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Señor Jaywalker: ¿Y?

Señora Tannenbaum: Yo lo amenacé con llamar a la policía.

Señor Jaywalker: ¿Y accedió a cumplir con sus exigencias?

Señora Tannenbaum: No, si él no me conseguía un trabajo o me dejaba embarazada. Y no quiso hacerlo. Así pues, le dije que iba a mudarme, que tenía amigos con dinero que cuidarían de mí. Para impedirme que lo hiciera y lo humillara más, dijo que me compraría una casa en la ciudad. Lo único que me pidió fue que me comportara de un modo más discreto y que continuara actuando como su esposa en público, cuando me necesitara. Las apariencias eran muy importantes para Barry.

Señor Jaywalker: ¿Y funcionó?

Señora Tannenbaum: Funcionó durante un tiempo. Él me compró una casa en Midtown y abrió una cuenta bancaria para que yo pudiera amueblarla. Eso me proporcionó una ocupación, algo que creí que se me daba bien. También me dio espacio. Sé que es una palabra tonta de California, pero así es como yo me sentí.

Señor Jaywalker: Ha dicho que funcionó durante un tiempo.

Señora Tannenbaum: Sí. Sin embargo, la prensa y los columnistas de cotilleos son como tiburones. Seguían viniendo por más. Sé que fue culpa mía, por haber empezado; pero ellos se arremolinaban frente a mi casa y me seguían a todas partes, me sacaban fotografías en la acera, en el supermercado, en todas partes. Si yo me agachaba para recoger un pañuelo, al día siguiente había una portada con mi falda. Si me agachaba hacia delante, sacaban mi trasero. Una vez me vieron saliendo de una clínica ginecológica a la que había ido para que me examinaran un bulto que me había encontrado en un pecho. La fotografía salió en todas las portadas, y los titulares insinuaban que yo tenía sida o herpes, o que acababa de abortar. Alguien le envió ejemplares a Barry, y él se puso furioso. En realidad, no lo culpo. Yo también me habría puesto furiosa, en su lugar.

Samara intentó frenar su comportamiento y comenzó a pasar más tiempo en el ático de Barry, o en su mansión de Scarsdale. Sin embargo, Barry estaba enterrado en el trabajo, y a menudo se ausentaba durante días; así que Samara volvió poco a poco a su casa, a su vida y a sus antiguos amigos. Aunque se daba cuenta de que su comportamiento era una humillación para Barry, se sentía incapaz de cambiar.

De vez en cuando había choques fuertes entre ellos, discusiones y gritos llenos de amenazas y ultimátums. Nunca había violencia física, pero tampoco hubo nunca una resolución. Se impuso una especie de punto muerto, en el que Samara continuaba desafiando a Barry. Aunque él tuviera las riendas económicas de la vida de Samara, ella lo amenazaba con hacer públicos sus miedos, sus debilidades, sus ansiedades y sus neurosis sexuales. Si la suya era una relación de amor-odio, tenía muy poco de amor y bastante de ira. Barry odiaba a Samara por humillarlo continuamente, y Samara odiaba a Barry por mantenerla en una prisión sin muros.

Señor Jaywalker: ¿Cuánto duró aquella situación de estancamiento?

Señora Tannenbaum: Para siempre. A medida que pasaban los años, hicimos algunos ajustes, llegamos a algunos acuerdos. Seguíamos viéndonos y aparecíamos juntos en público cuando la ocasión lo requería. Sin embargo, en privado cada uno llevaba su vida. Yo me quedaba en mi casa, y Barry en la suya. Él detestaba eso, pero así eran las cosas.

Señor Jaywalker: ¿Y sus finanzas? ¿Quién se ocupaba de ellas?

Señora Tannenbaum: Barry tenía abogados y contables que se ocupaban de todo. Si había que firmar algo, uno de ellos llamaba y venía a casa, y me daba el documento que tuviera que firmar. Se ocupaban de las cosas sin tenerme en cuenta. Barry me había conocido cuando yo tenía dieciocho años y no sabía nada. Para cuando él… él murió, yo ya tenía veintiséis años y había aprendido algunas cosas. Sin embargo, era como si estuviera congelada en el tiempo para Barry. Siempre sería la camarera de dieciocho años en quien no se podía confiar ni para firmar un cheque. Eso era gran parte del problema.

