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—Que la Luz te ilumine, Moraine. Me alegra volver a verte. ¿Estás bien? Ha transcurrido mucho tiempo.

—Mi corazón se encuentra más liviano por tu presencia, Anaiya. —Aquello era, en efecto, cierto; era un alivio comprobar que disponía al menos de una amiga entre las Aes Sedai que habían llegado a Fal Dara— Que la Luz te ilumine.

Liandrin frunció los labios, dando un tirón a su chal.

—La Sede Amyrlin solicita tu presencia, hermana. —Su voz era también petulante y fría, y no sólo cuando se dirigía a Moraine; Liandrin siempre parecía insatisfecha por algún motivo desconocido. Con el entrecejo arrugado, trató de lanzar una mirada a la estancia por encima del hombro de Moraine— Esta habitación tiene salvaguardas. No podemos entrar. ¿Por qué te proteges contra tus hermanas?

—Me protejo contra todo —repuso Moraine sin inmutarse— Muchas de las criadas sienten curiosidad por las Aes Sedai y no quiero que me registren la habitación cuando no estoy aquí. No había necesidad de establecer distinciones hasta ahora. —Cerró la puerta y ambas se hallaron en el corredor— ¿Vamos? No debemos hacer esperar a la Sede Amyrlin.

Comenzó a caminar por el pasillo conversando con Anaiya. Liandrin permaneció un momento parada, mirando la puerta, como si se preguntara qué escondía Moraine, y luego se apresuró a reunirse con ellas. Se colocó al otro lado de Moraine, caminando más rígidamente que un guardia. Anaiya se limitaba a andar, haciendo compañía a Moraine. Los pasos de sus pies calzados con escarpines de tela sonaban quedamente sobre tupidas alfombras adornadas con simples diseños.

Las mujeres vestidas con librea que se cruzaban con ellas les dedicaban profundas reverencias que, en ocasiones, demostraban más respeto que las realizadas ante el señor de Fal Dara. Tres Aes Sedai juntas, y la Sede Amyrlin en la fortaleza; aquél era un honor que no se había encontrado entre las expectativas de aquellas mujeres. También había algunas aristócratas en los corredores, las cuales hacían reverencias que sin duda no hubieran realizado por lord Agelmar. Moraine y Anaiya sonreían y respondían con una inclinación de cabeza a tales gestos, ya procedieran de sirvientes o de nobles. Liandrin hacía caso omiso de todos.

Encontraban únicamente mujeres, por supuesto. Ningún varón shienariano de más de diez años entraría en los aposentos de las mujeres sin permiso o invitación, a pesar de que algunos niños corrieran y jugaran por los pasadizos. Éstos hincaban una rodilla en el suelo, torpemente, cuando sus hermanas hacían profundas reverencias. De vez en cuando Anaiya sonreía y acariciaba una cabecita al pasar.

En esta ocasión, Moraine —le reprochó Anaiya— has estado demasiado tiempo fuera de Tar Valon. Demasiado. Tus hermanas te echan de menos y la Torre Blanca te necesita.

—Algunas de nosotras hemos de trabajar en el mundo —repuso Moraine con suavidad— Dejo los asuntos de la Antecámara de la Torre a tu cargo, Anaiya. No obstante, en Tar Valon estáis más al corriente de los acontecimientos que yo. Con excesiva frecuencia, dejo de enterarme de lo que sucedió en el lugar en que me encontraba el día antes. ¿Qué noticias traéis?

—Tres falsos Dragones más. —Liandrin pronunció las palabras a regañadientes— En Saldaea, Murandy y Tear los falsos Dragones asolan la tierra. Mientras tanto, las del Ajah Azul os limitáis a sonreír y hablar de trivialidades y tratáis de aferraros al pasado. —Anaiya enarcó una ceja y Liandrin cerró bruscamente la boca con un respingo.

—Tres —musitó Moraine. Por un instante le brillaron los ojos, pero pronto volvió a enmascarar su semblante— Tres en los últimos dos años y ahora tres más simultáneamente.

—Nos ocuparemos de éstos al igual que lo hicimos con los demás. De esas sabandijas de varones y de la chusma que siga a sus estandartes.

Moraine sentía cierta diversión al escuchar las aseveraciones de Liandrin. Ésta, sin embargo, era leve, pues era demasiado consciente de la realidad, excesivamente consciente de las posibilidades.

