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Después, Jaywalker le mostró a Samara la póliza del seguro de vida e hizo que identificara su firma. Sin embargo, no recordaba haberla firmado, y nunca había querido hacer un seguro de vida a Barry ni a nadie más. Firmaba muy a menudo papeles que le presentaban el contable o el abogado de Barry, pero nunca se molestaba en leerlos, porque confiaba en sus afirmaciones de que lo hacían por su bien. Cuando Jaywalker le mostró el cheque por valor de veintisiete mil dólares, ella corroboró el testimonio de William Smythe y dijo que no era su firma la que figuraba en él, y que no lo había visto nunca. Tampoco había notado que faltara tanto dinero en su cuenta bancaria; apenas abría las cartas del banco ni ponía al día la cartilla; dejaba esas cosas para otros.

Jaywalker tomó aire. Eran las cuatro y media, y todavía tenía un par de puntos en sus notas. El primero de ellos era el Seconal que Samara había descubierto en su cocina. Sin embargo, Jaywalker tenía miedo de mencionarlo porque podía parecer demasiado sospechoso para el jurado. No podía pedirles a los miembros del jurado que creyeran que quien había asesinado a Barry y le había tendido la trampa a Samara era tan diabólico como para poner el Seconal en su armario de las especias con la esperanza de que la policía lo encontrara. Incluso a Jaywalker le parecía más probable que Samara hubiera conseguido el barbitúrico y lo hubiera colocado allí. Así pues, tomó el bolígrafo y tachó la palabra Seconal de la lista.

Era hora de terminar.

Señor Jaywalker: Samara, nos ha dicho que algunas veces se enfadaba mucho, mucho con Barry. ¿Es correcto?

Señora Tannenbaum: Sí.

Señor Jaywalker: ¿Alguna vez, en sus ocho años de matrimonio, se enfadó lo suficiente como para pegarle?

Señora Tannenbaum: No, nunca.

Señor Jaywalker: ¿Alguna vez lo golpeó, o con alguna parte de su cuerpo o con un objeto?

Señora Tannenbaum: Sólo una vez. Una vez, hace cinco años, le lancé una botella de refresco. Le di en el hombro, creo.

Señor Jaywalker: ¿Se rompió?

Señora Tannenbaum: ¿Romperse? Era una botella de plástico.

Señor Jaywalker: ¿Le hizo daño?

Señora Tannenbaum: No, la botella rebotó en su hombro. Estaba vacía. No le habría hecho daño ni a un ratón. Acabamos riéndonos.

Señor Jaywalker: Aparte de ese incidente, ¿hirió físicamente a su marido alguna vez, o intentó hacerlo?

Señora Tannenbaum: No, nunca.

Señor Jaywalker: ¿Lo quería?

Señora Tannenbaum: Sinceramente, no estoy segura. Sé que al principio sí. Sin embargo, era difícil querer a Barry. Estaba obsesionado con sus negocios. Y a mí nunca se me ha dado bien querer. Creo que aprendí a cerrarme muy pronto en la vida. A no darme a los demás. Quizá amar fuera muy difícil para nosotros dos.

Señor Jaywalker: ¿Quería terminar con esa relación?

Señora Tannenbaum: Sólo cuando estábamos discutiendo, o peleándonos, o como lo llame la gente. Aparte de esas ocasiones, no. Yo era la señora Tannenbaum. Además, tenía mi propia casa, mis amigos, mi vida. No era perfecto, pero era bastante.

Señor Jaywalker: ¿Mató usted a Barry Tannenbaum?

Señora Tannenbaum: No, no lo hice.

Señor Jaywalker: ¿Tomó este cuchillo, o cualquier otra cosa, y se la hundió en el pecho y en el corazón?

Señora Tannenbaum: Dios, no.

Con aquella negativa, Jaywalker se alejó hacia la mesa de la defensa y se sentó. Del uno al diez, él le hubiera dado un nueve. El único problema era que las pruebas que había contra ella eran muy sólidas, y un nueve no iba a ser suficiente. Demonios, ni siquiera un diez lo habría sido.

