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– ¿Entonces no puedes ayudarme? -quiso saber Sorak, sintiendo cómo el desánimo se apoderaba de él.

– No dije eso -respondió Lyra-. No puedo facilitarte las respuestas que buscas, pero quizá pueda ayudarte. Es decir, suponiendo que aceptes mi consejo.

– Claro que lo aceptaré. Sin ti, no tendría vida. Tengo una deuda contigo que jamás podré pagar.

– A lo mejor podrás pagarla, y ayudarte a ti mismo a la vez -dijo Lyra-. ¿Conoces el objetivo de los pacificadores? ¿Te han enseñado la Disciplina del Druida?

Sorak asintió.

– Bien. En ese caso conocerás la existencia de los profanadores y los reyes- – hechiceros que desangran a nuestro mundo. Te habrán hablado de los dragones. ¿Qué sabes del avangion?

– Es una leyenda -respondió Sorak, encogiéndose de hombros-. Un mito para que los oprimidos mantengan viva una esperanza.

– Eso es lo que cree mucha gente -replicó Lyra-. No obstante, la historia es mucho más que una leyenda. El avangion es real. Vive, aunque todavía es un hombre.

– ¿Quieres decir que alguien ha iniciado realmente la metamorfosis? -pregunto el muchacho, sorprendido-. ¿Quién?

– Nadie sabe quién es, y nadie sabe dónde se lo puede encontrar. Al menos, nadie que yo haya encontrado nunca ha afirmado conocer la localización del mago eremita, o su verdadero nombre. Lo conocen sólo como el Sabio, ya que el saber su auténtico nombre daría poder a sus enemigos, entre los que se incluyen todos los reyes- – hechiceros. Sin embargo, existen algunos que conocen su existencia, y que reciben comunicaciones suyas de vez en cuando, ya que ello renueva la esperanza en su causa. La Alianza del Velo es un ñ o de tales grupos, los pyreens son otro. Y la gran señora de las villichis también conoce su existencia, y ahora la conoces tú.

– ¿La gran señora Varanna lo sabía? -se extrañó Sorak-. Pero ¡si ella nunca me habló de esto! ¿Y qué tiene que ver conmigo este mago eremita?

– ¿Varanna te dio a Galdra, verdad?

– ¿Galdra? -Sorak frunció el entrecejo.

– Tu espada -aclaró Lyra.

Sorak levantó la espada y la funda elfas que descansaban junto a él.

– ¿Esto? No mencionó que tuviera un nombre.

– ¿Lleva algo escrito en su hoja, no es así? -dijo Lyra-. Hay unas antiguas runas en las que se lee la siguiente inscripción: «Fuerte en espíritu, bien templado, forjado en la fe».

– Sí -repuso Sorak-. Dije que era un sentimiento noble, y la señora contestó que era más que eso, que era un credo. Que, mientras lo respetara, el arma siempre me serviría bien.

– Y así será; a menos, claro está, que no te la regalaran, y tú la robaras.

– No soy un ladrón -protestó el joven, herido en su orgullo.

– No pensaba que lo fueras -dijo Lyra con una sonrisa-; pero me gusta ver que eres orgulloso. Eso significa que eres fuerte de espíritu, y, mientras tu espíritu

se mantenga fuerte, Galdra permanecerá bien templada. Su hoja está forjada en la fe, la fe de aquel que la empuñe. Mientras mantengas esa fe, la hoja de Galdra jamás te fallará, y su filo atravesará cualquier obstáculo que encuentre.

Sorak extrajo la espada a medias de la funda.

– ¿Por qué no me dijo la señora ninguna de estas cosas?

– Tal vez quería que te las contase yo -respondió ella.

– ¿Por qué?

– Porque fui yo quien le dio la espada. Y sabía que, al dártela a ti, me enviaba un mensaje.

– No comprendo. -Sorak sacudió la cabeza-. ¿Esta espada es tuya? Creía que era elfa.

– Lo fue, hace mucho, mucho tiempo -explicó Lyra-. Y la espada nunca fue realmente mía. Me la entregaron en depósito, y con el tiempo se la di a Varanna para que la custodiara.

