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Señor Jaywalker: ¿Y le dio la impresión de que estuviera disgustada cuando se marchó? ¿O de que tuviera mucha prisa?

Señor Lugo: No, parecía muy normal.

En su turno, Burke consiguió que Lugo admitiera que tal vez Samara llevara un bolso, o que quizá llevara una chaqueta liviana, aunque realmente no podía decir con seguridad una cosa ni la otra.

Hicieron un descanso para comer.

En la sesión de por la tarde, Burke llamó al estrado a una mujer joven que trabajaba como ayudante de programación en la cadena ABC. Armada con una gruesa carpeta, testificó que en la noche de autos, un año y medio antes, La Rueda de la Fortuna había comenzado a emitirse a las siete y media, y que había terminado a las ocho.

Jaywalker no le hizo preguntas.

El detective Bonfiglio volvió a subir al estrado, y le recordaron que seguía bajo juramento. Burke le recordó también que, cuando se había interrumpido su testimonio aquella mañana, acababa de describir sus conversaciones con la señora Gristede, del ático B, y con el señor Lugo, el portero que acababa de declarar.

Señor Burke: Después de esas conversaciones, ¿hizo algo usted?

Detective Bonfiglio: Sí. Para entonces, la detective de la Unidad de la Escena del Crimen había terminado, y los chicos de la morgue se habían llevado a la víctima. Yo ordené que se sellara la escena del crimen.

Señor Burke: ¿Qué significa eso?

Detective Bonfiglio: Significa que el apartamento fue cerrado por fuera, sellado con cinta amarilla y negra y que se colocó un aviso y un lacre, de modo que si alguien quería entrar, tuviera que romperlo.

Señor Burke: ¿Y qué hizo después?

Detective Bonfiglio: Yo y mi compañero salimos del edificio y fuimos a hacerle una visita a Samara Tannenbaum.

Bonfiglio narró la visita a Samara en su mejor idioma de policía. Explicó que ella había dicho que llevaba una semana sin ver a su marido, pero que acto seguido admitió que había estado en su apartamento la noche anterior. También negó que hubieran discutido, pero igualmente se retractó en cuanto ellos le dijeron que tenían un testigo que decía lo contrario.

Señor Burke: ¿Puede describirnos su actitud general?

Detective Bonfiglio: Estaba muy nerviosa, como…

Señor Jaywalker: Protesto.

El Juez: Aceptada. Que no conste en acta. El jurado no lo tendrá en cuenta.

Seguro, pensó Jaywalker. Sin embargo, aunque no podía esperar que el jurado lo olvidara, había conseguido que quedara fuera de las actas. De lo contrario, Burke habría podido referirse a ello en su recapitulación. Sin embargo, Tom estaba decidido a conseguir que figurara.

Señor Burke: Detective, ¿tuvo ocasión de observar a la señora Tannenbaum mientras la interrogaba?

Detective Bonfiglio: Sí.

Señor Burke: Díganos algunas de las cosas que observó.

Detective Bonfiglio: ¿Que observé? No sé. Observé su cara, sus brazos, sus piernas, su…

Señor Burke: Me refiero a su actitud.

Detective Bonfiglio: Oh. Estaba sudando. Y le temblaban las manos. Y apartaba la mirada cada vez que yo intentaba establecer contacto visual con ella.

Señor Burke: ¿Llegó el momento en que decidió arrestar a la señora Tannenbaum?

Detective Bonfiglio: Sí.

Señor Burke: ¿Y por qué causa la arrestaron?

Detective Bonfiglio: Por el asesinato de su marido.

Señor Burke: Gracias. Detective, ahora quiero preguntarle por algo que ocurrió más tarde, aquel mismo día. ¿Usted y otros miembros de su departamento ejecutaron una orden de registro relacionada con esta investigación?

Detective Bonfiglio: Sí.

Señor Burke: ¿Dónde?

Detective Bonfiglio: En casa de la señora Tannenbaum.

Señor Burke: ¿Cuándo?

Detective Bonfiglio: Aquella misma noche, a las diez.

Señor Burke: ¿Puede decirle a los miembros del jurado lo que encontró, y dónde lo encontró?

