Выбрать главу

—Lo sé —suspiró Elayne—. Es sólo que me gustaría conocer mejor los efectos que produce. —Se apartó la melena rojiza de la espalda—. Min, ayúdame, por favor. —Min comenzó a desabotonar el vestido.

Nynaeve logró coger sin pestañear el collar de plata.

—Sólo hay una manera de averiguarlo. —Tras un breve momento de vacilación, se inclinó y cerró el collar alrededor del cuello de la sul’dam. «Si alguien lo tiene merecido es ella», se dijo con firmeza— Tal vez pueda revelarnos algo de utilidad de todas formas. —La mujer de ojos azules lanzó una ojeada a la correa que partía de su cuello hacia la muñeca de Nynaeve y luego le asestó una desdeñosa mirada.

—No funciona de esta manera —advirtió Min, pero Nynaeve apenas la escuchó.

Tenía… conciencia… de la otra mujer, conciencia de lo que sentía, de la cuerda que le apretaba los tobillos y las muñecas detrás de la espalda, del rancio sabor a pescado de los retales que tenía en la boca, de la paja que se le clavaba en la piel a través de la combinación. No era como si ella, Nynaeve, lo experimentara en su propia piel, pero en su cabeza había una masa de sensaciones que sabía que pertenecían a la sul’dam.

Tragó saliva, tratando de no prestarles atención, puesto que no era posible eliminarlas, y dirigió la palabra a la mujer atada.

—No te haré daño si respondes sinceramente a mis preguntas. No somos seanchan. Pero si me mientes… —Alzó la correa con ademán amenazador.

La mujer agitó los hombros y curvó la boca en una mueca en torno al embozo. Nynaeve tardó un momento en caer en la cuenta de que la sul’dam estaba riendo.

Frunció los labios y entonces se le ocurrió una idea. Aquel amasijo de sensaciones que tenía en la cabeza parecían tener una conexión física con lo que sentía la otra mujer. Por probar, trató de agregar algo a él.

Con los ojos súbitamente desorbitados, la sul’dam dio un grito que únicamente amortiguaron en parte los trapos que le tapaban la boca. Abriendo las manos en abanico tras ella como si intentara protegerse de algo, se encorvó entre la paja en un vano intento de escapar.

Estupefacta, Nynaeve se apresuró a ahuyentar las sensaciones que había ideado. La sul’dam abatió los hombros, sollozando.

—¿Qué…? ¿Qué le… has hecho? —preguntó Elayne débilmente. Min se limitó a observar, boquiabierta.

—Lo mismo que te hizo Sheriam cuando le arrojaste una taza a Marith —respondió con brusquedad Nynaeve—. «Luz, qué cosa más horrenda».

—¡Oh! —exclamó Elayne después de tragar saliva ruidosamente.

—Pero no se supone que un a’dam funcione de esta manera —señaló Min—. Siempre dicen que no sirve más que con una mujer capaz de encauzar.

—No me importa cómo se suponga que ha de funcionar, con tal que funcione. —Nynaeve tomó la correa de metal plateado en el punto en que se unía al collar y tiró de la mujer hasta que tuvo los ojos frente a los suyos. Eran unos ojos amedrentados lo que vio—. Escúchame y presta bien atención. Quiero respuestas y, si no las obtengo, te haré creer que acabo de desollarte. —Un terror ciego invadió el rostro de la seanchan y a Nynaeve se le encogió el estómago al advertir de pronto que ésta había interpretado sus palabras al pie de la letra. «Si cree que puedo hacerlo, es porque lo sabe. Para esto sirven los collares». Se contuvo para no arrancarse el brazalete de la muñeca y en su lugar endureció la expresión—. ¿Estás dispuesta a responder? ¿O necesitas que te convenza con más argumentos?

La frenética sacudida de cabeza fue una respuesta suficientemente satisfactoria. Cuando Nynaeve le sacó el embozo, la mujer sólo hizo una breve pausa antes de balbucir:

—No os denunciaré. Lo juro. Solamente quitadme esto del cuello. Tengo oro. Tomadlo. Lo prometo, jamás se lo diré a nadie.

