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—¡Basta! —la atajó Min—. ¡Cállate ahora mismo! Si te embarcan rumbo a Seanchan, yo iré contigo. Pero no creo que eso ocurra. Sabes que te he leído, Egwene. No comprendo la mayoría de lo captado, como me sucede la mayor parte del tiempo, pero veo cosas que con toda certeza te vinculan a Rand, Perrin y Mat, y… sí, incluso Galad, la Luz te asista en tu insensatez. ¿Cómo podría ello tener lugar si los seanchan te llevan al otro lado del océano?

—Quizá conquisten todo el mundo, Min. Si conquistaran el mundo, no hay motivo por el que Rand y Galad y los demás no vayan a parar a Seanchan.

—¡Mentecata, cabeza de ganso!

—Soy realista —protestó vivamente Egwene—. No tengo intención de dejar de rebelarme, no mientras pueda respirar, pero tampoco veo ninguna perspectiva de poder quitarme este a’dam. De la misma manera que no concibo ninguna esperanza de que alguien vaya a contener a los seanchan. Min, si ese capitán de barco te acoge en él, vete con él. Entonces, al menos, una de nosotras será libre.

La puerta se abrió de golpe, dando paso a Renna.

Egwene se levantó de un salto y realizó una profunda reverencia, al igual que Min. La reducida habitación apenas daba margen a hacerlo, pero los seanchan eran estrictos con las cuestiones de protocolo.

—Tu día de visita, ¿no es cierto? —dijo Renna—. Lo había olvidado. Bien, también hay enseñanzas que impartir en los días de visita.

Egwene observó cómo la sul’dam descolgaba el brazalete, lo abría y lo cerraba en torno a su muñeca. No alcanzaba a ver cómo lo hacía. Si hubiera podido investigar con el Poder Único, lo habría averiguado, pero Renna se habría enterado de inmediato. Cuando la pulsera hubo rodeado su muñeca, el rostro de la sul’dam adquirió una expresión que encogió el corazón a Egwene.

—Has estado encauzando. —La voz de Renna era engañosamente suave; sacaba chispas por los ojos—. Sabes que eso está prohibido excepto cuando estamos completas. —Egwene se humedeció los labios— Tal vez he sido demasiado indulgente contigo. Quizá creas que porque eres valiosa ahora, voy a consentirte ciertas licencias. Fue un error permitir que conservaras tu viejo nombre. Tenía un gatito llamado Tuli cuando era niña. A partir de ahora, te llamarás Tuli. Ahora vete, Min. Tu día de visita con Tuli ha concluido.

Min vaciló sólo el tiempo de dirigir una angustiada mirada a Egwene antes de marcharse. Nada de lo que ella pudiera decir o hacer servirla más que para empeorar las cosas, a pesar de lo cual Egwene miró con añoranza la puerta que se cerró tras su amiga.

Renna se sentó en la silla, observando con entrecejo fruncido a Egwene.

—Debo castigarte severamente por esto. Ambas seremos llamadas a la Corte de las Nueve Lunas, tú por tus capacidades y yo como tu sul’dam y entrenadora, y no permitiré que me hagas caer en desgracia a los ojos de la emperatriz. Pararé cuando me digas cuánto aprecias ser una damane y cuán obediente vas a ser después de esto. Y, Tuli, asegúrate de que yo dé crédito a cada una de tus palabras.

43

Un plan

Afuera, en el corredor de bajo techo, Min se clavó las uñas en las palmas al oír el primer grito penetrante procedente de la habitación. Dio un paso hacia la puerta y luego se contuvo, con lágrimas en los ojos. «Luz, asísteme, sólo puedo empeorar las cosas. Egwene, lo siento, ¡lo siento!»

Sintiéndose totalmente inútil, se levantó las faldas y echó a correr, perseguida por los gritos de Egwene. No podía quedarse y juzgaba su partida como un signo de cobardía. Medio cegada por el llanto, se encontró en la calle sin darse cuenta. Tenía intención de regresar a su dormitorio, pero ahora le resultaba imposible. No podía soportar la idea de que Egwene estaba sufriendo mientras ella permanecía sana y salva en el edificio contiguo. Enjugándose las lágrimas de los ojos, se cubrió los hombros con la capa y comenzó a caminar por la calle. Cada vez que se le secaban los ojos, nuevas lágrimas volvían a deslizársele por las mejillas. No estaba habituada a sollozar de ese modo, como tampoco lo estaba a sentirse tan impotente, tan inútil. Ignoraba adónde se dirigía; no tenía más propósito que alejarse lo más posible de los gritos de Egwene.

—¡Min!

