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—Bien —dijo, súbitamente enojado ante la visión de su cabello. Él nunca había visto a una mujer con el pelo sin trenzar antes de partir de Dos Ríos. Allí, todas las chicas aguardaban con impaciencia que el Círculo de Mujeres de su pueblo les indicara que ya eran lo bastante mayores para llevar trenza. Egwene también había esperado con vehemencia aquel acontecimiento. Y ahora estaba allí con la melena suelta, exceptuando una fina cinta. «Yo quiero ir a casa y no puedo, y ella está ansiosa por olvidar el Campo de Emond». —Tú te vas a ir ahora mismo y me vas a dejar solo también. Ya no te interesa la compañía de un pastor. Hay un montón de Aes Sedai aquí con las que puedes entretenerte. Y no le digas a ninguna de ellas que me has visto. Están buscándome y no me beneficiaría en nada que las ayudases.

—¿Crees que yo iba a…? —Las mejillas de la muchacha se tiñeron de un intenso rubor.

Se volvió para marcharse y entonces ella se abalanzó sobre él gritando y lo agarró por las piernas. Los dos cayeron sobre el suelo de piedra, al tiempo que se desparramaban alforjas y hatillos. Exhaló un gruñido al golpearse y clavarse la empuñadura de la espada en el costado, y volvió a gruñir cuando ella se enderezó y se dejó caer sobre su espalda como si él fuera una silla.

—Mi madre —explicó con contundencia— siempre me decía que la mejor manera de aprender a tratar con los hombres es montando a una mula. Según ella, la mayoría de las veces demuestran tener el mismo cerebro. En ocasiones la mula es más inteligente.

Irguió la cabeza para mirarla por encima del hombro.

—Sal de encima de mí, Egwene. ¡Sal de ahí! Egwene, si no te levantas —bajó amenazadoramente la voz—, voy a hacerte algo. Ya sabes lo que soy —añadió con una mirada furibunda para apoyar su afirmación.

—No lo harías aunque pudieras —respondió Egwene—. No eres capaz de hacerle daño a nadie. Pero, de todas maneras, no puedes. Sé que no puedes encauzar el Poder Único a voluntad; simplemente se produce y no te es factible controlarlo. De modo que no vas a hacerme nada a mí ni a nadie. Yo, por mi parte, he estado recibiendo clases de Moraine, de forma que, si no te avienes a razones, Rand al’Thor, podría prenderte fuego en los pantalones. Continúa comportándote así y verás de lo que soy capaz. —De pronto, la antorcha más cercana de la pared se inflamó con un rugido. Egwene emitió un chillido y la miró atónita.

Tras girarse, Rand le aferró el brazo, la levantó de su espalda y la dejó sentada contra la pared. Cuando se incorporó, ella estaba frente a él, frotándose el brazo con furia.

—De veras lo habrías hecho, ¿a que sí? —exclamó con enfado—. Estás jugando con cosas que no comprendes. ¡Hubieras podido convertirnos en cenizas a los dos!

—¡Hombres! Cuando no podéis ganar con argumentos, echáis a correr o recurrís a la fuerza.

—¡Alto ahí! ¿Quién ha puesto la zancadilla a quién? ¿Quién se ha sentado encima de mí? Y me has amenazado… ¡Has intentado…! —Puso ambas manos en alto—. No, a mí no me engañas. Siempre me haces lo mismo. Cuando te das cuenta de que la conversación no va por los derroteros que tú quieres, de pronto estamos discutiendo sobre algo completamente distinto. Esta vez no vas a salirte con la tuya.

—No estoy discutiendo —replicó con calma la muchacha— y no estoy cambiando de tema. ¿En qué se diferencia el hecho de esconderse de echar a correr? Y, después de esconderte, vas a marcharte sin lugar a dudas. Tienes miedo de herir a alguien de un modo más brutal si permites que estén cerca de ti. Si no haces lo que no debes, no has de preocuparte por la posibilidad de causar daño a alguien. Tanto correr de un lado a otro y apartarte de los demás, y ni siquiera sabes si tienes un motivo para ello. ¿Por qué habría de saber la Amyrlin o cualquier Aes Sedai, exceptuando a Moraine, de tu existencia?

