Simon Hawke
El desterrado
LA TRIBU DE UNO Volumen I
Diseño de cubierta: Víctor Viano
Ilustración de cubierta: Brom
Título originaclass="underline" The Outcast. Tribe of One Trilogy, book one
Traducción: Gemma Gallart
A Troy Denning,
en agradecimiento por permitirme
jugar en su mundo.
Agradecimientos
Quisiera dar las gracias a Rob King y Jim Lowder por su apoyo editorial, y a Heather Richards, Megan McDowell, Bruce y Peggy Wiley, Rebecca Ford y Daniel Arthur por facilitarme tanta información útil, y a Pat Connors por ayudarme a probar el «Gambito de Hawke» en un grupo de confiadas víctimas en Tuscon XIX.
Un agradecimiento especial a Adele Leone y Richard Monaco, por llevar a cabo tareas más allá del cumplimento de su deber, y a Robert M. Powers, que no dejó de decirme que me animara, que las cosas aún empeorarían más.
Y mi agradecimiento más sincero a Bruce Miller, que se muestra siempre extraordinariamente generoso con sus amigos y nunca quiere que se sepa. Lo saben, Bruce, y por eso que te quieren tanto.
Hola, Cheryl. Un abrazo muy fuerte…
Prólogo
Mientras las lunas gemelas proyectaban su espectral luz sobre el interminable erial, Lyra, sola en lo alto del Diente del Dragón, aguardaba el amanecer. Una vez al año, durante los últimos mil años, había realizado aquel peregrinaje a la cima del pico más alto de Athas para reafirmar sus solemnes promesas y soñar el sueño que jamás vería realizado en vida. «Mil años», pensó, estremeciéndose bajo la capa. «Me hago vieja.»
Empezaba a alborear. El oscuro sol no tardaría en alzarse para brillar como una un ascua moribunda en el polvoriento cielo naranja, y sus rayos caerían sobre el desierto como un martillo sobre el yunque. Sólo de noche se conseguía un momento de respiro del abrasador calor; la arena del desierto se enfriaba, la temperatura caía en picado, y las mortíferas criaturas de la noche abandonaban sus nidos y madrigueras para merodear en busca de comida. El día traía consigo otros peligros, no menos letales. Athas no era un mundo acogedor.
Lyra Al´Kali soñaba con el mundo que había existido en una ocasión, mucho antes de que ella naciera. Justo antes del amanecer, imaginaría que el sol se alzaría por el horizonte para mostrar verdes llanuras extendiéndose a sus pies en lugar de las yermas mesetas desérticas. Las estribaciones de las Montañas Resonantes aparecerían pobladas de árboles en lugar de salpicadas de pedruscos, y el canto de las aves sustituiría el lúgubre gemido del viento sobre el desolado paisaje. Hubo un tiempo en que el mundo era verde. El sol era luminoso y las llanuras de Athas florecían; pero eso fue antes de que el equilibrio de la naturaleza fuera destruido por aquellos que quisieron «manipularlo», antes del cambio en el color del sol, antes de que el mundo se viera saqueado por la magia profanadora.
Los pyreens eran la raza más antigua de Athas, aunque con el paso de los siglos su número había ido menguando sin cesar. Ellos rememoraban la Era Verde en sus leyendas, relatos que se transmitían de generación en generación a medida que los pyreens maduraban y hacían sus juramentos. «Ya no quedamos demasiados», pensó Lyra, que cada año se encontraba con menos miembros de su raza durante sus vagabundeos; ella misma era una venerable ahora, uno de los pyreens más viejos que quedaban. «Nuestro tiempo ha pasado», se dijo. «Incluso aunque nuestras vidas duren siglos, no habrá suficiente tiempo para devolver la vida a este planeta moribundo. Somos muy pocos, y no podemos hacerlo todo solos.»
Cada año, en el aniversario de su promesa solemne, Lyra viajaba al Diente del Dragón y escalaba la imponente montaña. Para cualquiera de las razas humanoides de Athas -aun para los incansables elfos de pies veloces y los ágiles y salvajes halflings- la tortuosa ascensión a la cima habría resultado casi imposible, pero Lyra no la realizaba en su forma humanoide. Tan sólo en una ocasión, la primera vez que hizo su juramento, había efectuado la escalada sin la ayuda de sus poderes para cambiar de forma, y aquello casi la había matado. Ahora ya no era joven, e incluso bajo la apariencia de un tágster o un rasclinn la ascensión resultaba ardua. No obstante, seguía realizándola cada año, y lo seguiría haciendo mientras le quedara un hálito de vida; y, cuando ya no pudiera efectuar la ascensión, al menos moriría en el intento.
