Para Lyra la magia de los profanadores era demente, en especial en los hechizos devastadores que los reyes-hechiceros lanzaban en su ansia por metamorfosearse en dragones. Aunque viviera otros mil años, jamás lo entendería. ¿De qué les servía obtener un poder tan incalculable si todo lo que podrían gobernar sería un mundo estéril, sin vida? ¿Adónde recurrirían entonces para buscar la enorme cantidad de energía que necesitaban los dragones adultos para sobrevivir? Matarían todo lo que tuviera vida, y luego, como las bestias enloquecidas que eran, se matarían entre ellos hasta quedar sólo uno, y ese superviviente sería el amo de un planeta muerto. Mientras contemplara el arrasado mundo de Athas, ese último dragón tendría la breve satisfacción de saber que su poder era supremo y sin rival… antes de morir lentamente de hambre.
¿Cómo era posible, se decía Lyra, mientras observaba con tristeza el reseco paisaje, que no se dieran cuenta? ¿Cómo era posible que los profanadores no vieran a lo que conducía todo aquello? La única explicación posible era que los reyes-hechiceros estaban locos, enloquecidos por su ansia de poder, y que vivían únicamente para alimentar ese anhelo. A medida que aumentaba su poder, aumentaba su apetito. Tenía que existir una forma de detenerlos, pero el único modo de hacerlo era destruyéndolos, y los profanadores podrían acumular poder más deprisa que cualquier preservador. Ningún mago corriente podía enfrentarse a ellos; no existía más que una posibilidad, un ser con un poder semejante al suyo: el avangion.
Jamás había habido un avangion en Athas. Los reyes-hechiceros y sus esbirros se habían ocupado de ello, persiguiendo y exterminando implacables a cualquier rival, tanto profanadores como preservadores, y el nacimiento de un avangion requería mucho más tiempo que la creación de un dragón, ya que sólo podía utilizarse magia preservadora. El sendero de la metamorfosis era largo y doloroso;, requería dedicación desinteresada y paciencia extrema. Sin embargo, tras un millar de años, existía al menos un atisbo de esperanza: se había iniciado el proceso de nacimiento de un avangion. Habrían de pasar aún muchos, muchos años, y los reyes-hechiceros harían todo lo posible por destruirlo antes de que se completara el ciclo; pero, si sus esfuerzos fracasaban y el avangion alzaba el vuelo, los dragones empezarían a temblar en sus guaridas.
No obstante, ¿qué posibilidades tenían? Era más que probable que, antes de que pudiera completarse el proceso de creación de la criatura, todos los reyes-hechiceros se hubieran convertido ya en dragones, y en ese caso serían demasiados contra uno solo. Los pyreens que aún quedaban dedicarían de buen grado el resto de sus vidas a proteger al avangion hasta que se completara el ciclo, pero nadie sabía dónde podía hallarse el solitario hechicero que realizaba la complicada metamorfosis. «Quizá», pensó Lyra, «es mejor así. Si nosotros no podemos encontrarlo, entonces tampoco pueden hacerlo los reyes-hechiceros; aunque eso no les impedirá intentarlo.»
Lyra se vio bruscamente arrancada de su ensoñación por un angustiado grito de desesperación. El grito de un niño, se dijo, parpadeando sorprendida mientras miraba a su alrededor rápidamente. Desde luego era imposible; un niño no podía haber escalado el Diente del Dragón, Tal vez algún extraño truco del viento la había engañado… Y entonces se dio cuenta de que en realidad no había oído el grito: éste había resonado en su mente. Se trataba de un grito paranormal en demanda de ayuda, un atormentado alarido inarticulado, casi como los gemidos agonizantes de un animal. No obstante se trataba de un niño, Lyra estaba segura. Toda una vida dedicada a la disciplina de las artes paranormales significaba que no podía equivocarse. En alguna parte, había un niño que tenía graves problemas; pero el hecho de que el grito paranormal hubiera sido proyectado hasta un lugar tan lejano como el Diente del Dragón indicaba que se trataba de un niño dotado de increíbles poderes para – normales innatos. Jamás había conocido algo ni remotamente parecido, y desde luego no podía hacer caso omiso de ello.