Por un momento se quedó mirándola. Cuanto más tiempo pasaba con Moraine y Nynaeve, más adoptaba sus formas de comportamiento, al menos cuando le interesaba. Eran muy similares en ocasiones, las Aes Sedai y las Zahoríes, distantes y llenas de sapiencia. Le resultó desconcertante constatar los mismos rasgos en Egwene. Al fin le refirió lo que Lan había opinado.

—¿A qué otra cosa iba a referirse?

La mano de Egwene se paralizó sobre el brazo de Rand y su entrecejo se frunció en actitud reflexiva.

—Moraine conoce tu caso y no ha hecho nada. ¿Por qué iba a hacerlo ahora? Pero si Lan… —Todavía ceñuda, lo miró a los ojos—. Los almacenes son el primer sitio donde mirarán. Si inician una búsqueda. Hasta que averigüemos si intentan localizarte, debemos esconderte en un sitio donde no se les ocurra buscarte. Ya sé. En la mazmorra.

—¡La mazmorra! —se horrorizó, poniéndose en pie.

—No en un celda, tonto. Yo voy allí algunas tardes a visitar a Padan Fain. Nynaeve también lo hizo—. Nadie se extrañará de que vaya más temprano hoy. La verdad es que, con lo distraídos que están con la Amyrlin, nadie se fijará en nosotros.

—Pero, Moraine…

—Ella no va a las mazmorras a interrogar a maese Fain. Lo llevan a su presencia. Y no lo ha hecho a menudo durante varias semanas. Créeme, estarás a salvo allí.

Con todo, vaciló. Padan Fain.

—¿Por qué vas a visitar al buhonero? Es un Amigo Siniestro, lo ha confesado con su propia boca, y uno de los peores. ¡Diantre, Egwene, él llevó a los trollocs al Campo de Emond! El sabueso del Oscuro, así se autodenominó, y ha estado siguiéndome el rastro desde la Noche de Invierno.

—Bueno, no es peligroso estando entre barrotes, Rand. —Entonces Egwene titubeó a su vez, mirándolo casi a la defensiva— Fain ha ido con su carromato a Dos Ríos cada primavera desde que yo nací. Conoce a toda la gente que yo conozco, todos los lugares familiares. Es extraño, pero, a medida que lleva más días encarcelado, va recobrando su entereza. Es como si estuviera liberándose del Oscuro. Vuelve a reír y cuenta historias alegres, sobre las gentes de Campo de Emond, y a veces sobre poblaciones de las que nunca he oído hablar. En ocasiones es casi el mismo de antes. Simplemente me agrada hablar con alguien sobre mi pueblo.

«Dado que yo he estado evitándote —pensó— y puesto que Perrin rehúye a todo el mundo y Mat se ha pasado todo el tiempo jugando a dados y haciendo el juerguista».

—No debí haberme retraído tanto en mí mismo —murmuró; luego suspiró— Bien, si Moraine piensa que es lo bastante seguro para ti, supongo que también lo será para mí. Pero no es preciso que tú te veas involucrada.

Egwene se levantó y se concentró en cepillarse el vestido, rehuyéndole la mirada.

—¿Moraine ha dicho que era seguro?

—Moraine Sedai nunca me ha advertido de que no pudiera visitar a maese Fain —respondió prudentemente.

La observó un instante y luego estalló.

—Nunca se lo has preguntado. Ella no lo sabe. Egwene, eso es una estupidez. Padan Fain es un Amigo Siniestro y uno de los más depravados que han existido.

—Está encerrado en una jaula —adujo con altivez— y no tengo que pedirle permiso a Moraine para todo lo que hago. Es un poco tarde para que comiences a preocuparte por lo que piensa una Aes Sedai, ¿no te parece? Ahora, ¿vienes o no?

—Ya encontraré las mazmorras sin ti. Están buscándome, o lo harán de un momento a otro, y no te beneficiará en nada que te encuentren conmigo.

—Sin mí —objetó secamente— es muy probable que tropieces con tu propio pie y vayas a parar al regazo de la Sede Amyrlin y luego le confieses todo mientras intentas encontrar una escapatoria.

—Rayos y truenos, deberías estar en el Círculo de Mujeres de Campo de Emond. Si los hombres fuéramos todos tan desmañados y torpes como al parecer opinas, nunca habríamos…