Detective Bonfiglio: Encontramos muchas cosas. Pero yo, personalmente, lo que encontré estaba metido entre la cisterna del inodoro y la pared del baño de invitados del piso de arriba. En realidad, eran tres cosas. Primero, una toalla de baño azul, con algunas manchas rojas. Dentro había una blusa de señora con las mismas manchas. Y dentro de la blusa había un cuchillo de cortar carne, también con manchas.

Burke hizo que uno de los funcionarios de la sala le entregara las pruebas al testigo, una por una, para que pudiera identificarlas. Aunque tenían manchas pequeñas, mucho más pequeñas que la del jersey de Tannenbaum, eran visibles. Burke pidió permiso para mostrarles las pruebas una por una a los miembros del jurado, y el juez Sobel accedió.

En aquella ocasión, el procedimiento fue ligeramente distinto. Antes de entregar los artículos a los miembros del jurado, un oficial le dio a cada uno un par de guantes de látex. El manejo de las pruebas manchadas de sangre había cambiado drásticamente en la era del sida.

Jaywalker observó a los miembros del jurado de reojo mientras pasaban las pruebas de uno a otro. No le pareció que ni la blusa ni la toalla causaran mucha impresión, pero sí el cuchillo. Muchos de los miembros del jurado no lo tocaron, ni siquiera con guantes, y otros aprovecharon la oportunidad para mirar con dureza y frialdad a Samara. Incluso desde el asiento de Jaywalker, que estaba a unos siete metros de la tribuna, se veía la sierra del filo del cuchillo, su punta afilada y la empuñadura pronunciada.

Para Jaywalker y su clienta, aquél fue un momento muy incómodo, un momento en el que él quiso meterse bajo la mesa de la defensa. Sin embargo, ser abogado defensor significaba que no podía hacer algo así. Por lo tanto, se quedó allí sentado, fingiendo que repasaba sus notas e intentando aparentar despreocupación, pese al hecho de que se sentía como si le acabaran de golpear con una maza. Cuando los miembros del jurado hubieron terminado de inspeccionar el cuchillo, cosa que pareció eterna, tampoco terminó la agonía de Jaywalker. Burke quería más de Bonfiglio.

Le preguntó al detective si había llevado a cabo alguna investigación sobre el caso el viernes previo, sólo tres días antes. Bonfiglio le respondió que sí. Había localizado a Anthony Mazzini, el encargado del edificio de Barry Tannenbaum; a Alan Manheim, hasta recientemente uno de los abogados del señor Tannenbaum; y a William Smythe, el contable personal del señor Tannenbaum. Con el consentimiento de cada uno de ellos, les había tomado las huellas dactilares. Kenneth Redding, el presidente de la junta vecinal, estaba fuera de la ciudad. Sin embargo, dado que Redding era un antiguo SEAL de la armada y una vez había pasado por un proceso de investigación, sus huellas estaban en los archivos del Pentágono, y Bonfiglio había podido obtener una copia. Después, le había enviado toda la información a Roger Ramseyer, el detective de la División de Investigación Criminal que había testificado el jueves.

Claramente, Burke tenía intención de volver a llamar a declarar al detective Ramseyer, para poder darle un poco de dramatismo, aunque pese a las insinuaciones de Jaywalker, se habían comparado las huellas de los sospechosos por los que él le había preguntado a Ramseyer y las huellas desconocidas que se habían hallado en el escenario del crimen, y no había coincidencias entre ninguna de ellas.

El que juega con fuego puede quemarse.

Jaywalker no tenía muchas preguntas que hacerle a Bonfiglio cuando llegó su turno, pero el detective le había hecho demasiado daño a Samara como para pasarlo por alto. Además, su testimonio era tan importante para el caso que era probable que los miembros del jurado solicitaran que se lo leyeran durante la deliberación a puerta cerrada. Jaywalker no podía permitir que aquella lectura sólo contuviera las preguntas de Burke. Así pues, decidió comenzar donde lo había dejado el fiscal.

Señor Jaywalker: Dígame, detective, ¿el hecho de no encontrar las huellas de un individuo en la escena de un crimen lo excluye como sospechoso?