Sorak sabía que existía un «núcleo infantil» enterrado en lo más profundo de su ser, uno al que no podía acceder de forma consciente. Acurrucado y protegido en el interior de su psiquis, este núcleo infantil había sido en una ocasión su personalidad infantil, pero el dolor y el trauma que habían provocado su fragmentación también habían ocasionado la retirada de esta esencia infantil a lo más profundo de su subconsciente, donde permanecía en una especie de estado de estancamiento congelado, su desarrollo interrumpido y sus sentidos paralizados. Ni siquiera la Guardiana podía llegar hasta él, aunque era consciente de su existencia. Había algo -o quizás alguien- que lo protegía de algún modo. Y esta protección, fuera la que fuera, sugería la posible existencia de otras identidades básicas en su interior que, aunque enterradas, no lo estuvieran tan profundamente y formaran niveles entre su núcleo infantil y sus personalidades más desarrolladas.
«Hay tantas cosas sobre mí que no conozco -pensó Sorak-. ¿Cómo pude pensar que…?» Con un esfuerzo deliberado, apartó una vez más la idea de su cabeza, antes de que su mente volviera a ensimismarse en Ryana. Se dio la vuelta adrede para no ver el convento. Había llegado el momento de mirar al frente, pero ¿a qué?
Aparte de buscar a la pyreen, no tenía ni idea de lo que le esperaba más adelante. ¿Conseguiría ella recordar el lugar donde lo había encontrado? Y, si lo hacía, ¿entonces qué? Él podía intentar volver sobre sus pasos, pero ¿con qué fin? Los elfos, al menos los que residían en las ciudades, eran nómadas; los halflings llevaban una vida seminómada alrededor de territorios tribales, y desde luego no vivían en las mesetas. Tanto si era elfa como halfling, la tribu que había expulsado a Sorak haría ya tiempo que se habría marchado. ¿Cómo esperaba poder encontrar un rastro que tenía diez años de antigüedad?
La respuesta era, desde luego, que no podía. Al menos, no de una forma convencional. Sin embargo, con sus habilidades paranormales, existía una posibilidad de que pudiera captar algún tipo de impresión psíquica que hubiera quedado impresa en el paisaje; alguna aberración reveladora que pudiera proporcionar una pista. Si esto no sucedía, tendría que ponerse en camino a su aire, en la dirección que el destino le marcase.
La gran señora Varanna le había advertido que las respuestas que buscaba podían ser difíciles, si no imposibles, de encontrar. Con toda probabilidad pasaría el resto de su vida buscándolas, pero al menos estaría buscando esas respuestas de forma activa en lugar de limitarse a darles vueltas en la cabeza. Y, mientras buscaba, quizá descubriera un propósito para su existencia. En el convento había llevado una vida muy resguardada, una vida de entrenamiento y contemplación, pero había sido necesario enseñarle cómo vivir con aquella particular naturaleza suya. Tenía una deuda de gratitud con la venerable Al´ ' Kali por haber tenido la previsión de llevarlo allí, y sólo esperaba poder encontrarla para expresarle apropiadamente aquella gratitud. Pronto, las lunas de Athas estarían llenas, y entonces, a lo mejor, empezaría a conocer su destino.
4
A medida que transcurrían los días y Sorak seguía viajando, alternando con el Vagabundo en el dominio de su cuerpo, el Diente del Dragón empezó a estar cada vez más cerca; ahora se encontraba ya a menos de un día de camino. El viaje había transcurrido con. relativa tranquilidad. A aquella altura, el joven no encontró ningún otro viajero y tampoco había demasiada fauna por encima de la zona de matorrales de la cordillera. Una vez que sobrepasó ese punto, el terreno se tornó extremadamente rocoso y solitario.