Todavía quedaba el turno de preguntas del fiscal. Tom Burke se levantó y solicitó permiso para acercarse al estrado del juez. En vez de comenzar su interrogatorio en aquel momento, a las cinco menos cuarto, pidió retrasarlo hasta la mañana siguiente.

– Bien, pero no por la mañana. Tengo las comparecencias de los abogados de mis casos. Pero, sí, puede comenzar a interrogar a la acusada mañana por la tarde.

Después, el juez Sobel les dijo a los miembros del jurado que tenían la mañana siguiente libre, lo que les pareció la mejor noticia del mundo, y cerró la sesión.

Cuando salieron del edificio, Jaywalker acompañó a Samara por Canal Street.

– Lo has hecho muy bien -le dijo-. Hazlo la mitad de bien mañana, y yo me ocuparé del resto.

– ¿No quieres que preparemos por última vez el interrogatorio del fiscal?

– No -respondió él-. Estás preparada.

Era su manera de decir «Si no lo estás ahora, no lo estarás nunca». Paró un taxi y abrió la puerta para que ella entrara.

– ¿Estás seguro? -insistió Samara-. Es decir, tenemos hasta mañana por la tarde. Para prepararme mejor, quiero decir.

Él sonrió ante la transparencia de su invitación.

– Acuérdate de lo que dijimos -le recordó él.

– Después -dijo ella.

– Después -repitió él.

26.

Golpea la mesa

Al día siguiente, no terminó su sesión de comparecencias hasta después de la comida, Burke comenzó el interrogatorio de Samara a las tres de la tarde. Cuando lo hizo, comenzó a preguntarle por su primer encuentro con Barry, de vuelta al momento en que ella tenía dieciocho años y trabajaba de camarera en uno de los bares del Caesars Palace.

Señor Burke: Eso ocurrió muy poco después de que hubiera dejado de… como usted lo describió, aceptar dinero y otros regalos a cambio de favores sexuales. ¿No es así?

Señora Tannenbaum: No estoy segura de haber dicho «favores sexuales», pero sí, fue poco después de eso.

Señor Burke: Bien, como usted quiera llamarlo, pero había dejado de hacerlo.

Señora Tannenbaum: Exacto. Ya había cumplido dieciocho años y por fin podía trabajar.

Señor Burke: Y entonces, una noche, vio a Barry Tannenbaum.

Señora Tannenbaum: Sí. Aunque no sabía que él era Barry Tannenbaum, ni quién era Barry Tannenbaum.

Señor Burke: Entiendo. Díganos, ¿fue él quien estableció contacto con usted, o usted quien estableció contacto con él?

Señora Tannenbaum: No estoy segura de qué quiere decir con «establecer contacto».

Señor Burke: ¿Se acercó él a usted primero, o usted a él?

Señora Tannenbaum: Yo me acerqué a él.

Señor Burke: De hecho, comenzó invitándole a una bebida.

Señora Tannenbaum: A Coca-Cola light.

Señor Burke: Eso es una bebida, ¿no es así?

Señora Tannenbaum: En Las Vegas no.

Las risas que se oyeron desde la tribuna del jurado indicaron que Samara había marcado un punto. Y lo más importante, sugerían que había empezado a caerles bien. Sin embargo, Jaywalker también detectó una señal de peligro en las respuestas de Samara. Estaba luchando con Burke, intentando vencerlo siempre que podía, incluso en las cosas pequeñas. Jaywalker le había advertido que no lo hiciera, pero en aquel momento se estaba dando cuenta de lo difícil que le resultaba a Samara contener su carácter batallador. «Cálmate», le dijo mentalmente. «Limítate a responder las preguntas». Sin embargo, por mucho que le enviara el mensaje subliminalmente, no creía que ella fuera capaz de oírlo.

Señor Burke: ¿Y no es un hecho, señora Tannenbaum, que cuando terminó su turno aquella noche, Barry y usted salieron juntos?

Señora Tannenbaum: ¿Que salimos? No, eso no es verdad.

Señor Burke: ¿Adónde fueron?

Señora Tannenbaum: A su habitación del hotel.

Señor Burke: Ah. Y eso no es salir, ¿verdad?