– ¡Coño! Colombia se acabó -sentencié.
¡Qué va, Colombia no se acaba! Hoy la vemos roída por la roña del leguleyismo, carcomida por el cáncer del clientelismo, consumida por la hambruna del conservatismo, del liberalismo, del catolicismo, moribunda, postrada, y mañana se levanta de su lecho de agonía, se zampa un aguardiente y como si tal, déle otra vez, ¡al desenfreno, al matadero, al aquelarre! Colombia, Colombina, Colombita, palomita: ¿no es verdad que cuando yo me muera no me vas a olvidar?
– Shhhh -me callaba el radioescucha.
Estaba oyendo un recuento, un balance, de las sinvergüencerias del Congreso en el año que pasó.
– A partir de este que empieza todo prescribe -me informaba-. La ley de prescripción la dictaron ellos, la cueva de Ali Babá.
Vívida perdura en mi memoria venerable, en una silla de ese balcón frente a ese radio, oyendo las raterías del Congreso.
– Dejá de oír tanta noticia, tanta infamia que te vas a envenenar el alma -le aconsejaba yo.
¡Qué va! Él las oía como quien oye un partido de fútbol, con espíritu deportivo. Hasta el final conservó el optimismo, su fe en la vida, su buen humor. Fue un santo. Veintitrés hijos engendró en una sola mujer, alegremente, sin pensarlo mucho, y se murió dejándonos una casa en el barrio de Laureles, tres vaquitas en un pegujal, y en el alma un recuerdo desolado.
Ah, y nos dejó también la honradez, que sirve pa lo que sirven las tetas de los hombres. La honradez no da leche. Leche da un puesto público bien ordeñado.
Papi: hemos vivido y muerto en el error, hemos sido limpios, claros, honrados. En premio sigue el cielo. Será sentarnos pues a oír cantar con sus arpas los querubines. A vos que te toquen tu pasillo «Tierra Labrantía». A mí la «Gran Cantata de Satán».
Hijo: Hazte nombrar y valoriza el puesto. Que nada pase con tu firma sin tu coima, que el mundo es de los vivos y el cielo de los pendejos. No des sin que te den y si no te dan que esperen, que la prisa es de ellos: ellos tienen la siderúrgica prendida y no pueden esperar: tú sí, tú tienes sueldo. ¿Industrias? ¿Cultivos? ¿Trabajo para los desempleados? Que las abran ellos, que cultiven ellos, que les den trabajo ellos que son los explotadores: tú no, tú eres santo. Y ten presente que funcionario que deja el puesto ya no es: fue. Por eso les dicen «el ex ministro», «el ex presidente», con una equis lastimera. En esa equis radica la diferencia entre el ser y el no ser. Así que no sueltes puesto sin tener otro mejor preparado. A tus inferiores humíllalos, a tus superiores cepíllalos, y cuando tus superiores caigan, dales con el cepillo en la cabeza que la lealtad es vicio de traidores. ¡Cómo vas a traicionar tus intereses por un ex jefe! Un ex ya no es. Y sube, sube, sube que mientras más subas tú tu país más baja. Nadie está arriba si nadie está abajo. En las entrevistas no te des, que tú no eres mujer enamorada, y no olvides que hoy día todo lo graban; di que si pero que no, enturbia el agua que no se pesca en río transparente. Masturba al pueblo, adula a los poderosos, llora con los damnificados, y a todos promételes, promételes, promételes, y una vez elegido proclama a los cuatro vientos tu amor a tu país pero si te lo compran véndelo, y si no hipotécalo que las generaciones venideras pagan: el futuro es de los jóvenes. Las casas, las calles, las escuelas, los hospitales, las universidades, las carreteras que prometiste déjalas como los puentes: en el aire, pendientes, entre una orilla y la otra de la nada. Absurdo sería gastarte en lugares comunes suntuarios lo que es para tus gastos: tus mansiones, tus aviones, tus palacios, tus palacetes, tus islas, tus playas, tus yates, tus putas, tus delicatessen. Y al irte, si es que te vas, recuerda que lo que dejes se lo lleva el próximo viento: dinero en arca pública es volátil cual espíritu de trementina. Eso, eso, eso es lo que le aconsejarla yo a un hijo si lo tuviera. Pero ay, yo no practico la cópula con las hijas de Eva, y la existencia por lo visto no se da sin causa agente. ¿Honraditos a mi? ¡Honrado el Papa, Su Santidad! Y trabajador además: echa azadón de sol a sol.
Émula de este laborador infatigable, la Loca se instaló en la planta alta de su casa a trabajar: con sus pobres cuerdas vocales:
– Bajá y decile a tu papá que ponga la lavadora, que él sabe -me mandaba a mí, que pasaba.
– No, Mandolina. Bajá y decile vos -le contestaba yo, que me iba.
A tal grado habían llegado sus sutilezas mandonas, que mandaba por interpósita persona para no tener que gritar. ¿Y tu papá? ¿Mi papá, el ex senador y ex ministro, el santo de su marido? Uncido al carro de su destino el buey araba. Se lo sorbió. Le chupó el espíritu y de hambre en hambre el cuerpo se lo dejó en veremos. Por eso cuando una socióloga de la Universidad de Antioquia me explico que las únicas familias felices en Colombia eran las de los políticos yo le contesté:
– Ah…
Un día en que estábamos en silencio la Loca y yo en la biblioteca, ella viendo televisión y yo viéndola embrutecerse, antes de que se le ocurriera articular palabra para mandar le ordené:
– Bajá y hacéme un jugo de naranja.
¡Abrió tamaños ojos de incredulidad metafísica! ¡El mandón mandado! Y le empezó la taquicardia. A Cuba le recomiendo una actitud similar frente al tirano: voluntad inquebrantable y decidida acción.
Me había dormido meditando en el ser y el parecer, contándole los travesaños al andamiaje inmenso de la hipocresía y la mentira sobre el que se ha construido la vida humana, pero tuve un sueño hermoso. Soñé que estaba en Colombia y que me habían dado un puestico en el Ministerio de Relaciones Exteriores y que les abría un boquete del tamaño de un camión por el que les metía a los Estados Unidos un camionado de coca. La coca, apócope de cocaína, es un polvito blanco, sutil, que se nos va por la nariz a acariciar al cerebro, y que pese a su sutileza da más que el café. El café es una maleza, una roya, una broca, la tumba de las ilusiones, y si no me cree, cultívelo a ver. Ayudado por la burocracia, esta roña se cagó en Colombia. Maldito el que lo trajo. Y su madre. Y de paso España y la religión católica. Y enmalezado hasta la coronilla, haciéndoseme agua la nariz por el polvito travieso que se escapaba por las rendijas del camión, he aquí que suena el teléfono y me despierta. Era mi cuñada Nora que me llamaba desde el país de los sueños para avisarme que papi, mi papá, mi padre, el único que tenía y que podía tener (porque una madre vale un carajo), se había puesto mal y que los médicos temían lo peor. Que viera yo si regresaba o no regresaba.