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—Todavía no ha concluido nuestra contienda, al’Thor —advirtió Ba’alzemon. Luego él y Fain hablaron al unísono —La batalla nunca termina para ti.

Con un jadeo estrangulado, Rand se sentó en el suelo, clavando las uñas en él para regresar a la vigilia. Le pareció que aún oía la voz de Fain, tan clara como si el buhonero se hallara a su lado. «Nunca termina. La batalla no acaba jamás».

Con los ojos desorbitados, miró a su alrededor para convencerse de que aún estaba escondido en el sitio donde lo había dejado Egwene, acostado en un jergón en un rincón de su habitación. La tenue luz de una lámpara bañaba la estancia y le sorprendió ver a Nynaeve, haciendo punto en un balancín al otro lado de la única cama, cuyas mantas todavía permanecían en su lugar. Afuera era de noche.

Esbelta y de ojos oscuros, Nynaeve llevaba el pelo recogido en una gruesa trenza que pendía sobre uno de sus hombros hasta casi llegarle a la cintura. Ella no había renunciado a sus orígenes. Su semblante era apacible y no parecía consciente más que de su labor mientras se mecía suavemente. El entrechocar de las agujas era el único sonido perceptible. Las alfombras silenciaban la mecedora.

Algunas noches había echado de menos disponer de alfombras sobre el frío piso de piedra de su habitación, pero en las habitaciones de los hombres de Shienar los dormitorios eran siempre austeros. Los muros de ésta estaban cubiertos con dos tapices que representaba parajes montañosos con cascadas y junto a las aspilleras había cortinas bordadas. En la mesa situada junto al lecho había un jarrón con flores. En un rincón se alzaba un gran espejo y sobre el lebrillo y la jofaina decorados con rayas azules pendía otro. Sólo estaba encendida una de las cinco lámparas dispuestas en la estancia, que era casi tan amplia como la que él compartía con Mat y Perrin. Egwene disfrutaba de ella exclusivamente.

—Si duermes por la tarde, no esperarás poder hacerlo por la noche —le advirtió Nynaeve, sin levantar la vista.

Rand frunció el entrecejo, a pesar de que ella no podía verlo. O eso creía, al menos. Tenía tan sólo unos años más que él, pero el cargo de Zahorí le agregaba diez lustros de autoridad.

—Necesitaba esconderme en algún sitio y estaba cansado —explicó, tras lo cual se apresuró a añadir —No he venido porque sí. Egwene me ha invitado a entrar en los aposentos de las mujeres.

Nynaeve dejó reposar las agujas y le dedicó una sonrisa. Era una mujer hermosa. Aquél era un detalle en el que nunca habría reparado en el pueblo; allí nadie pensaba en una Zahorí en esos términos.

—Que la Luz me asista, Rand, estás volviéndote más shienariano con cada día que pasa. Que te ha invitado a entrar en los aposentos de las mujeres, vaya. —Exhaló un bufido—. En cualquier momento vas a comenzar a hablar de tu honor y solicitar que la paz propicie el uso de tu espada. —Rand se ruborizó, abrigando la esperanza de que ella no lo advirtiera con la penumbra. Nynaeve, en cambio, dirigió la vista a la espada, cuya empuñadura asomaba del enorme hatillo que reposaba en el suelo junto a él. Sabía que ella no aprobaba el uso de la espada, en nadie, pero, por aquella vez, no realizó ningún comentario.— Egwene me ha dicho por qué necesitabas ocultarte. No te preocupes: te esconderemos de la Amyrlin o de cualquier otra Aes Sedai, si eso es lo que deseas.

Cruzó una mirada con él y desvió rápidamente los ojos, si bien no antes de que él percibiera su incomodidad, sus dudas. «Es verdad, puedo encauzar el Poder. ¡Soy un hombre que esgrime el Poder Único! Deberías ayudar a las Aes Sedai a darme caza y amansarme».

Con el entrecejo fruncido, se acomodó el jubón de cuero que Egwene le había proporcionado y se movió para apoyar la espalda en la pared.

—Tan pronto como me sea posible, me ocultaré en un carro o me escaparé a escondidas. No deberéis ocultarme durante mucho tiempo. —Nynaeve no dijo nada; se concentró en su labor y emitió un quedo gruñido al errar una puntada—. ¿Dónde está Egwene?

