Detective Bonfiglio: No necesariamente.
Señor Jaywalker: ¿Es eso lo mismo que «no»?
Detective Bonfiglio: Sí, supongo que sí.
Señor Jaywalker: Así que no lo excluye.
Detective Bonfiglio: Exacto.
Señor Jaywalker: ¿Puede decirnos por qué razón?
Detective Bonfiglio: Puede que llevara guantes. Puede que no tocara nada. Puede que borrara las huellas de los objetos que tocara.
Señor Jaywalker: ¿Y cabe la posibilidad de que la Unidad de la Escena del Crimen no diera con sus huellas?
Detective Bonfiglio: Quizá.
Señor Jaywalker: ¿Y cabe la posibilidad de que tocara sólo superficies a las que no se adhirieran sus huellas?
Detective Bonfiglio: Quizá.
Señor Jaywalker: Así que aquí mismo, en menos de un minuto, hemos dado con cinco posibilidades para explicar por qué puede ser que alguien estuviera en la escena del crimen la noche del asesinato y la policía no encontrara sus huellas al día siguiente. ¿Correcto?
Detective Bonfiglio: Si usted lo dice…
Señor Jaywalker: Yo acabo de decirlo. Mi pregunta es, ¿está de acuerdo?
Detective Bonfiglio: No lo sé. He olvidado la pregunta.
El Juez: Por favor, lea la pregunta.
El relator lee la pregunta previa.
Señor Jaywalker: ¿Correcto, o incorrecto?
Detective Bonfiglio: Correcto.
No era mucho, pero al menos había conseguido dos cosas: había resucitado a los sospechosos de Jaywalker, y había hecho que el detective pareciera un partisano que se tomaba a mal hacer la más mínima concesión a la defensa.
Sin embargo, con sus respuestas entrecortadas y con su interrupción con la frase «He olvidado la pregunta» Bonfiglio había conseguido despojar al interrogatorio de Jaywalker de toda su fluidez. Los miembros del jurado estaban empezando a moverse con incomodidad en el asiento, a mirar a su alrededor por la sala y a poner los ojos en blanco.
Jaywalker pasó unos minutos, pero sólo unos pocos, preguntando sobre las mentiras iniciales que Samara les había contado a los Bonfiglio y a su compañero. No, en aquel momento no le habían dicho todavía que su marido había muerto asesinado. ¿No podía ser su respuesta de que no lo había visto desde una semana antes algo equivalente a pedirles que se ocuparan de sus asuntos? Bonfiglio respondió que él no lo veía así. ¿Y no había rechazado Samara la palabra «pelear», porque sólo habían estado discutiendo? Quizá. Y una vez que se había dado cuenta de la seriedad del interrogatorio de los detectives, ¿no les había dicho inmediatamente la verdad? Sí, convino Bonfiglio, aunque no había sido así hasta que le habían demostrado que sabían que mentía.
Allí no podía adelantar mucho.
Jaywalker pasó a la ejecución de la orden de registro y el descubrimiento del cuchillo, la blusa y la toalla.
Señor Jaywalker: ¿No le parece que era una casa muy grande la que tenían que registrar usted y sus compañeros?
Detective Bonfiglio: Depende de lo que quiera decir con grande.
Señor Jaywalker: Bueno, ¿cuántos oficiales y detectives tomaron parte en la búsqueda?
Detective Bonfiglio: ¿Contándome a mí?
Señor Jaywalker: Sí.
Detective Bonfiglio: Déjeme ver… Seis, ocho, diez… unos diez.
Señor Jaywalker: ¿Y cuánto tiempo estuvieron allí?
Detective Bonfiglio: ¿Registrando la casa?
Señor Jaywalker: ¿Hicieron otra cosa mientras estaban allí?
Detective Bonfiglio: No.
Señor Jaywalker: Entonces, ¿cuánto tardaron?
Detective Bonfiglio: Eh… desde las diez de la noche hasta la una y cuarto de la mañana. Eso son tres horas y cuarto.
Señor Jaywalker: ¿Una casa bastante grande?
Detective Bonfiglio: Sí, bastante.
Señor Jaywalker: ¿Muchos escondites?
Detective Bonfiglio: Sí.
Señor Jaywalker: Sin embargo, las cosas que encontraron, la toalla, la blusa y el cuchillo, estaban casi a la vista de todo el mundo, ¿no?
Detective Bonfiglio: No. Estaban detrás de la cisterna del baño.
