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Señor Burke: Y, que usted supiera, cabía la posibilidad de que Barry no le hubiera dejado nada en su testamento, ¿verdad?

Señora Tannenbaum: Sí.

Señor Burke: Y, finalmente, tampoco habría obtenido ningún dinero de un seguro de vida, porque quizá no hubiera ninguno, ¿no es así?

Señora Tannenbaum: Exacto.

Señor Burke: Estaba usted en una situación precaria, ¿no le parece?

Señor Jaywalker: Protesto. Eso es suposición del fiscal.

Aunque el juez aceptó la protesta, Jaywalker sabía que Burke había conseguido anular el punto anterior de Samara y había marcado otro propio. El jurado no necesitaba oír la respuesta para entender que, según lo que sabía ella, su fortuna estaba en peligro de completar el círculo: de vivir bajo el umbral de la pobreza en una caravana a convertirse en princesa, y después a vivir en la pobreza de nuevo.

Sin embargo, Burke no estaba dispuesto a quitarle el pie del cuello todavía. Hizo que admitiera que la relación se había desintegrado con los años, porque ella se sentía cada vez más atrapada en un matrimonio con un hombre que ponía constantemente los negocios por delante de ella, y él se sentía cada vez más humillado por las muchas maneras en que ella lo humillaba.

Señor Burke: Poco antes de que su marido fuera asesinado, usted supo que su salud no era buena, ¿verdad?

Señora Tannenbaum: Sabía que tenía un catarro la última noche que lo vi. O la gripe. Algo así.

Señor Burke: Algo así. ¿Algo más?

Señora Tannenbaum: Como he dicho, siempre se estaba quejando de algo, siempre tenía miedo de estar enfermo o morir.

Señor Burke: ¿Sabía usted algo de su enfermedad coronaria?

Señora Tannenbaum: Sabía que había tenido un ataque al corazón antes de que nos conociéramos.

Señor Burke: ¿Y sabía que tenía cáncer?

Señora Tannenbaum: No.

Señor Burke: ¿No lo sabía?

Señora Tannenbaum: No lo supe hasta después de su muerte.

Señor Burke: ¿Está diciendo que su marido hipocondríaco, que estaba constantemente quejándose y expresando su miedo de que pudiera estar muriéndose, no le dijo que tenía cáncer?

La protesta de Jaywalker y la débil respuesta afirmativa de Samara no sirvieron de nada. Lo que había querido decir Burke estaba claro: Samara estaba mintiendo. No sólo había creído que su posición financiera era muy vulnerable en un matrimonio que se deshacía, sino que, en el supuesto de que aquel matrimonio sobreviviera, su marido podía morir. Desesperada por protegerse de un modo u otro, había hecho una apuesta por la vida de Barry, y había apostado una gran suma de dinero. Después lo había asesinado durante el breve periodo de seis meses que concedía la póliza. Al menos, eso era lo que iba a argumentar Burke en su declaración final, con una lógica irresistible.

Además, Burke abordó de nuevo el tema de la póliza de seguros. Sacó el documento, lo dobló de manera que la última página quedara en primer lugar e hizo que un funcionario lo colocara delante de Samara.

Señor Burke: Díganos de quién es esa firma, por favor.

Señora Tannenbaum: Mía.

Señor Burke: ¿Es su letra?

Señora Tannenbaum: Sí.

Señor Burke: Nadie la apuntó con un arma y la obligó a que firmara, ¿verdad?

Señora Tannenbaum: No.

Señor Burke: Nadie la engañó para que firmara, ¿verdad?

Señora Tannenbaum: No lo sé. No recuerdo haberlo firmado, así que no puedo hablarle de las circunstancias en que lo hice.

Señor Burke: ¿Le cubrieron los ojos con una venda?

Señora Tannenbaum: No, nadie me ha cubierto los ojos con una venda. Eso sí lo recuerdo.

Señor Burke: ¿Le importaría ir a la primera página, por favor?

Señora Tannenbaum: No.

Señor Burke: ¿Ve algo escrito en letra mayúscula en la parte superior de la página?

Señora Tannenbaum: Sí.

Señor Burke: ¿Quiere leérselo al jurado, por favor?

