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Le había dicho que sentía afecto por ella, que había luchado con el problema, pero que no podía ir en contra de su naturaleza, y ella se preguntó angustiada cómo debía sentirse él. Había dicho que ella no lo comprendía. Pues bien, tenía razón. ¿Cómo podía ella comprender? ¿Cómo podía saber lo que era compartir el cuerpo con otras entidades que poseían pensamientos y sentimientos propios? Él no tenía la culpa. No era algo que él hubiera elegido, sino una maldición con la que estaba condenado a vivir, posiblemente durante el resto de su vida. Y, al declararle sus sentimientos, ella no había hecho más que ponerle las cosas aún más difíciles.

«¡Oh, Sorak -pensó-, ¿qué te he hecho?» Mientras permanecía arrodillada en el suelo llorando, le llegaron los gritos de las otras sacerdotisas que jugueteaban en el cercano estanque. Reían como si no tuvieran ninguna preocupación en el mundo, y se preguntó por qué no podía ser como ellas. Ellas no padecían por la falta de hombres en sus vidas; se contentaban con considerar a Sorak como un hermano. ¿Por qué no podía ser eso suficiente para ella? A lo mejor ellas no conocían el amor; pero, si esto era amor, entonces deseaba con todo su corazón que siguieran en la ignorancia.

Hizo un esfuerzo por serenarse. No quería que las otras la vieran así. Lo que acababa de suceder entre ella y Sorak no les concernía. Se incorporó, se puso la túnica y los mocasines, y se secó las lágrimas de los ojos. La Guardiana tenía razón, se dijo. Tendría que aprender a aceptarlo. Ahora mismo, no sabía cómo podría hacerlo, pero sencillamente tenía que conseguirlo de algún modo o de lo contrario su presencia cerca de Sorak no haría más que provocar dolor en ambos. Aspiró con fuerza, intentando recuperar el dominio de sí misma, y se encaminó decidida de vuelta a las puertas del convento. Sólo había una cosa en la que podía pensar ahora: sería mejor que Sorak no la viera durante un tiempo; además, también ella necesitaba aclarar las cosas, estar separada de él.

Quizá, reflexionó, jamás podrían volver a ser como antes, y esa idea resultaba aú u n más insoportable que la idea de no poder amar a Sorak. En realidad, se dijo, podía amarlo, aunque nunca podría poseerlo ni ser poseída por él de la misma forma que la gente normal. Aunque, de todos modos, se recordó a sí misma, ellos no eran gente normal.

Si sus personalidades femeninas le impedían hacerle el amor, entonces también le impedirían hacer el amor con cualquier otra mujer. En cuanto a eso, al menos, Sorak sería como la mayoría de las villichis: permanecería célibe. No por elección, quizá, pero sí por necesidad. Así que ella haría lo mismo y, de este modo, tal vez su amor resultara más puro. Sabía que no resultaría fácil. Se necesitaría tiempo para disciplinar la mente a esta nueva resolución, igual que se había necesitado tiempo para que sus sentimientos hacia el muchacho hicieran crecer sus esperanzas. A lo mejor ella no tenía derecho a ninguna esperanza, ni a pensar en sus propios deseos. Ahora comprendía que era eso a lo que Saleen se había referido al hablar sobre los votos que todas tomaban.

«… por encima de todo deseo personal y bienestar material», se repitió con amarga ironía. Era una criatura cuando había hecho aquellos votos. ¿Qué sabía entonces de su auténtico significado? ¡Era todo tan horriblemente injusto! La cuestión era: ¿qué sucedería ahora? Ni ella ni Sorak olvidarían lo que acababa de pasar entre ambos. «Las villichis no se casan», había dicho Saleen. «Nosotras no tomamos compañero.» Ryana se había permitido pensar que ella podía ser diferente. Y ser diferente era una maldición. Ya había aprendido aquella lección antes, en su niñez, y ahora, por haberla olvidado, había vuelto a experimentar el dolor de aprenderla de nuevo.

