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A veces mejor incluso.

– A veces desearía poder sacarte al exterior y estrangularte.

Si sirve de algo una disculpa, me disculparé.

– ¡No necesito tus disculpas!

Me refería a la chica, no a ti, respondió la Guardiana. Como de costumbre, sólo piensas en ti mismo.

– Y, como de costumbre, vas directamente a donde duele -dijo Sorak con una mueca de disgusto.

Somos lo que somos, Sorak, repuso la entidad. Para mí resultaría tan imposible hacer el amor con una mujer como a ti hacerlo con un hombre. Kivara… bien, Kivara no tiene vergüenza.

He oído eso, intervino otra voz. De haber hablado en voz alta, habría hablado a través de los labios de Sorak, y su voz habría sido masculina. Pero había hablado dentro de la mente del muchacho y por lo tanto resultaba muy femenina. Era una voz joven y bastante pí i cara.

– Manté e nte fuera de esto, Kivara -ordenó Sorak.

¿Por qué debería hacerlo? ¿No nos atañe esto a todos nosotros?

A ti es a quien menos debería atañer, puesto que aparentemente no posees unas inclinaciones decididas en un sentido u otro, repuso la Guardiana con ironía.

¿Cómo puedo tenerlas si no he tenido experiencia en tales cosas?, replicó Kivara. Si os lo dejo todo a ti y a la Centinela, permaneceremos siempre en la ignorancia a este respecto. La muchacha es atractiva, y siempre nos ha tratado bien. ¿Tan malo habría sido?

La Centinela, como de costumbre, no dijo nada, pero Sorak percibió su recelo. Aquella entidad casi nunca hablaba, pero estaba siempre allí, alerta, enterándose de todo. A diferencia de los otros, que dormitaban de vez en cuando, la Centinela nunca dormía, y Sorak percibía siempre su silenciosa presencia.

– ¡Es suficiente! -exclamó-. No veo otro modo de resolver este problema que permaneciendo virgen, lo que no me parece un precio muy alto con tal de evitar esta repugnante discordia.

Tal vez resulte más alto de lo que crees, dijo Kivara.

Sorak ha decidido, anunció una voz nueva, interviniendo en la discusión como una ráfaga de viento helado. Kivara «se esfumó» al instante, sumergiéndose en lo más profundo de la mente del joven. Incluso la Guardiana calló. Todos lo hacían cuando hablaba la Sombra. Sorak aspiró con fuerza, temblando como si tuviera frío al sentir la lúgubre presencia de la entidad, pero la sombría criatura no volvió a hablar y volvió a replegarse al interior del subconsciente del elfling.

Súbitamente, Sorak se encontró solo otra vez, o tan solo como le era posible estar. Ya no estaba sentado en la roca plana del estanque, sino de pie en el sendero que conducía al convento. El Vagabundo debía de haberlo devuelto al sendero mientras discutía con las otras personalidades, lo que era típico de la forma de actuar de aquella entidad. No tenía tiempo ni paciencia para discutir o charlar. El Vagabundo era eminentemente práctico por encima de todo.

– Sí -dijo Sorak en voz alta, aunque hablando consigo mismo, al darse cuenta de que una vez más, en la intensidad de la disputa, había conseguido olvidar la existencia de su propio cuerpo. Sucedía de vez en cuando, aunque con mucha menos frecuencia que antes-. Ya era hora de que me pusiera en marcha.

Oyó cómo la gran señora decía «adelante», y abrió la puerta de sus aposentos privados. La mujer levantó la cabeza del telar cuando él entró y sonrió.

– Entra, Sorak. He visto cómo te entrenabas con Tamura esta mañana. Me ha dicho que vas a encargarte del adiestramiento de las novicias. Deberías sentirte honrado. Parece que ha escogido a su sucesor.

– Me temo que no voy a aligerar la carga de Tamura, señora -dijo él-. Es por eso que he venido a veros.

– ¡Oh! -Varanna enarcó las cejas.

– Señora… -empezó Sorak vacilante-, creo que es hora de que abandone el convento.

– Ya, comprendo -asintió Varanna.

