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Volvieron porque, la primera hora de deliberación de un jurado era siempre un momento peligroso. Si iban a decidirse por la absolución del acusado sólo por emoción, y Jaywalker sabía que aquélla era la única clase de absolución que podía esperarse, tenía que llegar rápidamente. Tenía que llegar antes de que los miembros del jurado tuvieran la oportunidad de comenzar a examinar las pruebas. Por otra parte, había jurados que comenzaban haciendo una votación preliminar para saber cuál era la posición de todo el mundo. Jaywalker se imaginaba a aquel jurado haciendo justamente eso, y dándose cuenta de que los doce habían usado sus papeletas para declarar culpable a la acusada.

5:00

Después de una hora, no había pasado nada. No se había producido un veredicto rápido, ni de culpabilidad ni de inocencia. Poco a poco, las mariposas se posaron y se aquietaron. Sin embargo, Jaywalker sabía que tenían el sueño muy ligero. En cuanto se oyera el más mínimo ruido desde la sala donde estaba deliberando el jurado, aunque sólo fuera un timbrazo que indicara el deseo de una jarra de agua fresca, o de echar un vistazo a alguna prueba física, las mariposas alzarían el vuelo otra vez.

5:45

A medida que se acercaban las seis, todo el mundo comenzó a preguntarse qué iba a hacer el juez con la hora de cenar. ¿Ordenaría que los miembros del jurado se marcharan pronto a comer algo y haría que los trajeran después para que continuaran con la deliberación? ¿O en vez de eso dejaría que trabajaran un par de horas más y los enviaría al hotel después de que cenaran? Algunos jueces les daban a los miembros del jurado la posibilidad de elegir. Fuera lo que fuera, los miembros del jurado se agruparían y responderían a través del portavoz, y Jaywalker siempre intentaría leer su respuesta como si fueran los posos del café en busca de la más mínima indicación de que estaban cerca de alcanzar el veredicto, o por el contrario, atrincherándose para mantener un largo debate.

Jaywalker leyó todo lo que había que leer. Pidió pistas a los funcionarios de los juzgados, quienes le tenían simpatía porque había sido agente de la Agencia Antidroga y porque, en el fondo, era un servidor civil, uno de ellos. Ellos se quedaban cerca de la puerta de la sala del jurado y normalmente tenían una idea bastante acertada de lo que estaba sucediendo al otro lado. ¿Estaban los miembros del jurado discutiendo, peleándose, gritándose? Jaywalker necesitaba saberlo. Necesitaba saber hacia qué lado se estaban inclinando, cómo se estaban separando en grupos, y si estaban haciendo progresos o se habían dividido sin esperanza. Si él supiera aquellas cosas, podría saber también si el juez iba a declarar nulo el proceso porque el jurado no había podido alcanzar un veredicto, o si iba a concederles más tiempo a los miembros del jurado. Y saber qué posición debía adoptar podía marcar una gran diferencia.

6.10

El juez Sobel les dijo a los abogados que iba a dejar que el jurado deliberara durante una hora más antes de enviarlos a cenar y después al hotel. Jaywalker no protestó. Por lo que a él concernía, la posibilidad de que alcanzaran un veredicto rápido se había esfumado, y el peligro estaba en aquel momento en que alcanzaran un acuerdo rápidamente para que no los dejaran encerrados en el hotel. Sabía que iba a pasar los siguientes sesenta minutos con sus mariposas.

¿Y Samara? Era difícil decirlo. Nunca hubiera pensado que era una persona religiosa, pero al verla en aquel momento, sentada sola hacia el final de la sala, tenía que maravillarse de su compostura. ¿Es que no sabía lo que estaba ocurriendo?

De vez en cuando, él se acercaba y se sentaba a su lado, aunque no sabía muy bien si era para ofrecerle apoyo o para recibirlo de ella. Sin embargo, sólo permanecía junto a Samara durante unos minutos. Pronto se le hacía evidente que sus metabolismos eran muy diferentes, él con sus hordas de mariposas frenéticas y ella con su extraña y serena compostura.

Jaywalker sabía que estaba muerta, pero no tenía valor para decírselo. Así que ella seguía allí sentada, consolándose con su fe en Dios o con su inocencia, o con lo que la estuviera ayudando a soportar aquello.