Extendió totalmente los brazos y empezó a girar sobre sí misma, cogiendo velocidad a medida que su figura se tornaba borrosa hasta que, en cuestión de segundos, hubo tomado la forma de un espíritu aéreo, un veloz remolino que se alzó del suelo y descendió a toda velocidad por la ladera, en dirección a las estribaciones. Lyra se concentró en el grito para intentar dilucidar de dónde provenía, y entonces volvió a oírlo, mucho más débil ahora, como si fuera un sollozo resignado. Se aferró n a él y giró un poco al oeste para dirigirse directamente hacia el origen del grito paranormal; mientras reducía a toda prisa la distancia, se maravilló ante su potencia, incluso ahora que era más débil. Pasó a toda prisa sobre las rocosas estribaciones y se encaminó al desierto. ¿Era posible? ¿Qué estaría haciendo un niño en el desierto y de noche? A lo mejor estaba con una caravana que había tenido problemas. En el desierto los desastres surgían siempre a cada paso…
Y entonces lo vio. En su vuelo rasante sobre el desierto, había estado a punto de pasar de largo por culpa de la ansiedad. No había ninguna caravana; ni siquiera una carreta solitaria o un grupo a pie. No había más que un niño, tendido inconsciente sobre la arena, con lo que parecía ser un cachorro de tigone salvaje listo para atacar. Lo había encontrado justo a tiempo.
Sin dejar de girar en redondo, Lyra se posó sobre el suelo y avanzó hacia el cachorro para intentar interponerse entre él y la criatura; pero el animal, a pesar de echarse hacia atrás y entrecerrar ligeramente los ojos para protegerse de la potente ráfaga de arena que ella levantaba, se negó a apartarse de la caída figura. Los tigones eran felinos con poderes paranormales, que utilizaban para acechar a su presa como en este caso, pero su hábitat natural eran las estribaciones montañosas y las elevadas laderas de las Montañas Resonantes. Era la primera vez que Lyra había visto a uno de ellos aventurarse en el desierto. Imaginó que el hambriento cachorro habría captado el grito del niño como había sucedido con ella, y respondido de forma instintiva. Volvió a cambiar de aspecto, tomando ahora el de un tigone adulto, y proyectó un pensamiento básico a nivel animal hacia el cachorro.
Mío. Aparta.
Percibió una repentina aprensión en el pequeño tigone, y el pensamiento que llegó hasta ella era a la vez desafiante e inaudito.
No. No es presa. Amigo. a Proteger. El cachorro le mostró los colmillos a modo de advertencia.
La respuesta cogió a Lyra totalmente por sorpresa. El animal no sólo no estaba interesado en el niño como alimento, sino que estaba dispuesto a enfrentarse a un tigone adulto para protegerlo. La mujer recuperó la forma humanoide.
– Tranquilo, ahora -dijo en voz alta, reforzando el tono con pensamientos tranquilizadores-. He venido a ayudar a tu amigo.
Lleno de desconfianza, el cachorro dejó que se acercara, pero se mantuvo listo para atacar si ella realizaba el menor movimiento hostil hacia la criatura inmóvil. También esto sorprendió a la mujer. Por lo general, no tenía dificultad en utilizar sus habilidades paranormales para controlar a los animales; sin embargo, pese a ejercer su dominio sobre la cría, ésta se negaba a aceptar por completo su voluntad, decidida por encima de todo a proteger al niño.
Despacio, sin dejar de observar al cachorro, Lyra se agachó junto al pequeño cuerpo y lo hizo girar con cuidado sobre su espalda. Recibió una nueva sorpresa.