó a Burke-, con una sentencia considerable? Me refiero a que yo podría llegar a una sentencia de veinticinco años.

– Mi clienta es inocente -repitió Jaywalker antes de que Burke pudiera responder, e intentando que su voz sonara más convincente que la vez anterior.

Pero no lo consiguió.

Benita Gristede era una mujer menuda de unos setenta u ochenta años, que parecía como si hubiera llegado en el Mayflower. Había sobrevivido a su marido y era la única ocupante del ático B, el apartamento que tenía un muro en común con el piso de Barry Tannenbaum. Durante la noche de autos, la señora Gristede había oído en el apartamento contiguo el ruido de una disputa entre un hombre y una mujer. Había reconocido la voz del hombre, el señor Tannenbaum, y la de una mujer; estaba segura de que la voz de la mujer era la de la esposa del señor Tannenbaum, a quien la señora Gristede conocía por el nombre de Sam. La discusión había ocurrido poco antes de las ocho, hacia el final del programa La Rueda de la Fortuna.

Señor Burke: ¿Y cómo es que recuerda eso?

Señora Gristede: Lo recuerdo porque la discusión era tan ruidosa que tuve que subir el volumen de la televisión para poder oírla.

Señor Burke: ¿Y pudo oír de qué trataba la discusión?

Señora Gristede: ¿Se refiere a las palabras?

Señor Burke: Sí, a las palabras.

Señora Gristede: No. Sólo que era una discusión muy fuerte.

Señor Burke: Al día siguiente, ¿fue a su casa un detective para hacerle preguntas?

Señora Gristede: ¿Se refiere al italiano?

Señor Burke: Sí.

Señora Gristede: Sí, fue a mi casa. Y le estoy diciendo exactamente lo que le dije a él.

Cuando comenzó su turno, Jaywalker murmuró deliberadamente la primera pregunta a la señora Gristede, de modo que tuviera que decir que no lo había oído. Burke protestó, y el juez Sobel aceptó la protesta y añadió que él tampoco había podido oírla. Le pidió al secretario de la sala que volviera a leerla.

Relator: Lo siento, pero yo tampoco lo he oído.

Había sido por trucos como aquél por lo que Jaywalker había terminado ante el comité disciplinario. Bien, por eso y por cosas peores. Sin embargo, no estaba dispuesto a dejar pasar el asunto de la mala audición.

Señor Jaywalker: ¿Y lleva audífono?

Señora Gristede: Claro que no.

Señor Jaywalker: ¿Diría que tiene buen oído, entonces?

Señora Gristede: Claro que sí. Probablemente mejor que el suyo.

Los miembros del jurado se rieron, y de él. Aquello nunca era un buen augurio.

Señor Jaywalker: No oyó ningún grito aquella noche, ¿verdad?

Señora Gristede: No, no.

Señor Jaywalker: ¿Y un golpe?

Señora Gristede: ¿Un golpe?

Señor Jaywalker: Sí, como si algo hubiera caído al suelo.

Señora Gristede: Eso no lo recuerdo.

Señor Jaywalker: Pero, ¿dice que tuvo que subir el volumen de la televisión para poder oírla?

Señora Gristede: Exacto.

Señor Jaywalker: ¿No lo subtitulan con unas letras mayúsculas muy grandes?

Señora Gristede: Sí.

Señor Jaywalker: ¿Y de todos modos subió el volumen?

Señora Gristede: Me gusta oír lo que dicen. Además…

Señor Jaywalker: ¿Además qué?

Señora Gristede: Además, mi vista no es tan buena.

«Magnífico», pensó Jaywalker. «Sólo he conseguido que la muy bruja admita que, aunque tiene un oído perfecto, está medio ciega».

El único problema era que ella nunca había dicho que hubiera visto algo, sino que había oído a su clienta discutiendo con la víctima alrededor de la hora en que fue asesinada.

José Lugo subió al estrado. Lugo era un hombre de baja estatura, de unos cuarenta años, con un bigote oscuro que acentuaba la gravedad de su semblante. Se sentó al borde del asiento y respondió a las preguntas de Tom Burke como si fuera su libertad la que estaba en juego.