Dejó caer los hilos sobre su regazo.

—No sé por qué intento hacerlo esta noche. Por algún motivo, soy incapaz de seguir los hilos. Ha bajado a ver a Padan Fain. Piensa que el hecho de ver caras conocidas puede ayudarlo.

—La mía no surtió precisamente ese efecto. Debería mantenerse alejada de él. Es peligroso.

—Quiere ayudarlo —replicó con calma Nynaeve—. Recuerda que estaba practicando para convertirse en mi ayudante, y ser una Zahorí no consiste sólo en predecir el tiempo. La curación también forma parte de ello. Egwene siente el deseo de curar, la necesidad de hacerlo. Y, si Padan Fain es tan peligroso, Moraine habría dicho algo.

Rand lanzó una carcajada.

—No se lo habéis consultado. Egwene lo ha reconocido y, además, no te imagino pidiéndole permiso a nadie. —Nynaeve enarcó una ceja y Rand abandonó su aire risueño. No obstante, no le presentó excusas. Se hallaban a mucha distancia del hogar y no veía cómo ella podía continuar siendo la Zahorí de Dos Ríos cuando iba a marcharse a Tar Valon—. ¿Han comenzado a buscarme ya? Egwene no está segura de si van a hacerlo, pero Lan dice que la Sede Amyrlin está aquí por mí y me parece que su opinión es de más peso que la de Egwene.

Por un momento Nynaeve guardó silencio, manoseando los ovillos de hilo.

—No estoy segura —contestó al fin— Una de las doncellas ha venido hace un rato. Para abrir la cama, ha dicho. Como si Egwene fuera a acostarse ya, habiendo esta noche la fiesta en honor a la Amyrlin. La he enviado por donde había venido; no te ha visto.

—En los dormitorios de los hombres nadie prepara las camas. —Nynaeve le asestó una dura mirada, que lo habría hecho tartamudear un año antes, pero aun así agregó—: No utilizarían a las criadas para buscarme, Nynaeve.

—Cuando he ido a tomar una taza de leche a la despensa, había muchas mujeres en los pasillos. Las que van a asistir a la fiesta deberían haber estado arreglándose y las demás deberían estar ayudándolas a vestirse o preparándose para servir la cena o para… —Arrugó el entrecejo con preocupación— Hay trabajo de sobra para todo el mundo estando la Amyrlin aquí. Y no sólo vagaban por los aposentos de las mujeres. He visto a lady Amalisa en persona saliendo de un almacén cercano a la despensa con la cara cubierta de polvo.

—Eso es ridículo. ¿Por qué habría de formar parte ella de una partida de búsqueda? O cualquiera de las otras mujeres, a decir verdad. Utilizarían a los soldados de lord Agelmar y a los Guardianes. Y a las Aes Sedai. Deben de estar haciendo algo para la fiesta. Que me aspen si conozco los requisitos de una celebración shienariana.

—Eres un necio, a veces, Rand. Los hombres que he visto desconocían lo que estaban haciendo las mujeres. He oído cómo algunos se quejaban de que debían realizar todo el trabajo ellos. Ya sé que no tiene sentido que ellas estuvieran buscándote. Ninguna de las Aes Sedai parecía reparar en ellas. Pero Amalisa no estaba preparándose para la fiesta ensuciándose el vestido. Estaba buscando algo, algo importante. Aun cuando comenzara justo después de cuando yo la he visto, apenas tiene tiempo para bañarse y cambiarse. Por cierto que, si Egwene no vuelve pronto, tendrá que elegir entre cambiarse o llegar tarde.

Por primera vez, advirtió que Nynaeve no llevaba las prendas de lana de Dos Ríos con las que estaba acostumbrado a verla. Su vestido era de seda azul claro, bordado con flores blancas alrededor del cuello y en las mangas. Cada florecilla tenía una pequeña perla en el centro y el cinturón estaba adornado con seda y una hebilla plateada con perlas engastadas. Nunca la había visto ataviada de aquel modo. Ni siquiera los ropajes de los días festivos que usaba en el pueblo podían compararse a aquel atuendo.