– Por segunda vez has vuelto a llamarme, y he venido. Sólo que esta vez no encuentro a un niño, sino a un elfling adulto.
– ¿Venerable Al´ ¨ Kali? -musitó Sorak, poniéndose en pie despacio y un poco vacilante.
– No hay necesidad de ser tan formales -repuso ella-. Puedes llamarme Lyra.
– Lyra -dijo-. ¿Te…, te llamé?
– Tus poderes no han disminuido -contestó la mujer-. De hecho, han aumentado. Acerté al llevarte al convento villichi; parece que te han educado bien.
El joven sacudió la cabeza, sintiéndose un poco aturdido.
– No recuerdo… Parece que fue hace un momento. Aún era de día y… -Entonces comprendió lo que debía de haber sucedido; había perdido un período de tiempo, como había sucedido muchas veces antes cuando uno de los otros se manifestaba por completo. Sin embargo, en este caso, ni él ni ninguno de ellos recordaba nada de lo sucedido durantes esas horas perdidas. Aunque se sentía un poco entumecido por haber estado sentado allí tanto tiempo, sentía una sensación de calor por todo el cuerpo y una profunda paz interior. Kether. Kether había acudido, a manifestarse y a lanzar la llamada que ni él ni ninguno de los otros podría haber realizado, la llamada que había llegado hasta Lyra Al'Kali Al´Kali en la cima del Diente del Dragón, igual que había sucedido diez años antes.
– Ven -dijo Lyra, tendiéndole la mano-. Hay una quebrada seca que baja por la ladera de la montaña a poca distancia al oeste de aquí. Sigue su curso hasta que llegues a un estanque salado, donde termina. Acampa allí y enciende un fuego. No tardará en amanecer, y tengo que realizar mis oraciones. Me encontraré contigo allí poco después de salir el sol.
Dio media vuelta y empezó a ascender por entre las rocas, en dirección a la cima, con el viento azotando su capa mientras ascendía con pasos firmes y decididos. En un momento dado, la capa pareció hincharse como unas alas, y de repente la mujer se elevó por los aires. La metamorfosis había tenido lugar en un instante, más deprisa de lo que el ojo podía seguirla, y Sorak contempló asombrado cómo el pterrax se elevaba hacia el cielo, las largas alas correosas extendidas mientras surcaba las corrientes de aire. El ave desapareció de su vista en cuestión de segundos.
La hoguera se había consumido hasta dejar tan sólo un rescoldo, y justo acababa de amanecer cuando Sorak despertó junto a la orilla del pequeño lago de montaña. Se sentía saciado, y comprendió que el Vagabundo había cazado mientras él dormía aunque no se veía ni rastro de la pieza. Como sabía lo mucho que el joven lo aborrecía, el ente tenía siempre buen cuidado de no enfrentar al muchacho con las pruebas de haber comido carne, de modo que Sorak ignoraba qué había alimentado su cuerpo. Lo prefirió así. Tenía los cabellos húmedos, por lo que se dijo que el Vagabundo, o quizás alguno de los otros, se había bañado en el estanque de agua dulce situado junto al lago salado. El lago se encontraba en una elevación que quedaba bastante por debajo de las laderas inferiores del Diente del Dragón, por lo que la mañana era agradablemente fresca, todo un cambio comparado con el frío cortante de la noche anterior.
Mientras se alzaba a una posición de sentado, Sorak vio un rasclinn que trotaba por la orilla del lago en dirección a él. Las orejas de Tigra se irguieron al olfatear a la perruna criatura, cuya plateada piel resplandecía bajo el sol matutino. El animal no representaba ningún peligro para el joven, ya que su dieta era exclusivamente vegetariana, con un organismo de un eficiencia tan sorprendente que le permitía extraer vestigios de metal de casi cualquier tipo de planta, incluso l T as venenosas, a las que el rasclinn era inmune. Esto proporcionaba a su piel una textura de una dureza extrema, casi metálica, una piel muy apreciada por los cazadores, que la vendían para confeccionar armaduras. Los rasclinn solían ser pequeños, menos de un metro desde la cruz al suelo y con un peso de apenas veinte kilos; sin embargo, éste era un ejemplar grande, y al descubrir a Sorak trotó ansioso hacia él en lugar de correr en dirección opuesta. El tigone no hizo ningún movimiento hacia él, y Sorak no tardó en descubrir el motivo. Parpadeó y vio cómo Lyra se alzaba de su posición a cuatro patas y se limpiaba las manos en la capa.