Señor Jaywalker: Vamos a hablar de agosto, el agosto de hace un año y medio, el mes en que murió Barry. ¿Cómo estaban las cosas entre ustedes en aquel tiempo?

Señora Tannenbaum: Estaban igual que siempre, supongo. Yo ya no era el asunto favorito de la prensa, pero de vez en cuando hacía alguna estupidez, y mi foto salía en las portadas, con el pelo revuelto o un pezón al aire, o algo parecido. Y Barry se sentía humillado otra vez, y se ponía furioso, y teníamos una buena discusión.

En aquel momento, el juez Sobel interrumpió la declaración, tan amablemente como siempre, y preguntó si era un buen momento para conceder el descanso de la tarde. Sabía que Jaywalker iba a pedirle a Samara que hablara de la noche del asesinato, y decidió que los miembros del jurado debían estar descansados y alerta para escuchar su declaración.

– Es un momento perfecto -respondió Jaywalker.

Tenía la sensación de que el día había ido razonablemente bien. Aunque en aquella última sesión Samara había estado muy cautelosa en lo referido a las emociones, al menos no había permitido que su reticencia acortara sus respuestas. Quizá uno de los mayores obstáculos al que se enfrentaba un abogado al examinar a su cliente era que el acusado intentaba casi siempre resumir los hechos, en vez de explicarse. Por lo tanto, los buenos abogados dedicaban horas a sacar a la superficie los detalles de lo que había sucedido, y les decían una y otra vez que necesitaban transmitirles aquellos detalles a los miembros del jurado. Jaywalker, como en todo, llevaba aquello un paso más allá.

– Cuando salgas a declarar, estarás nerviosa. Desde tu sitio, verás a muchos extraños, y te vas a agobiar, créeme. Cuando ocurra esto, tu impulso natural será resumir las cosas. Todo el mundo lo hace. Lo que necesito es que controles ese impulso en lo posible. La mejor manera de hacerlo es hablar despacio y darme todos los detalles que puedas.

Había funcionado.

Si Samara sólo hubiera dicho que Barry era un hipocondríaco, los miembros del jurado lo habrían oído, pero sólo habrían tenido su conclusión intelectual. Cuando ella describió que Barry había leído aquel artículo sobre los ratones en Internet y que había tomado miedo a eyacular por si su vida se acortaba, ellos lo habían entendido. Lo mismo había ocurrido cuando había explicado que los periodistas no la dejaban tranquila; había descrito lo sucedido al salir de la clínica ginecológica, o las fotografías en las que se le veía un pezón, y le había dado al jurado algo que podían imaginar de verdad y recordar aquella noche, cuando llegaran a casa. La diferencia estaba en el hecho de que no se habían visto obligados a aceptar las conclusiones de Samara; habían asimilado los detalles y habían sacado sus propias conclusiones.

Lo que a Jaywalker no le complacía tanto era lo rápidamente que Samara había admitido su rabia contra Barry. ¿De dónde había salido eso? Él no recordaba que hubieran hablado de ello durante las sesiones de preparación. Si ella lo hubiera mencionado, habrían trabajado para rebajar el tono de su narración. Tal y como lo había contado en el estrado, aquella ira, unida a la existencia de la póliza de seguros, podía haber sido motivación suficiente para matar a Barry una docena de veces. Y a Tom Burke no se le había escapado, desde luego: Jaywalker lo había observado de reojo y lo había visto anotando cosas en su cuaderno en cuanto las palabras salían de labios de Samara.

Por lo tanto, Jaywalker iba a hacer todo lo que estuviera en su mano por arreglar las cosas antes de que Burke tuviera oportunidad de sacarles provecho. Sin embargo, la ira todavía estaba allí, y no era de ayuda.

Cuando los jurados estuvieron de nuevo sentados en sus sillas, después del descanso, Jaywalker no perdió el tiempo y fue directamente al grano.