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Ninguna de las tres mujeres lo miraba. Rand retrocedió unos pasos, aferrando con fuerza la empuñadura.

—Mi padre me dio esta espada —protestó, furioso— Nadie me la va a arrebatar. —Hasta ese instante no había caído en la cuenta de que Verin no se había movido de su silla. Las miró, confuso, intentando recobrar la calma.

—De modo —constató la Sede Amyrlin— que tienes cierto arrojo interior, aparte de lo agregado por Lan. Eso está bien. Lo vas a necesitar.

—Soy lo que soy, madre —logró articular sosegadamente— Estoy dispuesto a afrontar los acontecimientos.

—Ya veo que Lan te ha enseñado bien —dijo la Sede Amyrlin con una mueca—. Escúchame, muchacho. Dentro de unas pocas horas Ingtar se marchará para ir en busca del Cuerno robado. Tu amigo, Mat, lo acompañará. Y supongo que tu otro amigo, Perrin, ¿no es así?, irá con ellos. ¿Deseas acompañarlos?

—¿Mat y Perrin irán con él? ¿Por qué? —Demasiado tarde recordó que debía agregar un respetuoso— Madre.

—Estarás enterado de la daga que llevaba tu amigo. —El fruncimiento de labios mostró a las claras lo que pensaba de dicha daga—. También fue robada y, a menos que la hallemos, no podremos destruir por completo el vínculo que lo une a la hoja, y tu amigo morirá. Puedes ir con ellos, si lo deseas. O, si lo prefieres, puedes quedarte aquí. Sin duda, lord Agelmar estará de acuerdo en tenerte como huésped todo el tiempo que quieras. Yo partiré hoy mismo. Moraine Sedai vendrá conmigo, y otro tanto harán Egwene y Nynaeve; de modo que, si decides quedarte, estarás solo. La elección está en sus manos.

Rand la miró en silencio. «Está diciéndome que puedo irme, si lo deseo. ¿Para esto me mandó llamar? ¿Para explicarme que Mat se está muriendo?» Observó de reojo a Moraine, sentada con las manos cruzadas sobre el regazo y una expresión impasible en el rostro. Daba la impresión de que le tenía absolutamente sin cuidado lo que él pudiera hacer. «¿Qué camino estáis intentando que escoja, Aes Sedai? Si lo supiera, elegiría sin vacilar el otro. Pero Mat se está muriendo… ¡No puedo abandonarlo! ¡Luz! ¿Cómo vamos a hallar esa daga?»

—No es necesario que hagas tu elección ahora —agregó la Amyrlin. Tampoco a ella parecía importarle lo que él decidiera— Pero debes decidirlo antes de que Ingtar se marche.

—Iré con Ingtar, madre.

La Sede Amyrlin asintió con mente ausente.

—Ahora que ya hemos saldado esta cuestión, podemos considerar asuntos de mayor importancia. Sé que puedes encauzar el Poder, muchacho. ¿Qué sabes tú?

Rand se quedó boquiabierto. Sorprendido mientras aún estaba pensando preocupado en Mat, sus simples palabras lo golpearon como la puerta basculante de un establo. Todos los consejos e instrucciones de Lan comenzaron a girar en torbellino. La miró de frente, humedeciéndose los labios. Una cosa era suponer que ella lo sabía y otra muy distinta comprobar que realmente lo sabía. El sudor le perló la frente.

La Sede Amyrlin se inclinó hacia adelante en la silla, aguardando su respuesta, pero él tuvo la impresión de que quería echarse atrás. Recordó lo que Lan le había dicho. «Si te tiene miedo…» Quería reír. Si él le inspirara temor a ella.

—No, no puedo. Quiero decir… No lo hice a propósito. Simplemente sucedió. Yo no quiero… encauzar el Poder. No volveré a hacerlo nunca más. Lo juro.

—Que no quieres —dijo la Sede Amyrlin—. Bien, eso demuestra buen juicio. E insensatez, también. Algunos pueden aprender a encauzar el Poder; la mayoría no. Unos cuantos, sin embargo, nacen con la semilla en su interior. Tarde o temprano, esgrimirán el Poder lo quieran o no, tan cierto como que las huevas producen peces. Continuarás encauzando el Poder, muchacho. No Puedes evitarlo. Y sería preferible que aprendieras a hacerlo, a controlarlo, o no vivirás el tiempo suficiente para volverte loco. El Poder Único mata a quienes no controlan su flujo.

—¿Cómo voy a aprender? —preguntó. Moraine y Verin se limitaban a permanecer sentadas, observándolo impasibles. «Como arañas»—. ¿Cómo? Moraine dice que no puede enseñarme nada y yo no sé cómo debo aprender ni qué debo aprender. Tampoco quiero hacerlo, de todas maneras. Quiero acabar con ello. ¿No lo comprendéis? ¡Acabar!