Sí, dijo, estaba de servicio el día antes de recibir una llamada de su jefe, Tony Mazzini, para que fuera al edificio a hablar con un par de detectives. Lugo conocía a Barry Tannenbaum, el dueño del ático A, y a su esposa, Samara. Cuando Burke le preguntó si podía identificar a Samara, vaciló durante un segundo, pero después la señaló. Jaywalker no podía estar seguro, pero le pareció oír una disculpa a Lugo mientras lo hacía.

Lugo dijo que la señora Tannenbaum había llegado pronto aquella noche, aunque no recordaba la hora exacta. Sin embargo, Burke estaba preparado para ayudarlo.

Señor Burke: Quiero mostrarle la prueba número siete para que la identifique. ¿Lo reconoce?

Señor Lugo: Sí. Es el libro de registro de visitas. Lo guardamos en la portería.

Señor Burke: Si revisa este libro, ¿podrá recordar a qué hora llegó la señora Tannenbaum aquella noche al edificio?

Señor Lugo: Debería.

Señor Burke: Por favor, échele un vistazo.

Señor Lugo: Sí, aquí está. Llegó a las siete menos diez.

Señor Burke: ¿Firmó ella?

Señor Lugo: No, yo firmé en su lugar. Me está permitido hacerlo siempre y cuando conozca a la persona. Además, es la esposa del señor Tannenbaum. Era.

Señor Burke: ¿Se marchó la señora Tannenbaum cuando usted todavía estaba de servicio?

Señor Lugo: Sí.

Señor Burke: ¿Recuerda qué hora era?

Señor Lugo: Aquí dice… las ocho y cinco.

Señor Burke: Bien. ¿Hasta qué hora trabajó usted esa noche?

Señor Lugo: Hasta las doce.

Señor Burke: ¿Estuvo en la puerta principal todo el rato?

Señor Lugo: Todo el rato. Salvo cuando tuve que… (al juez) señoría, ¿puedo decir «hacer pis»?

Risas.

El Juez: Acaba de hacerlo.

Señor Lugo: Salvo cuando tuve que hacer pis. Pero entonces dejé la puerta cerrada para que nadie pudiera entrar ni salir.

Señor Burke: Y, desde el momento en el que se fue la señora Tannenbaum, a las ocho y cinco, hasta el momento en que usted salió de su trabajo, a las doce, ¿fue alguien más a visitar al señor Tannenbaum, o se marchó después de haberlo visitado?

Señor Lugo: No.

Señor Burke: ¿Quiere comprobarlo en el libro de registro, para estar seguro?

Señor Lugo: Ya lo he hecho. La respuesta es no.

Durante su turno, Jaywalker le preguntó al testigo si había notado algo extraño en Samara, tanto cuando había llegado como cuando se había ido.

Señor Lugo: ¿Extraño?

Señor Jaywalker: Sí. Como por ejemplo, que estuviera manchada de sangre.

Señor Lugo: ¿De sangre?

Señor Jaywalker: Sí, de sangre.

Señor Lugo: Yo no vi sangre.

Señor Jaywalker: ¿Ni en su ropa?

Señor Lugo: No.

Señor Jaywalker: ¿Ni en su cara?

Señor Lugo: No.

Señor Jaywalker: ¿Y en sus manos?

Señor Lugo: No me fijé en sus manos.

Señor Jaywalker: Pero se acordaría si las tuviera llenas de sangre…

Señor Burke: Protesto.

El Juez: Aceptada.

Señor Jaywalker: ¿Recuerda lo que llevaba puesto?

Señor Lugo: No, no me acuerdo. Hace mucho tiempo.

Señor Jaywalker: Sí, es cierto, hace mucho tiempo. Pero ¿no había nada raro en la ropa que llevaba?

Señor Lugo: No.

Señor Jaywalker: Era agosto, agosto en la ciudad de Nueva York, ¿no?

Señor Lugo: Sí.

Señor Jaywalker: ¿Y no se acuerda, por ejemplo, de si Samara llevaba un abrigo largo, o una chaqueta que pareciera demasiado abrigada para el verano?

Señor Lugo: No, no me acuerdo de nada de eso.

Señor Jaywalker: Cuando la señora Tannenbaum se marchaba, ¿portaba algo?

Señor Lugo: ¿Como qué?

Señor Jaywalker: Oh, como un cuchillo, o una toalla ensangrentada.

Señor Lugo: No, no recuerdo nada de eso.