– Estos viejos huesos no hacen más que crujir estos días -suspiró mientras se aproximaba al campamento del muchacho-. Y a cada año que pasa sienten más el frío. -Se acomodó en el suelo junto a los rescoldos de la hoguera, les arrojó unos cuantos trozos de madera, y se calentó junto a las llamas. Su anciano rostro estaba arrugado como un viejo pergamino, pero en sus ojos brillaba aún la energía-. Supongo que no llevarás contigo un poco de aguardiente tiriano…
– Sólo tengo agua -dijo Sorak-, pero puedes beber cuanta quieras. Las aguas del estanque son dulces y frías, y he vuelto a llenar mi odre en ellas.
– Entonces el agua servirá perfectamente -respondió Lyra, aceptando el odre y lanzando un chorro a su boca-. ¡Ahhh! Viajar da mucha sed. Y, puesto que siempre estoy viajando, siempre estoy sedienta. Pero un poco de aguardiente tiriano habría sido muy bien recibido tras ese helado viaje.
– ¿Qué es aguardiente tiriano?
La mujer enarcó las cejas, sorprendida.
– Ah, claro. Has llevado una vida muy protegida en el convento villichi; pero, por lo que recuerdo, las villichi elaboran un vino excelente a base de grosellas rojas.
– Lo he probado -dijo Sorak-, pero no me gustó. Lo encontré demasiado dulce para mi gusto.
– Bien, entonces, puede que te gustase el aguardiente tiriano. No es dulce, sino ácido, y maravillosamente suave; pero ten cuidado de acercarte a él con cuidado las primeras veces que lo pruebes. Más de una copa hará que tu cabeza dé vueltas, y lo más probable es que despiertes a la mañana siguiente con un dolor de cabeza formidable y la bolsa vacía.
– No me son desconocidos los dolores de cabeza -repuso Sorak-, y ni siquiera tengo una bolsa.
– Tienes mucho que aprender, si has de aventurarte alguna vez al interior de las ciudades -respondió Lyra con una sonrisa.
– Tengo mucho que aprender, de todos modos -replicó Sorak-. Y es ése el motivo de que haya venido a buscarte. Esperaba que podrías indicarme el camino del conocimiento.
– De modo que has abandonado el convento para encontrar tu camino en este mundo -dijo ella meneando la cabeza-. Es lo correcto. El convento fue un buen campo de entrenamiento para ti, pero la escuela de la vida tiene mucho que enseñar, también. ¿Cuál es el conocimiento que buscas?
– Averiguar quién soy. Siempre he sentido una carencia al no saber quiénes eran mis padres o de dónde procedo. Ni siquiera sé mi nombre auténtico, y siento que debo averiguar estas cosas antes de poder descubrir el propósito de mi vida. Esperaba que pudieras ayudarme, puesto que fuiste tú quien me encontró y me llevó al convento.
– ¿Pensabas que podía decirte todo esto? -inquirió la mujer.
– Tal vez no -respondió Sorak-, pero pensé que si había dicho algo cuando me encontraste, a lo mejor lo recordarías. Si no, al menos podrías decirme dónde me encontraste, y yo podría iniciar mi búsqueda desde allí.
– Estabas casi moribundo cuando te encontré en el desierto -repuso Lyra, negando con la cabeza-, y no dijiste una sola palabra. En cuanto al lugar donde te encontré, ya no lo recuerdo. Seguí tu llamada y no presté atención al lugar. Un trecho de desierto se parece mucho a otro. En cualquier caso, no veo cómo eso podría ayudarte. ¿Cuánto tiempo ha transcurrido? ¿Diez años? Cualquier rastro se habrá extinguido hace ya mucho; incluso las señales paranormales que hubieran quedado se habrían vuelto borrosas, a menos que fueran sumamente potentes, como las que a veces quedan grabadas en el terreno a causa de una gran batalla.