– Me dijo que se la habían dado como regalo de un servicio que había prestado -dijo Sorak.

– Así fue -repuso ella con una sonrisa-. Y ahora lo ha prestado.

– Hablas en clave.

– Perdóname -Lyra lanzó una risita-, no quería confundirte. Empezaré por el principio. Hubo un tiempo, hace muchos siglos, en que los elfos eran diferentes de como son ahora. Hoy en día, los elfos de Athas están desperdigados por todas partes, sin unidad entre las diferentes tribus, y han caído en la decadencia, o quizá los han arrastrado a ella. Las tribus nómadas se dedican por lo general al contrabando y al robo, mientras que los que habitan en las ciudades son comerciantes de dudosa reputación, que probablemente estafarán a sus clientes o les venderán mercancía robada. Oirás mencionar la expresión «Tan astuto como un elfo» o «Tan carente de honor como un elfo», pero hubo un tiempo en que los elfos eran gente orgullosa y honrada, artesanos y guerreros expertos, con una gran cultura propia. Y, en lugar de ser bandas desperdigadas de vagabundos que viven al día, eran tribus poderosas unidas bajo un rey.

Cuando era joven, conocí a uno de esos reyes. Se llamaba Alaron, y fue el último de su estirpe.

»Alaron tenía al menos doce esposas y sin embargo no pudo engendrar un hijo en ninguna de ellas. Rajaat, el más poderoso de los profanadores, lo había maldecido con un conjuro que lo convirtió en estéril. Rajaat buscaba destruir el reino de las tribus elfas, porque éstas eran una amenaza para él, y así pues se dedicó primero a eliminar a la dinastía reinante, y luego a sembrar la discordia entre las tribus con derecho a sentarse en el trono cuando finalizara el mandato de Alaron. Para obtener la ayuda de elfos de estas tribus, utilizó el soborno siempre que le fue posible, y magia cuando el soborno fracasaba, y finalmente consiguió dividir a las tribus en facciones enemistadas. El reino se desintegró, y Alaron se vio obligado a huir al bosque, donde expiró a causa de sus heridas. Yo lo encontré, como te encontré a ti, medio muerto; pero, al contrario que en tu caso, yo ya no podía hacer nada por él. Antes de morir, me entregó su espada, una espada famosa entre las tribus elfas bajo el nombre de Galdra, la espada de los reyes. Él sabía que ya no le serviría, porque había perdido la fe y se moría.

»Me rogó que la tomara -continuó- y la mantuviera a salvo, de modo que jamás cayera en manos de los profanadores, ya que la hoja se haría añicos si intentaban utilizarla, y Alaron no quería ver destruido el símbolo de la casa real elfa. «Fui condenado a no tener jamás un hijo», me explicó, «y una gloriosa tradición muere conmigo. Los elfos son ahora un pueblo derrotado. Toma a Galdra y manténla a salvo. Nuestra esperanza de vida es como el parpadeo de un ojo para un pyreen, por lo tanto es posible que, algún día, tengas éxito donde yo he fracasado, y encuentres a un elfo digno de esta espada. Si no es así, entonces ocúltala a los profanadores. Al menos los privaré de esto.» Y, tras estas palabras, murió.

«Alaron fue siempre mi amigo -continuó Lyra-, y no podía negarle aquello. Oculté la espada y, a medida que pasaban los años, la fui cambiando de un escondite a otro, sin estar nunca segura de que estuviera a salvo. Luego, un día, al cabo de muchos años, encontré a una joven sacerdotisa villichi que iba en peregrinaje, y esa sacerdotisa era Varanna. Yo había sido sorprendida y herida por un dragón joven que me confundió con un humano, y estaba demasiado débil para curarme a mí misma; Varanna se detuvo a ayudarme, y percibí la bondad de su corazón y también que e é l destino la preparaba para ser gran señora. Comprendí que en ningún lugar estaría más segura el arma que me habían confiado que en el convento villichi y se la entregué a Varanna, explicándole lo que era y lo que representaba, y ella la ha guardado todos estos años.