Si le habían quedado dudas, se disiparon pocas semanas después, cuando Barry, que se había visto obligado a cancelar un viaje a Las Vegas por su trabajo, le pidió a Samara que fuera a Nueva York. Ella le explicó que, aunque estaba dispuesta a arriesgar su puesto de trabajo por hacerlo, no tenía dinero suficiente para comprar el billete de autobús. Él le dijo que no sería necesario, que enviaría uno de sus aviones a recogerla.
Uno de sus aviones.
Para Samara, estar en Nueva York fue como estar en el baile para Cenicienta. Barry le compró ropa y joyas, la invitó a cenar, la llevó al teatro, a un concierto, a la ópera y al ballet. Ella ni siquiera sabía que existiera algo como la ópera. Por fin se acostaron juntos, pero ni siquiera aquello fue como nada que Samara hubiera vivido. Ocurrió entre sábanas de seda, en el ático de Barry, con vistas a las luces brillantes de Manhattan. Y, en vez de que las cosas estuvieran centradas en la satisfacción de Barry, estuvieron centradas en la satisfacción de Samara. En vez de querer poseerla, lo que él quería era agradarla. Al contrario que en sus experiencias anteriores, Barry no zanjaba las cosas sólo porque hubiera terminado. No terminó hasta que estuvieron uno en brazos del otro, maravillándose por la buena suerte que habían tenido al conocerse. En una palabra, aquello era amor, algo que Samara no había saboreado en sus dieciocho años de vida. Ni de niña, ni de adolescente, ni en la edad adulta, que había alcanzado mucho antes de lo debido.
Señor Jaywalker: ¿Cuál fue su reacción a todo esto?
Señora Tannenbaum: Estaba abrumada. ¿Quién no lo hubiera estado? Estaba en el cielo. Y, sin embargo…
Señor Jaywalker: ¿Y sin embargo?
Señora Tannenbaum: Y sin embargo, yo seguía esperando a que el reloj marcara la medianoche. Seguía pensando que iba a despertarme y a descubrir que todo había terminado. Cada vez que Barry abría la boca, yo contenía la respiración, pensando que iba a pedirme que me marchara.
Señor Jaywalker: ¿Y se lo pidió?
Señora Tannenbaum: No. Me pidió que me casara con él.
Se casaron seis meses después, en una pequeña ceremonia civil en Scarsdale, donde Barry tenía una casa, o más bien, tal y como dijo Samara, una mansión como la de Lo que el viento se llevó. Antes, ella había firmado un montón de papeles que le habían puesto delante los abogados y los contables de Barry, incluyendo el acuerdo prenupcial por virtud del cual, tal y como le explicaron, se quedaría en la calle sin nada si alguna vez pedía el divorcio. A ella no le importó. Había vivido en la calle durante dieciocho años, de un modo u otro, y había tenido suficiente. Y la idea de divorciarse de Barry alguna vez le parecía impensable.
Sin embargo, al contrario que en los cuentos, nada es para siempre. Ciertamente, no era una casualidad que Barry hubiera tenido tres matrimonios fallidos antes de conocer a Samara; además, él tenía cuarenta y cuatro años más que ella, y por otra parte, tenían pasados tan diferentes que podrían haber sido de dos planetas distintos.
Las dos semanas de luna de miel que pasaron en París se vieron constantemente interrumpidas por fusiones y adquisiciones, por juntas de accionistas y comisiones de investigación. A un mes de casarse, Samara se dio cuenta de que, para Barry, lo primero eran los negocios. Y lo segundo y lo tercero. Había un buen motivo por el que se había convertido en el soltero más rico de Norteamérica, y era que estaba completamente dedicado a su imperio financiero, de manera obsesiva, patológica. Era como si, justo después de su tercer divorcio, Barry hubiera ido a Las Vegas a encontrar sustituta. La había encontrado a ella, se había tomado un breve periodo sabático, lo justo para convencerla (lo que Samara había denominado cortejo), y se había casado con ella. Cuando había tachado aquello de la agenda, había vuelto al trabajo, como de costumbre.