—Te dije la verdad —replicó Moraine, utilizando un tono similar al que mantendría en una conversación ociosa—. Quienes podían instruirte, los varones Aes Sedai, perecieron hace tres mil años. Ninguna Aes Sedai viva es capaz de enseñarte a establecer contacto con el saidin, al igual que tú no puedes aprender a manejar el saidar. Un pájaro no puede enseñar a volar a un pez, ni un pez enseñar a nadar a un pájaro.

—Siempre he considerado que ése no es un ejemplo adecuado —opinó de improviso Verin—. Hay pájaros que se zambullen en el agua y nadan. Y en el Mar de las Tormentas hay peces voladores, con largas aletas que alcanzan la envergadura de los brazos extendidos y picos como espadas capaces de horadar… —Dejó inacabada la frase, con patente nerviosismo. Moraine y la Sede Amyrlin estaban mirándola con semblantes inexpresivos.

Rand aprovechó la interrupción para tratar de recobrar el aplomo. Tal como le había enseñado Tam mucho tiempo atrás, formó una llama en su mente y arrojó sus temores a ella, en busca del vacío, de la calma del silencio. La llama pareció crecer hasta envolverlo todo, hasta que sus dimensiones superaron su capacidad de imaginación. Entonces desapareció, dejando tras de sí una sensación de paz, en cuyos bordes todavía palpitaban las emociones, el miedo y la furia, como manchas negras, pero el vacío permanecía. Los pensamientos rozaban su superficie cual guijarros sobre el hielo. Las Aes Sedai mantuvieron desviada la atención de él apenas un momento, pero, cuando volvieron a dedicársela, el semblante de Rand estaba en calma.

—¿Por qué me habláis de este modo, madre? —inquirió— Deberías amansarme.

La Sede Amyrlin frunció el entrecejo y se volvió hacia Moraine.

—¿Le ha enseñado Lan esto?

—No, madre. Lo aprendió de Tam al’Thor.

—¿Por qué? —volvió a preguntar Rand.

La Sede Amyrlin lo miró directamente a los ojos y respondió:

—Porque tú eres el Dragón Renacido.

El vacío se tambaleó. El mundo se tambaleó. Todo parecía girar a su alrededor. Se concentró en la nada y el vacío retomó, el mundo recobró la firmeza.

—No, madre. Puedo encauzar el Poder, la Luz me asista, pero no soy Raolin Perdición del Oscuro ni Guaire Amalasan, ni Yurian Arco Pétreo. Podéis amansarme, matarme o dejarme en libertad, pero no seré un falso Dragón domesticado sumiso a los dictados de Tar Valon.

Oyó cómo Verin emitía una exclamación el tiempo que los ojos de la Amyrlin se abrían desmesuradamente y su mirada adoptaba igual dureza que una gema azul. Aquello no le afectó en lo más mínimo bajo la protección del vacío.

—¿Dónde has escuchado esos nombres? —preguntó la Amyrlin—. ¿Quién te ha dicho que Tar Valon utiliza a algún falso Dragón?

—Un amigo, madre —respondió— Un juglar. Se llamaba Thom Merrilin. Ahora está muerto. —Moraine se agitó, atrayendo su mirada. Ella aseguraba que Thom estaba vivo, pero nunca había ofrecido ninguna prueba de ello y él no veía cómo algún hombre podía sobrevivir a un encuentro cuerpo a cuerpo con un Fado. Aquella reflexión le resultaba ajena y se esfumó casi al instante. Únicamente existían el vacío y la unidad ahora.

—Tú no eres un falso Dragón —afirmó contundentemente la Amyrlin— eres el verdadero Dragón Renacido.

—Yo soy un pastor de Dos Ríos, madre.

—Hija, cuéntale la historia. Es una historia verídica, muchacho. Escucha con atención.

Moraine comenzó a hablar. Rand escuchó sin desviar la mirada del rostro de la Amyrlin.

—Hará casi veinte años los Aiel cruzaron la Columna Vertebral del Mundo, la pared del Dragón, lo cual no habían hecho nunca. Arrasaron Cairhien, destruyeron todos los ejércitos que se enviaron para hacerles frente, quemaron la propia ciudad de Cairhien y se abrieron paso hasta Tar Valon. Era invierno y estaba nevando, pero el calor o el frío apenas afectan a un Aiel. La batalla final, la última de importancia, se libró fuera de las Murallas Resplandecientes, bajo la sombra del Monte del Dragón. Después de tres días y tres noches de contienda, los Aiel emprendieron la retirada. Puede decirse que su retroceso fue voluntario, puesto que ya habían cumplido el propósito que los había llevado allí, el cual consistía en dar muerte al rey Laman de Cairhien, por el pecado cometido contra el Árbol. Es en esas circunstancias donde se inicia mi historia. Y la tuya.