Su cuerpo estaba en perfecto estado físico, pero necesitaba descanso; y,? aunque Sorak podía retirarse -desaparecer- cuando se cansaba, dejando que el Vagabundo se hiciera cargo, el cuerpo que todos compartían poseía reservas limitadas de energía. Acampaba varias horas cada noche para que su cuerpo pudiera descansar, y, al alternar la personalidad que tomaba el control, Sorak consiguió realizar un buen promedio. En las pocas ocasiones en que encontró animales que pudieran ser peligrosos, Chillido hizo su aparición para comunicarse con ellos, y de este modo cualquier amenaza quedó anulada.
Sorak no comprendía por completo a Chillido, no de la misma forma en que comprendía a la Guardiana, al Vagabundo, a Eyron, a Poesía, a Kivara y a los otros. Había veces en que tampoco comprendía muy bien a Kivara, pero eso se debía a que Kivara era joven y no realizaba ningún esfuerzo auténtico por comprenderse se
a sí misma. Con Chillido era diferente ya que no era como ninguno de los otros, era más s" parecido a Tigra. No hablaba en el exacto sentido de la palabra, pero comprendía a los demás y podía hacerse comprender, aunque a un nivel bastante primitivo. Era igual que la comunicación paranormal que Sorak tenía con Tigra, y no habría tenido esa comunicación con el tigone de no haber sido por Chillido.
Los otros poseían todos personalidades definidas, pero Chillido poseía una habilidad de la que los otros parecían carecer: tanto podía tomar el control por completo como efectuar una mezcla de su personalidad con la de Sorak, lo que daba como resultado una curiosa clase de superposición en la que ambos estaban presentes y «fuera» al mismo tiempo. Era Chillido quien poseía la afinidad con Tigra; pero, aunque el tigone estaba ligado a Chillido, también se sentía ligado a Sorak, del que sabía que era un ser diferente de Chillido, aunque a la vez parte de él. Al animal no lo preocupaban las complejidades de tales relaciones y simplemente aceptaba a Sorak por lo que era.
El quinto día de viaje, un grupo de tigones se acercaron mucho al campamento nocturno de Sorak, si bien éste, gracias a la vigilancia de la Centinela, ya estaba enterado de que el grupo lo seguía desde hacía algún tiempo. En circunstancias normales, al encontrar a un viajero solo lo habrían atacado enseguida, pero la presencia de Tigra y la identificación psíquica de Chillido, que detectaban con sus propios poderes paranormales, los confundía. Aquello era algo completamente desconocido, sin precedentes, y no sabían cómo interpretarlo. Por una parte, lo que veían parecía ser un humano, pero olía a la vez a elfo y a halfling, y proyectaba a Chillido como una identidad tigone. Además, un tigone acompañaba a la extraña criatura. Esto último desconcertaba y trastornaba a los animales y, tras seguir a Sorak casi todo un día, se aventuraron más cerca de él por la noche, una vez que hubo encendido su fogata.
El muchacho no tomó ninguna medida hacia ellos, ni hostil ni defensiva, pero Chillido sí estableció contacto con ellos, proyectando mentalmente a la vez un reconocimiento no amenazador y un sutil dominio. Tigra permaneció cerca, indicando claramente al grupo su compenetración y relación con Sorak. Los animales se acercaron con cautela e indecisión, los más osados -los machos jóvenes- se adelantaron con olfateos vacilantes, sondas paranormales y desafiantes pautas de comportamiento, pero tanto Sorak como Chillido proyectaron una tranquila seguridad, una total carencia de temor e indiferencia ante las posturas desafiantes adoptadas por los animales.
Dado que, en realidad, los tigones no son más que gatos gigantes, la curiosidad no tardó en vencer a su cautela, y penetraron en el campamento para olfatearlos a él y a Tigra y hacer amistad. Desplegándose, se instalaron alrededor del fuego entre bostezos y estiramientos, y, justo antes de dormirse, Sorak vio cómo Tigra desaparecía entre los matorrales con una de las hembras jóvenes. Sonrió y por un instante envidió a su compañero la facilidad para entablar un sencillo acoplamiento con una hembra de su propia raza; una experiencia que él jamás conocería. Y con aquel triste pensamiento se durmió, rodeado por nueve enormes depredadores que lo habían aceptado como uno de ellos.