Señor Jaywalker: Bueno, ¿tuvo que mover algo para verlo?
Detective Bonfiglio: No.
Señor Jaywalker: ¿Levantar algo?
Detective Bonfiglio: No.
Señor Jaywalker: No estaban, por ejemplo, escondidos dentro de la cisterna, ¿verdad?
Detective Bonfiglio: ¿Dentro? No.
Señor Jaywalker: Si hubieran estado dentro, habría tenido que levantar la tapa para verlos, ¿no es así?
Detective Bonfiglio: Sí.
Señor Jaywalker: Y quizá no lo hubieran encontrado.
Detective Bonfiglio: No creo.
Señor Jaywalker: Sin embargo, si hubieran estado dentro de la cisterna en vez de detrás de ella, se habrían mojado, ¿verdad?
Detective Bonfiglio: Sí.
Señor Jaywalker: Y casi toda la sangre se habría disuelto.
Detective Bonfiglio: Supongo.
Señor Jaywalker: Y eso habría hecho que identificar la sangre de Barry Tannenbaum en ellos habría sido mucho más difícil, si no imposible.
Señor Burke: Protesto.
El Juez: Aceptada. Él no está cualificado para responder eso.
Señor Jaywalker: Bien. ¿Está de acuerdo, detective, en que si los artículos hubieran estado dentro de la cisterna del inodoro la sangre se habría diluido?
Detective Bonfiglio: ¿Diluido? Sí, supongo que sí.
Señor Jaywalker: Pero, de todos modos, no estaban dentro de la cisterna, ¿verdad?
Detective Bonfiglio: No.
Señor Jaywalker: Estaban detrás.
Detective Bonfiglio: Sí.
Señor Jaywalker: Bien secos.
Detective Bonfiglio: Sí.
Señor Jaywalker: Bien envueltos.
Detective Bonfiglio: Estaban envueltos.
Señor Jaywalker: Casi como si alguien los hubiera puesto allí, bien secos, bien envueltos, esperando a que los encontraran.
Señor Burke: Protesto.
El Juez: Aceptada.
Jaywalker se imaginó que ya no iba a sacar mucho más del detective, así que aquél era un momento tan bueno como cualquier otro para dejarlo.
Había algo más que Burke quería hacer antes de que terminara la jornada, y era, tal y como había pensado Jaywalker, llamar a Roger Ramseyer, el detective de la División de Investigación Criminal. Ramseyer testificó que el viernes anterior el detective Bonfiglio le había entregado cuatro conjuntos de huellas conocidas, que pertenecían a Anthony Mazzini, Alan Manheim, William Smythe y Kenneth Redding. Ramseyer había ido a trabajar el sábado, su día libre, para comparar aquellas huellas con las que se habían encontrado en el apartamento de Barry Tannenbaum, pero que seguían clasificadas como desconocidas. Ninguna de las huellas desconocidas tenía concordancia con las conocidas.
Jaywalker no tenía ninguna pregunta que hacerle, así que el juez Sobel suspendió el juicio y, como siempre, les ordenó a los testigos que no hablaran del caso entre ellos, que no sacaran conclusiones antes de que se hubieran terminado de presentar todas las pruebas y que evitaran visitar los lugares mencionados en las declaraciones. Por si alguno de ellos estaba pensando en colarse en el edificio de Barry Tannenbaum, romper el precinto y entrar en la escena del crimen.
Pero, las reglas eran las reglas.
Incluso Jaywalker, que las había quebrantado muchas veces, lo sabía. Sin embargo, el saberlo no le calmaba en aquel momento. En un juicio que, de repente, tenía mucho que ver con baños y cisternas como con cualquier otra cosa, estaba muy claro para entonces adónde se dirigía su clienta. Por mucho que él detestara la idea de perder su último juicio, sabía que pensar en la derrota como algo personal era egoísta y absurdo. Claro, aquello le escocería durante un año o seis meses. Pero lo superaría. Se compraría una caja de botellas de Kalhúa y lo superaría. Pero para Samara, la derrota no sería sólo un golpe para el ego. Sería equivalente a pasar quince años de su vida en la prisión. Y eso, en caso de que la sentencia fuera mínima.
Jaywalker se preguntó qué podía hacer, qué regla podía romper, qué truco podía usar para cambiar el resultado. ¿Qué se le había pasado por alto? ¿Qué era lo que no se le había ocurrido? ¿O acaso en aquel juicio, como él había sospechado, no podría hacer nada por mucho que lo intentara?