Con aquel cambio de actitud de Barry hacia su mujer, el matrimonio no tuvo ninguna oportunidad. Samara se vio sola en una ciudad completamente extraña para ella, tan extraña que le daba miedo salir. No tenía amigos. Le rogó a Barry que le encontrara un trabajo, cualquier trabajo. Él se negó, porque no iba a permitir que su mujer lo avergonzara trabajando. Tener familia era imposible: Barry ya tenía cinco hijos y doce nietos de sus matrimonios anteriores, y aunque mantenerlos le costaba una parte muy pequeña de toda su riqueza, estaba bastante alejado de su progenie, y furioso por tener que pagarles nada. No tenía intención de incrementar su número. Incluso las relaciones sexuales se convirtieron en algo muy extraño.
Señor Jaywalker: Háblenos de eso.
Señora Tannenbaum: Al principio, yo pensaba que Barry era tan suave en la cama a causa de la ternura. Sin embargo, pronto me di cuenta de que no tenía nada que ver con eso. Era un hipocondríaco, una de esas personas que están convencidas de que van a morir pero temen ir al médico porque quizá averigüen que están en lo cierto. O que están equivocados y lo que ocurre es que están locos. Él había sufrido un ataque al corazón algunos años antes, y tenía miedo de que si hacía excesivos esfuerzos durante las relaciones sexuales con alguien mucho más joven que él, pudiera repetírsele y matarlo. Y había leído en su ordenador, de donde sacaba todos sus conocimientos médicos, que habían realizado un experimento que demostraba que producir esperma le costaba mucha energía a los ratones, y que como resultado vivían menos. Barry sacó la conclusión de que a las personas les pasaba lo mismo, así que intentaba no eyacular, porque tenía miedo de perder un mes de vida cada vez que lo hiciera.
Sin amigos, sin vida social, sin vida sexual, sin trabajo y sin esperanzas de poder criar una familia, Samara no tardó mucho en resentirse con Barry y rebelarse contra él. Su rebelión hizo que superara sus miedos y comenzara a salir. Sin embargo, no lo hacía durante el día, para ir de compras o de turismo, tal y como le aconsejaba Barry, sino de noche, cuando acudía a discotecas que abrían hasta muy tarde. Después de todo, en Las Vegas tenía el turno de noche, y ver el amanecer al salir de un bar subterráneo lleno de humo no era nada nuevo para ella.
Sin embargo, Nueva York no era como Las Vegas, donde lo que ocurría se quedaba allí. Pronto, los periódicos sensacionalistas se enteraron de las salidas nocturnas de Samara, y Barry también. Al principio, él lo aguantó, figurándose que ella se cansaría pronto de aquellas salidas. Sin embargo, los rumores se volvieron más feos, y relacionaron a Samara con algunos hombres. Hubo fotos.
Señor Jaywalker: ¿Eran ciertos los rumores?
Señora Tannenbaum: ¿Se refiere a que si salía con otros hombres?
Señor Jaywalker: Sí.
Señora Tannenbaum: Sí, sí salía con otros.
Señor Jaywalker: ¿Y se acostaba con ellos?
Señora Tannenbaum: Con algunos.
Señor Jaywalker: ¿Y por qué?
Señora Tannenbaum: Estaba aburrida. No tenía vida. Era como si Barry me hubiera puesto en funcionamiento, me hubiera enseñado lo que era hacer el amor, y lo que era la intimidad, y después hubiera intentado apagarme. Yo tenía dieciocho o diecinueve años entonces. Había conocido el sexo, pero nunca había hecho el amor. Quería más.
Señor Jaywalker: ¿Cuál fue la reacción de Barry?
Señora Tannenbaum: Estoy segura de que se sentía avergonzado, horrorizado, lo que fuera. Supongo que la palabra es humillado. Para Barry era muy importante tener el control de absolutamente todo. Y allí estaba yo, después de seis meses de casarnos, corriendo por ahí como una golfa. Estoy segura de que era muy duro para él sentir que de repente había perdido el control, como una víctima.
Señor Jaywalker: Ha usado la palabra «golfa». ¿Estaba aceptando dinero de esos hombres, o regalos, como había hecho en Las Vegas?
Señora Tannenbaum: No, no era nada de eso. Barry me daba todo el dinero que necesitaba. Yo no quería su dinero, quería una vida.
En pocos meses, Samara apareció en todas las portadas de los periódicos sensacionalistas, con vestidos escotados y del brazo de alguna celebridad menor, normalmente hombres jóvenes y guapos. Un día, Barry la arrinconó en el salón de su mansión de Scarsdale, la agarró por los brazos y le exigió que terminara con aquel comportamiento.