Los primeros humeantes rayos anaranjados de luz solar empezaron a teñir el cielo por la línea del horizonte. Lyra se irguió sobre la cima barrida por el viento, la larga melena blanca ondeando a su alrededor, y contempló cómo el oscuro sol se alzaba despacio y lleno de malevolencia para abrasar las desérticas mesetas que se extendían a sus pies. Tal y como había hecho mil veces antes, desde que había alcanzado la etapa en que comenzó a contar los años, Lyra empezó a recitar sus votos en voz alta al viento matinal.
– Yo, Lyra Al´Kali, hija de Tyra Al´Kali de las Montañas Resonantes, por este acto pronuncio mis votos y acepto el designio de mi vida, tal y como cada hijo e hija de los pyreens ha hecho antes que yo, y seguirá haciendo cuando yo ya no exista, hasta que Athas vuelva a reverdecer. Juro seguir la Senda del Protector, utilizando mis poderes para proteger y devolver la vida a la tierra, y salir al paso y eliminar a los profanadores que le roben la vida en su propio y perverso beneficio. Juro lealtad a los mayores, y al Más Anciano de los Venerables, Alar Ch´Aranol, Pacificador, Maestro, Protector, Ejecutor de Dragones. A partir de este momento dedicaré mi vida a seguir su noble ejemplo, y ofrezco mi espíritu al servicio de la Disciplina del Druida y a la resurrección de la tierra. Así lo juro y así será.
El viento se llevó sus palabras mientras la luz del oscuro sol inundaba el desierto a sus pies. «Igual que el viento se lleva nuestros sueños», pensó. A lo mejor jamás llegaría el día en que Athas recuperara su verdor, no en tanto que los reyes-hechiceros siguieran viviendo y arrebatando al planeta su esencia vital para alimentar sus conjuros, no mientras los dragones se pasearan por la tierra, dejando una estela de destrucción y muerte a su paso. El Más Anciano de los Venerables había jurado matar los dragones de Athas, pero él solo no podía competir con la magia de aquellas criaturas. Ni siquiera todos los pyreens juntos podían oponerse a ellos. Desde que Lyra vivía, Ch´Aranol había intentado vencer a los dragones que en una ocasión habían sido hombres, pero la magia preservadora jamás había sido tan poderosa como la de los profanadores, y no existía profanador más poderoso que un dragón totalmente metamorfoseado.
Muchos aventureros habían muerto al intentar combatir al dragón, y muchos más morirían si los reyes-hechiceros seguían aumentando su poder. Todos ellos se habían embarcado ya en el sendero de la metamorfosis que los transformaría en dragones, pero era un proceso lento y doloroso, que requería hechizos poderosos, conjuros que arrebataban la esencia vital a la tierra y consumían el espíritu de los desgraciados que caían bajo el dominio de los reyes-hechiceros.
La Senda del Protector exigía comedimiento y pureza en el uso de la magia, por lo que el hechicero extraía la energía de sí mismo o simplemente la «tomaba prestada» de las plantas y la tierra, extrayendo tan sólo cantidades pequeñas de modo que las plantas pudieran recuperarse y el suelo no quedara permanentemente yermo allí por donde él hubiera pasado. Los profanadores, en cambio, no mostraban ningún respeto por los seres vivos y no tenían otra motivación que la codicia y el ansia de poder; lanzaban conjuros que eliminaban toda la vegetación de la zona, dejaban un rastro de animales caídos y agonizantes, y chupaban todo el alimento de la tierra, de modo que ya – nada volvía a crecer allí. Pero ni siquiera aquí se detenían los profanadores. Aquellos que poseían una magia lo bastante poderosa no vacilaban en extraer energía de las formas de vida conscientes, fueran elfos o halflings, enanos o thri- – kreens, o cualquiera de las razas humanoides de Athas… incluso de los pyreens.