– No me malinterpretéis. No es que me sienta desgraciado aquí, ni que sea un ingrato…

– No tienes que dar explicaciones -intervino ella, alzando una mano-. Lo esperaba. Ven, siéntate junto a mí.

Sorak se sentó en un banco junto al telar.

– He sido muy feliz aquí, señora -empezó-, y habéis hecho más por mí de lo que puedo expresar en palabras. Sin embargo, siento que ha llegado el momento de que me marche.

– ¿Tiene Ryana algo que ver en tu decisión?

– ¿Ha hablado con vos? -El joven clavó los ojos en el suelo.

– Sólo para solicitar un período de meditación solitaria en la torre del templo -respondió Varanna-. Parecía muy alterada. No le pregunté el motivo, pero creo adivinarlo.

– Es todo culpa mía. Sabía lo que sentía, lo que yo sentía, y hace tiempo que debiera haber hecho algo para desanimarla. Debiera haber intentado hacer que comprendiera, pero una parte de mí todavía abrigaba la esperanza de que… -Meneó la cabeza y suspiró-. Supongo que ahora ya no sirve de nada; le he hecho daño sin querer, y estará mejor si yo me voy.

»Además, Ryana no es el único motivo por el que debo marcharme. He crecido considerándoos a todas como mi familia, pero prevalece el hecho de que no sé nada de mi auténtica familia. No sé nada de mis padres ni de mis orígenes, ni siquiera mi nombre auténtico. El deseo de averiguar todas estas cosas ha ido creciendo en mi interior durante los años hasta tal punto que ya no puedo pensar en otra cosa. Ansío saber quién soy, señora, o quizá debiera decir quién era antes de convertirme en lo que soy ahora. No recuerdo nada de mi pasado más allá del momento en que la venerable pyreen me encontró en el desierto. A veces, en sueños, me parece escuchar la voz de mi madre que me canta, pero no veo su rostro; y no recuerdo a mi padre. ¿Lo vi vi alguna vez? ¿Supo alguna vez de mi existencia? Me voy a dormir cada noche preguntándome quiénes fueron mis padres, si seguirán con vida y si estarán juntos. ¿Los expulsarían igual que a mí? Tantas preguntas, y ni una sola respuesta.

– ¿Has tenido en cuenta que las respuestas, si las encuentras, pueden resultar dolorosas? -inquirió Varanna.

– El dolor no me es desconocido, señora -respondió Sorak-. Y es mejor el dolor de una respuesta que aclara las cosas que el tormento de una pregunta implacable.

– Eso no lo puedo discutir -repuso Varanna, asintiendo-. Ni tampoco, como ya he dicho, me resulta una sorpresa. Eres libre de marcharte, desde luego. No hiciste votos que te liguen aquí.

– Os debo mucho, señora, y es una deuda que jamás podré pagar.

– No me debes nada, Sorak.

– De todos modos, siempre tendréis mi eterna gratitud y mi más profundo afecto.

– No existe para mí mejor recompensa. ¿Has pensado adónde irás desde aquí?

El muchacho negó con la cabeza.

– Lo cierto es que no. Esperaba que a lo mejor podríais decirme cómo encontrar a la venerable Al´ ' Kali. Quizá podríais decirme dónde me encontró y podría iniciar mi búsqueda desde allí, aunque el rastro tiene ya diez años de antigüedad y no la he visto en todo ese tiempo. A lo mejor ni siquiera sigue viva.

– Tal vez no. Es una de las más ancianas de su raza -dijo Varanna-, pero los pyreens son muy longevos. No obstante, localizarla no será fácil, pues los druidas pacificadores son vagabundos, y pocas veces se muestran bajo su auténtico aspecto. De todos modos, creo saber algo que puede ayudarte. Cada año realiza un peregrinaje a la cima del Diente del Dragón, y fue allí donde oyó tu llamada hace diez años.

– Pero yo no recuerdo dónde fue -repuso Sorak-, ni cómo la llamé.

– El recuerdo sigue dentro de ti, igual que esa habilidad -contestó ella-. Y ahora posees habilidades que no tenías entonces. Examínate a ti mismo en profundidad, y encontrarás la forma. En cuanto al momento, la próxima vez que las lunas estén llenas, hará exactamente diez años que la venerable Al´ ' Kali te trajo aquí.