Se detuvo en seco ante aquella aguda llamada, cuya procedencia no logró dilucidar en un principio. Había relativamente pocas personas en esa calle tan cercana al lugar donde albergaban a las damane. Aparte de un hombre que trataba de interesar a los soldados seanchan en la compra del retrato que realizaría de ellos con tizas de colores, todos los lugareños intentaban caminar con paso rápido sin dar la impresión de que corrían. Un par de sul’dam paseaban cerca, seguidas de damane con la mirada fija en el suelo; las mujeres seanchan hablaban sobre la gran cantidad de marath’damane que esperaban localizar antes de partir hacia su país. Los ojos de Min se posaron entonces en las dos mujeres vestidas con largas chaquetas de piel de cordero y luego se abrieron a causa del asombro cuando ambas se aproximaron a ella.

—¿Nynaeve? ¿Elayne?

—Las mismas. —La sonrisa de Nynaeve era forzada; tanto ella como Elayne tenían los ojos entornados, como si trataran de no fruncir el entrecejo. Min creyó que jamás hasta entonces le había producido tanto placer un encuentro con alguien—. Te sienta bien ese color —prosiguió Nynaeve—. Deberías haberte puesto un vestido hace tiempo. Aunque me había planteado llevar pantalones desde que te vi con ellos. —Endureció la voz al acercarse para escrutar el rostro de Min—. ¿Qué ocurre?

—Has estado llorando —observó Elayne—. ¿Le ha sucedido algo a Egwene?

Min dio un respingo y miró hacia atrás. Una sul’dam con su damane bajaron las escaleras que ella había utilizado y giraron en dirección opuesta, hacia los establos y los patios de los caballos. Otra mujer con paños de relámpagos en el vestido permanecía de pie al final de las escaleras conversando con alguien que se encontraba adentro. Min tomó a sus amigas del brazo y se alejó presurosamente con ellas en dirección al puerto.

—Es peligroso que estéis aquí. Luz, también lo es que estéis en Falme. Hay damane en todas partes y si os encuentran… ¿Sabéis qué son las damane? Oh, no sabéis cuánto me alegra vetos.

Me imagino que aproximadamente la mitad de lo que nos alegra a nosotras verte a ti —replicó Nynaeve—. ¿Sabes dónde está Egwene? ¿Está en uno de esos edificios? ¿Está bien?

Min titubeó una fracción de segundo antes de responder:

—Está lo bien que cabe esperar. —Min veía claramente que si les contaba en aquel momento la situación en la que se encontraba Egwene, Nynaeve era capaz de regresar hecha una furia para intentar evitarle tal sufrimiento. «Luz, que se acabe de una vez. Luz, haz que doblegue de una vez su terca cabeza antes de que le rompan el cuello»—. No sé como sacarla de allí. He conocido un capitán de barco que creo que nos aceptará como pasajeras si podemos llevarla a la embarcación. No nos ayudará a menos que resolvamos eso por nuestra cuenta, y no seré yo quien vaya a censurarlo por ello, pero no tengo ni idea de cómo conseguirlo.

—Un barco —repitió Nynaeve, meditando en la idea—. Yo había pensado cabalgar simplemente hacia el este, pero debo decir que no acababa de convencerme la idea. Por lo que he averiguado, hasta abandonar la Punta de Toman no nos libraríamos por completo del peligro de las patrullas seanchan y además se supone que hay una especie de guerra en el llano de Almoth. No se me había ocurrido pensar en un barco. Tenemos caballos y no disponemos de dinero para el pasaje. ¿Cuánto quiere?

—No he llegado a discutir ese punto —repuso Min, encogiéndose de hombros—. Nosotras tampoco tenemos dinero. Confiaba poder evitar ese tema hasta después de habernos hecho a la mar. Después… bueno, no creo que nos dejara en un puerto donde hubiera seanchan. Aun cuando nos tirara por la borda, sería preferible que estar aquí. El problema es convencerlo para que esté dispuesto a navegar. Él desea hacerlo, pero el puerto está vigilado y no hay modo de prever si hay una damane en uno de los barcos hasta que ya es demasiado tarde. «Dame a una damane que me sirva en mi propia cubierta —afirma— y levaré anclas ahora mismo». Luego comienza a hablar de corrientes, bancos de arena y litorales a sotavento. No entiendo nada de eso, pero mientras yo sonría y asienta de vez en cuando, no para de hablar, y pienso que si continúa hablando durante el tiempo suficiente, se decidirá a soltar amarras. —Aspiró entrecortadamente; volvían a escocerle los ojos—. El problema es que me parece que ya no queda tiempo para que lo desperdicie hablando. Nynaeve, van a llevarse pronto a Egwene a Seanchan.