6:33

Sonó el timbre.

Las mariposas echaron a volar, y Jaywalker notó que el corazón comenzaba a fibrilar en su pecho. Contuvo el aliento, esperando un segundo timbrazo. Dos timbrazos significaban que había veredicto. Uno significaba tan sólo una pregunta o una petición de algún tipo.

Sólo hubo uno.

Exhaló y tomó aire de nuevo. La fibrilación cesó poco a poco. Jaywalker estaba seguro de que así era como su corazón iba a rendirse. Moriría esperando un segundo timbrazo.

Uno de los funcionarios de sala apareció con una nota. Era amigo de Jaywalker, y cuando los dos cruzaron la mirada, el oficial apretó los labios e hizo un gesto negativo, casi imperceptible.

Mierda.

Estimado juez Sobeclass="underline"

Nosotros, el jurado, estamos muy cerca de alcanzar un veredicto unánime, pero primero tenemos una pregunta. ¿Se nos permite declarar culpable a la acusada, y recomendar clemencia para su sentencia teniendo en cuenta su pasado?

Stanley Merkel

Portavoz

Mierda, mierda, mierda.

Así iba a terminar todo. Para Samara, para él, y para todo el estúpido asunto de haber decidido convertirse en abogado defensor en un principio.

Se avisó al juez para que bajara a la sala del juicio, y Jaywalker se acercó a Samara. Por la expresión de su cara, Jaywalker supo que aunque ella mantuviera el tipo, no era tonta, y tampoco era ajena a todo.

– No va bien, ¿eh?

– No va bien.

Él le contó lo que decía la nota. No tuvo que explicarle lo que significaba. Ella asintió. Él pensó que, posiblemente, Samara se encontraba en estado de shock, y que por eso podía permanecer tan serena.

El juez apareció, y Jaywalker condujo a Samara hasta la mesa de la defensa y se sentó a su lado. Sobel informó a los letrados de que tenía intención de hacer entrar a los miembros del jurado a la sala y decirles que, aunque eran libres de hacer la recomendación que quisieran, tenían que entender que dictar sentencia era función del tribunal, y que él podría rechazar su recomendación o incluso ignorarla por completo, si llegaba el caso.

Jaywalker protestó. Quería que el juez prohibiera hacer ninguna recomendación a los miembros del jurado. Si pensaban que Samara merecía clemencia, debían absolverla.

Sobel contestó que iba a mantener su respuesta.

6:51

A medida que iban entrando los miembros del jurado, pareció que se alejaban un poco de la mesa de la defensa de camino a la tribuna. Rehusaron establecer contacto visual. Se observaron las manos, el pelo, los pies, los unos a los otros y también observaron al juez. Y a Tom Burke. Parecía que habían salido de un velatorio.

Jaywalker los miró fijamente con intención de ponérselo más difícil. Lo único que consiguió fue una mirada furtiva de la miembro del jurado número ocho, Carmelita Rosado, la profesora de guardería. Sin embargo, él se dio cuenta de que había llorado porque tenía los ojos brillantes y un poco enrojecidos.

– Póngase en pie el portavoz, por favor -dijo el secretario.

El señor Merkel se puso en pie.

– En el caso del Pueblo de Nueva York contra Samara Tannenbaum, ¿ha alcanzado el jurado un veredicto?

Más mariposas, más fibrilación.

– No.

– Gracias. Por favor, siéntese.

Sólo había sido una formalidad, uno de los muchos rituales que tenían lugar durante un juicio. Sin embargo, incluso sabiéndolo, y sabiendo por la nota que el jurado no había llegado a un acuerdo, aquella pequeña charada fue como una experiencia cercana a la muerte para Jaywalker. Además, no podía imaginarse lo que debía de haber sentido Samara, que no conocía las reglas de aquel ritual. En apariencia, sin embargo, ella no se había derrumbado.

El juez leyó la nota del jurado en voz alta. Cuando el señor Merkel alzó la mano para formular una pregunta, el juez se negó amablemente a escucharla. En vez de eso, envió de nuevo al jurado a la sala de deliberación, con la instrucción de comunicarse por medio de otra nota.