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Señora Tannenbaum: Hablamos. Yo no podía creerlo. Yo nunca había hablado con nadie en toda mi vida más de uno o dos minutos. Y sólo del tiempo, o para pedir la sal o la hora.

Señor Jaywalker: ¿De qué hablaron?

Señora Tannenbaum: De todo tipo de cosas. De dónde nos habíamos criado, de nuestros gustos, de lo que no nos gustaba, de si llorábamos cuando estábamos tristes o cuando estábamos felices…

Señor Jaywalker: ¿Cómo salió ese tema?

Señora Tannenbaum: Va a parecer una tontería…

Señor Jaywalker: Cuéntenoslo.

Señora Tannenbaum: En un momento dado, yo empecé a llorar, sin más. Y Barry me preguntó qué me pasaba. Yo le dije que no me pasaba nada. Cuando volvió a preguntármelo, tuve la sensación de que debía decirle la verdad. Así que le dije que estaba llorando porque nunca había sido tan feliz en toda mi vida.

Señor Jaywalker: ¿Se acostó con él aquella noche? ¿Tuvieron relaciones sexuales?

Señora Tannenbaum: No, aquella noche no. No las tuvimos durante un mes, o quizá dos. Yo todavía pensaba que él era gay. De todos modos, no era una cuestión de sexo. Yo ya había tenido sexo suficiente como para una vida entera. Dos o tres vidas.

Señor Jaywalker: ¿Era por dinero?

Señora Tannenbaum: (Carcajada). Yo le estuve invitando a Coca-Cola toda la noche, porque pensé que él no podía permitirse pagar una copa. No creía que tuviera un céntimo, para ser sincera.

Señor Jaywalker: Pero él estaba alojado en una habitación del Caesars Palace, ¿no es así?

Señora Tannenbaum: Entonces, los grandes hoteles alojaban gratis a casi todo el mundo, al menos una vez. No sé si todavía lo hacen. Pero en aquellos días, lo único que había que hacer era preguntar. No tiene idea de cuántos tipos arruinados había en las habitaciones, esperando a que su suerte cambiara en el casino.

Señor Jaywalker: Entonces, si no se trataba de dinero ni de sexo, ¿de qué se trataba?

Señora Tannenbaum: Para ser sincera, no tenía ni idea. En aquel momento probablemente habría dicho que se trataba de amor. Ahora que soy mayor, y quizá un poco más lista, supongo que tenía que ver con haber encontrado a mi padre, al padre que nunca tuve.

Y en aquel momento, Samara perdió el control. No derramó ni una lágrima. No emitió ningún sollozo estudiado para hacerse con la atención del público. Sin previo aviso, Samara se dobló por la cintura como si hubiera recibido un cañonazo en el estómago, con la cara contorsionada de dolor, los puños apretados, los hombros temblando descontroladamente, luchando por respirar. Hizo ruidos extraños, animales, que salieron de lo más profundo de su ser. No hubo nada atractivo en ello, nada encantador, nada que pudiera suscitar la envidia de un director de Hollywood. Pero era real.

Durante un minuto, permaneció contorsionada de aquella manera, sin dar señales de que pudiera librarse de los demonios que tan repentina e inesperadamente se habían apoderado de ella. Jaywalker se quedó a su lado sin saber qué hacer, agarrándose a ambos lados del estrado para no ir corriendo hacia ella. Aquello no lo habían ensayado. No habían hablado de ello. Tenían planes para cualquier contingencia que pudiera ocurrir mientras ella estuviera declarando, desde ataques de estornudos hasta problemas de vejiga, pero no tenían ningún plan para un ataque de angustia como aquél. Él no sabía cómo solucionarlo. Lo único que sabía era que su cliente estaba en un lugar donde no se le podía ofrecer un pañuelo ni un vaso de agua, ni preguntarle si necesitaba unos minutos para recuperarse.

– Creo -dijo el juez Sobel- que hoy vamos a tomarnos el descanso para comer un poco temprano.