—Cállate —espetó Nynaeve y la mujer cerró la boca de inmediato—. ¿Cómo te llamas?

—Seta. Por favor, os responderé, pero por piedad… ¡quitádmelo! Si alguien me ve con él… —Los ojos de Seta giraron para contemplar la correa y luego se cerraron con fuerza—. ¡Por favor! —susurró.

Nynaeve cayó entonces en la cuenta de que jamás podría hacer que Elayne llevara ese collar.

—Será mejor que nos demos prisa —observó con firmeza Elayne, ahora en ropa interior también— Dame un momento para ponerme ese vestido y entonces…

—Vuelve a ponerte tu ropa —indicó Nynaeve.

—Alguien ha de hacer las veces de damane —señaló Elayne—, si no no podremos acercamos a Egwene. Ese vestido es de tu talla, y Min es demasiado conocida, de modo que debo ser yo.

—He dicho que vuelvas a ponerte tu ropa. Ya tenemos a alguien para hacer de Atada con Correa. —Nynaeve tiró de la correa que aprisionaba a Seta y ésta jadeó.

—¡No! ¡No, por favor! Si alguien me ve… —guardó silencio al advertir la fría mirada de Nynaeve.

—Por lo que a mí respecta, eres peor que un asesino, más cruel que un Amigo Siniestro. No puedo pensar en alguien más despiadado que tú. El hecho de tener que llevar esto en la muñeca, de cumplir la misma función que tú tan sólo durante una hora, me repugna. Si crees que hay algún sufrimiento que por escrúpulos no sea capaz de infligirte, recapacita. ¿Que no quieres que te vean? Bien. Nosotras tampoco. Sin embargo, nadie mira a las damane. Mientras mantengas la cabeza gacha como se espera de las Atadas con Correa, nadie se fijará en ti. Pero será mejor que hagas lo posible para que nadie repare en nosotras. De lo contrario, te verán también a ti, y, si ello no basta para refrenarte, te prometo que haré que maldigas el primer beso que intercambiaron tu padre y tu madre. ¿Me has comprendido?

—Sí —repuso débilmente Seta—. Lo juro.

Nynaeve hubo de quitarse la pulsera para deslizar el vestido teñido de gris por la correa y sobre la cabeza de Seta. Este no le ajustaba bien; le quedaba demasiado holgado en el pecho y ceñido en las caderas, pero a Nynaeve le hubiera quedado igual de mal, y corto además. Nynaeve hizo votos por que la gente no mirara realmente a las damane, y volvió a colocarse de mala gana el brazalete.

Elayne recogió las ropas de Nynaeve, que envolvió con el otro vestido teñido, formando un hatillo, un bulto que transportaría una mujer vestida de campesina, caminando detrás de una sul’dam y una damane.

—Gawyn se consumirá de envidia cuando se entere de esto —dijo, riendo, con una alegría visiblemente forzada.

Nynaeve las miró fijamente a ella y a Min. Había llegado la hora de interpretar la parte más difícil.

—¿Estáis listas?

—Estoy lista —respondió Elayne, con cara seria.

—Sí —repuso lacónicamente Min.

—¿Adónde vais… vamos… a ir? —inquirió Seta que se apresuró añadir—: ¿Si me permitís preguntarlo?

—A la guarida del león —le contestó Elayne.

—A bailar con el Oscuro —agregó Min.

Nynaeve suspiró, sacudiendo la cabeza.

—Lo que intentan decir es que vamos a ir al sitio donde guardan a las damane y que pretendemos liberar a una de ellas.

Seta todavía tenía la boca abierta a causa del asombro cuando la empujaron afuera del cobertizo.

Bayle Domon contemplaba el sol naciente desde la cubierta de su barco. Los muelles comenzaban a cobrar vida, a pesar de que las calles que desembocaban en el puerto estaban aún casi desiertas. Una gaviota posada en un pilotaje lo observó; las gaviotas tenían ojos despiadados.