3

No había necesidad de que intervinieras. No has hecho más que empeorar las cosas al interferir.

Simplemente intentaba protegerte de…

– ¡No necesito que me protejan ni de Ryana ni de mis propios pensamientos!

Si hubiera habido extraños presentes para observar esta conversación, sin duda habrían pensado que Sorak era un loco, porque todo lo que habrían visto habría sido al joven sentado sobre una enorme roca plana en medio del agua y aparentemente sosteniendo una conversación unilateral. Habrían oído lo que decía Sorak, ya que hablaba en voz alta, pero parecía hacerlo al aire. Los comentarios de la Guardiana resultaban inaudibles, ya que resonaban tan sólo en la mente del muchacho. Sorak era capaz de sostener conversaciones sin palabras con sus otras personalidades, pero estaba enojado y sentía que, si intentaba mantenerlo todo en su interior, acabaría estallando.

La muchacha se mostraba obstinada y egoísta, dijo la Guardiana. No te escuchaba; no realizaba el menor intento por comprender. Pensaba únicamente en sus propios deseos.

– Estaba aturdida -repuso Sorak-. Y se sentía enfadada, porque tenía la impresión de que le había ocultado cosas. La forma en que le hablaste fue innecesariamente dura y cruel. Siempre ha sido nuestra amiga, más que nuestra amiga. Se preocupó por nosotros cuando nadie más lo hacía.

La gran señora se preocupaba.

– La señora se preocupaba, sí, pero no era lo mismo. Ella reconoció nuestras aptitudes y condición y se sintió obligada a ayudar. Comprendió lo que habíamos sufrido y se apiadó de nosotros; también se sentía obligada hacia la venerable Al´ ' Kali. Ryana se preocupó sin un motivo o condición. Ha sido vergonzoso por tu parte tratarla de ese modo. Y ha sido una vergüenza por nuestra parte que la hayamos engañado todos estos años.

Nadie engañó a la chica, respondió la Guardiana. Retener información no es lo mismo que engañar.

– ¡Palabras! -exclamó Sorak enojado-. Lo cierto es que fue engañada. ¡Si lo hubiera sabido desde el principio, esto no habría sucedido nunca!

Tal vez no, respondió la otra, pero pareces olvidar algo. Tú mismo no lo sabías al principio y, cuando te enteraste, temiste que las otras descubrieran que éramos a la vez hombre y mujer. Pusiste en duda tu misma identidad masculina. Te preocupó muchísimo, de modo que las tres nos callamos y animamos tu propia imagen de ti mismo. Luego, más adelante, cuando tú y la chica…

– ¡Se llama Ryana!

Cuanto tú y Ryana os hicisteis tan amigos, una parte de ti temió decírselo, porque temías su reacción. Si hubo engaño, tú también tomaste parte.

– Puede que una parte de mí tuviera miedo de decírselo -admitió él, de mala gana -. Pero se lo podría haber dicho ahora, y con mas dulzura que tú. Ahora se siente herida, furiosa y confusa, sin que haya hecho nada para merecerlo. Le hemos dado pie y provocado que esperara algo que nunca podríamos ofrecer.

Yo no he dado pie a nadie, protestó la Guardiana. Las villichis no toman compañeros y la mayoría permanecen vírgenes. ¿Cómo iba a saber que ella era diferente?¿Cómo podía saber lo que pensaba?

– ¡Mentira! ¡De todos nosotros tú eres la telépata!

Cierto, pero no podía leer la mente de Ryana cuando dominabas tú. Y, cuando le hablaba por mí misma, siempre me advertías que lo hiciera con respeto, que la tratara como a nuestra amiga. No se leen los pensamientos de una amiga a menos que te lo pidan.

– Siempre tienes una respuesta preparada -se quejó Sorak-; claro que no debería sorprenderme, ya que conoces mis pensamientos tan bien como yo.