Señora Tannenbaum: ¿En voz alta?

Señor Burke: Sí, en voz alta.

Señora Tannenbaum: Formulario de póliza de seguro de vida a corto plazo.

Señor Burke: A mitad de la página, verá el título «Sumario de contenidos». ¿Quiere leer lo que sigue inmediatamente a esas palabras, también escrito en letras mayúsculas?

Señora Tannenbaum: (Señalando) ¿Aquí?

Señor Burke: Sí, ahí.

Señora Tannenbaum: (Leyendo) Nombre del asegurado, Barrington Tannenbaum. Cantidad de la póliza, veinticinco millones de dólares. Vencimiento de la póliza, seis meses. Nombre de la beneficiaria, Samara M. Tannenbaum.

Señor Burke: Gracias.

Burke retiró la póliza y siguió con los objetos que se habían hallado en casa de Samara. Como había hecho Jaywalker anteriormente, hizo que identificara la toalla, la blusa y el cuchillo. Después le dio la oportunidad de explicar quién podía haber escondido detrás de la cisterna de su baño aquellos objetos. Samara no tenía respuesta. Había estado sola en casa todo el tiempo, desde que había vuelto a casa hasta que habían aparecido los detectives al día siguiente. ¿Pensaba que alguien se había colado en su casa y había puesto las cosas allí sin que ella se diera cuenta, o que las había puesto allí después de que se la hubieran llevado esposada? ¿O quizá habían sido los detectives quienes habían dejado allí los artículos, a causa de un inexplicable deseo de inculparla?

De nuevo, Samara no tenía respuesta.

¿Quizá los había escondido ella misma allí, de modo temporal, pensando que podría librarse de ellos en cuanto pudiera, y se había quedado sorprendida por lo rápidamente que había aparecido la policía? No, insistió ella. Aquello no era cierto. Ella nunca había puesto aquello en su casa, aunque tampoco podía decir quién lo había hecho, o cómo se las habían arreglado para conseguirlo.

A veces llegaba el momento, durante el interrogatorio del fiscal, en que las caras de los miembros del jurado expresaban con claridad su escepticismo, su incredulidad. Aquel momento había llegado para Samara. Ya no la creían. Jaywalker lo supo con tanta seguridad como sabía su apellido.

Eran casi las cinco de la tarde. Burke solicitó permiso para acercarse al estrado del juez. Después pidió permiso para terminar su interrogatorio al día siguiente. El juez Sobel accedió, y no aceptó la protesta de Jaywalker. Sin embargo, él sabía que, aunque se la hubiera concedido, no habría servido de nada. De hecho, había decidido que llegados a aquel punto, nada serviría.

Una hora antes, la defensa estaba en la cresta de la ola. El carácter batallador de Samara le había hecho ganar puntos al principio. Sin embargo, Burke había conseguido acorralarla con las pruebas, y atraparla en los hechos. Aquello le recordó a Jaywalker un consejo que había oído mucho tiempo antes de otro abogado: «Cuando tienes los hechos, golpea con los hechos. Cuando no tienes los hechos, golpea la mesa».

En aquel caso, el problema había sido desde el principio que el fiscal tenía de su lado los hechos, y también a la ley. En los dos momentos favorables del juicio, Jaywalker se había engañado a sí mismo pensando que, a pesar de aquel desequilibrio, quizá diera con la manera de lograr la absolución para Samara. Sin embargo, en aquel instante se veía reducido a golpear la mesa. Y aunque pudiera producir algo de ruido, eran los hechos y la ley lo que generalmente producían las victorias.

Aquella noche, Jaywalker se sirvió una dosis generosa de Kalhúa, dejó el vaso en la encimera y se sentó en uno de los taburetes de la cocina. Se quedó sentado a oscuras durante más de veinte minutos, sin hacer nada más que observar el líquido negro. Incluso sin acercar la nariz, percibía el aroma a café del licor y su dulzura. Sólo cuando se hubo dicho veinte veces que no podía hacer eso, ni a su cliente ni a sí mismo, se movió ligeramente, primero a la derecha y después a la izquierda, para sacar las manos de debajo de las piernas, donde se le habían quedado entumecidas por el peso.