—¿Han bastado unos meses para que lo olvidaras, hermana? El último falso Dragón casi llegó a destruir Ghealdan antes de que su ejército fuera abatido. Sí, Logain está en Tar Valon en estos momentos, amansado e inofensivo, supongo, pero algunas de nuestras hermanas murieron para contrarrestar su poder. La muerte de una sola de nuestras hermanas es más de lo que podemos permitirnos, pero las pérdidas de Ghealdan fueron mucho más terribles. Los dos anteriores a Logain no eran capaces de encauzar el Poder, a pesar de lo cual las gentes de Kandor y Arad Doman guardan un recuerdo demasiado vivo de ellos. Pueblos quemados y hombres perecidos en combate. ¿Será tan sencillo que el mundo se enfrente con tres de ellos a un tiempo? ¿Cuántos se sumarán en torno a sus estandartes? Nunca ha habido escasez de seguidores para cualquier hombre que se autoproclame el Dragón Renacido. ¿Cuán espantosas serán las guerras esta vez?

—La situación no es tan desesperada —objetó Anaiya—. Por lo que sabemos, sólo el de Saldaea es capaz de encauzar el Poder. No ha tenido tiempo para atraer muchos partidarios y, según nuestros cálculos, ya debe de haber hermanas en la ciudad para enfrentarse con él. Los tearianos están haciendo retroceder a su falso Dragón y a sus secuaces en Haddon Mirk, mientras que el de Murandy ya está encadenado. —Exhaló una risita admirativa— ¿Quién iba a pensar que los murandianos, de entre todos los pueblos, iban a derrotar tan deprisa al suyo? Si les preguntan, nunca se autodenominan murandianos, sino lugardeños o inishlinni, o vasallos de tal o cual dama o señor. No obstante, por temor a que cualquiera de los países vecinos lo tomaran como excusa para invadirlos, los murandianos se abalanzaron sobre su falso Dragón casi tan pronto como éste abrió la boca para autoproclamarse.

—De todos modos —replicó Moraine—, no es de despreciar la presencia de tres a la vez. ¿Ha conseguido alguna de nuestras hermanas efectuar una predicción? —Era una posibilidad asaz remota, pues eran muy pocas las Aes Sedai que habían manifestado la más mínima habilidad para ello durante siglos, por lo cual no le sorprendió ver cómo Anaiya sacudía la cabeza. No le sorprendió, pero sí le aportó ciertas dosis de alivio.

Llegaron a una encrucijada de corredores al mismo tiempo, que lady Amalisa, la cual realizó una profunda reverencia, extendiendo sus amplias faldas verdes.

—Honor a Tar Valon —murmuró— Honor a las Aes Sedai.

La hermana del señor de Fal Dara requería más que un simple asentimiento con la cabeza. Moraine tomó las manos de Amalisa, para que se incorporara.

—Vos nos honráis a nosotras, Amalisa. Levantaos, hermana.

Amalisa se enderezó grácilmente, con el rostro ruborizado. Nunca había estado en Tar Valon, y el hecho de recibir el tratamiento de hermana por parte de una Aes Sedai era una distinción suma incluso para alguien de su rango. Bajita y de mediana edad, poseía una belleza madura, que resaltó el arrebol de sus mejillas.

—Es un honor excesivo para mí, Moraine Sedai.

—¿Cuánto tiempo hace que nos conocemos, Amalisa? —preguntó, sonriendo, Moraine—. ¿Debo llamaros mi señora Amalisa como si nunca hubiéramos tomado el té juntas?

—Desde luego que no —respondió Amalisa con una sonrisa. La fortaleza que evidenciaban las facciones de su hermano eran visibles en las suyas también, lo cual no iba en detrimento de la suavidad del contorno de sus mejillas y mandíbula. Había personas que opinaban que por más aguerrido y afamado guerrero que fuera Agelmar, apenas si se hallaba a la altura de su hermana—. Pero estando la Sede Amyrlin aquí… Cuando el rey Easar visita Fal Dara, en privado lo llamó magami, tiíto, al igual que lo hacía de pequeña, cuando me llevaba sobre sus hombros, pero en público debe ser distinto.

—En ocasiones la formalidad es necesaria, pero los hombres suelen otorgarle excesiva importancia —terció Anaiya—. Por favor, llamadme Anaiya y yo os llamaré Amalisa, si ello no os molesta.