Y lo único que pudo hacer Jaywalker fue darle las gracias, caminar hasta la mesa de la defensa y sentarse, e imitar al resto de las personas de la sala: mirar y escuchar, e intentar no mirar y escuchar, mientras Samara continuaba retorciéndose por los atroces recuerdos de su infancia perdida. Únicamente cuando los miembros del jurado habían salido, el juez había dejado su estrado y el último de los espectadores se había marchado de la sala en silencio, Jaywalker se acercó a ella y la abrazó en el mismo sitio donde ella estaba agachada, para entonces de rodillas, en el suelo del estrado de los testigos. La tomó entre sus brazos y la meció suavemente, hasta que notó los sutiles signos de que su cuerpo estaba empezando a desencogerse y relajarse, y al final, supo que Samara estaba volviendo de aquel lugar tan lejano adonde su historia la había llevado.

25.

Congelado en el tiempo

Samara había recuperado el control cuando comenzó la sesión de la tarde, pero en opinión de Jaywalker, aquello fue beneficioso sólo a medias. Aunque era capaz de responder sus preguntas sin arrebatos ni interrupciones, sus respuestas habían perdido algo. Había perdido las ganas de entrar en detalles, de especular sobre sus motivos y de cuestionarse mientras miraba atrás. También había perdido la vulnerabilidad, que aunque aquella mañana había sido su ruina, también había dotado a su testimonio de autenticidad. Jaywalker sospechaba que había decidido cerrarse para mantener su equilibrio emocional, aunque al hacerlo perjudicara su credibilidad ante el jurado. Y, aunque Jaywalker entendía e incluso agradecía aquella decisión, no dejó de intentar sacarla de su refugio aunque ella se resistiera.

Señor Jaywalker: ¿Continuó la relación después de aquella primera mañana?

Señora Tannenbaum: Sí.

Señor Jaywalker: ¿Quiere describirnos su progreso, por favor?

Señora Tannenbaum: La única manera en que puedo describirlo es diciendo que Barry me cortejó. Sé que es una palabra anticuada y cursi, pero es lo que hizo. Me cortejó.

Señor Jaywalker: Explíquenos qué quiere decir.

Señora Tannenbaum: Quiero decir que tuvimos citas. Fuimos al cine. Él me regalaba flores. Nos tomábamos de la mano. Hablábamos durante horas. Cosas como aquéllas no me habían sucedido nunca.

Señor Jaywalker: ¿Tenía la relación un componente sexual?

Señora Tannenbaum: Al principio no. La verdad es que yo nunca encontré a Barry muy atractivo. Era mayor que yo, y además… bueno, no era el hombre más guapo del mundo. Así que había atracción, pero no era una atracción de tipo sexual. Estaba más basada en agarrarnos las manos, besarnos, decirnos cosas bonitas el uno al otro. Estaba basada en la ternura, supongo.

Señor Jaywalker: ¿Y a usted le gustaba aquello?

Señora Tannenbaum: ¿Que si me gustaba? Me encantaba. No sabía que hubiera algo así.

Samara describió cómo había avanzado su relación aquellos primeros días. Barry había tenido que volver a Nueva York por asuntos de trabajo, pero le telefoneaba todos los días y le enviaba tarjetas y flores. Samara recordaba que le había mandado media docena de rosas amarillas al sexto día de haberla conocido. Sin embargo, ella nunca se había imaginado que tuviera dinero; hasta que una de las otras camareras del bar del hotel le había hecho un comentario sobre su viejo millonario. Samara se había quedado desconcertada, la otra chica le había dicho: «Sí, claro». Al día siguiente, había aparecido con un ejemplar reciente de la revista People, en la que había un artículo sobre los diez solteros más ricos de Norteamérica. Barry era el primero. Samara se había quedado mirando la foto durante cinco minutos, intentando establecer la conexión entre el hombre del que se estaba enamorando y el que aparecía en aquellas páginas.