El olor del hombre. Pero ¿cómo sabía que se trataba del olor del hombre si nunca se había tropezado con uno? La Centinela lo sabía, lo que evidentemente quería decir que en algún momento de su pasado, fuera del alcance de su memoria consciente, él había percibido ese olor y sabido a qué pertenecía. No conocía el porqué, pero, por alguna razón, este olor tenía una asociación desagradable y perturbadora. Las comisuras de sus labios se fruncieron hacia abajo.
– Tigra -dijo en voz baja-. Desaparece.
El tigone desapareció obediente entre los matorrales.
Sorak se aproximó con cautela. De momento no podía verlos, pero, a medida que se acercaba, su olor se tornó más penetrante; el olor de humanos varones, y algo más: sin duda el olor de humanos varones, pero diferentes de algún modo muy sutil. Y también se notaba el olor de animales: crodlus, grandes saurios bípedos con patas gruesas y macizas, y extremidades delanteras largas y finas. Sorak podía verlos ya, atados a un bosquecillo de arbustos justo fuera de los muros exteriores de las ruinas. Se mantenían erguidos sobre sus poderosas patas, los largos cuellos estirados al máximo mientras sus mandíbulas en forma de pico arrancaban hojas y ramas pequeñas a los matorrales. Contó seis de ellos, y vio que cada criatura tenía una silla de montar sujeta al ancho lomo, lo que significaba que se había domesticado a los animales para utilizarlos como monturas de guerra.
Al percibir su cercanía, los animales reaccionaron con potentes resoplidos y pateando el suelo, pero Chillido se hizo cargo de la situación y les respondió con resoplidos, lo que los tranquilizó e hizo que volvieran a mascar follaje.
– Algo está alborotando a los crodlus -dijo una voz masculina justo detrás del muro.
– Probablemente algún animal -repuso uno de los otros-. De todos modos, ahora están tranquilos.
– Quizá debiera ir a echarles un vistazo.
– Tranquilízate, Silok. Te preocupas demasiado. No hay un alma en kilómetros a la redonda. Y, si alguien intentara acercarse a hurtadillas, los crodlus harían mucho más ruido.
Sorak llegó hasta el muro y apretó la espalda contra él para escuchar.
Uno de los hombres lanzó un gruñido de satisfacción sobre la comida y luego eructó ruidosamente.
– ¿Creéis que la caravana saldrá mañana?
– A lo mejor, pero seguramente se tardará más en llenar las carretas y organizar el viaje de vuelta. No temas, Kivor, no nos costará divisar la caravana desde aquí cuando abandone la ciudad. Tendremos mucho tiempo para descender y avisar a los otros.
– Ojalá se dieran prisa con esto -masculló el llamado Silok con irritación-. Malditos sean esos mercaderes holgazanes. Ya llevamos tres días aquí arriba, y ¿quién sabe cuánto más tendremos que esperar? Empieza a ponerme enfermo este lugar.
– Lo que a mí me enferma es que Rokan y los otros se están divirtiendo en Tyr, bebiendo y corriéndose juergas con las señoras mientras nosotros estamos aquí sentados en estas ruinas miserables y helándonos el culo cada noche.
– Zorkan tiene razón -dijo uno de los otros-; no veo por qué no podemos turnarnos en bajar a la ciudad. ¿Por qué es necesario que seis de nosotros monten guardia. esperando a la caravana?
– Porque de este modo podemos alternarnos, y unos podemos ir a dormir o a hacer nuestras necesidades o cazar. ¿Acaso preferiríais quedarte aquí solo, Vitor? Hay más seguridad cuantos más seamos. Nosotros no conocemos estas colinas.
– Ni las quiero conocer -respondió Vitor en tono agrio-. Cuanto antes marchemos de este lugar, mejor me sentiré. Los malditos insectos de aquí arriba me están comiendo vivo.
Mientras los hombres hablaban, Sorak se retiró al interior de su mente; la Guardiana salió entonces al exterior y utilizó sus poderes telepáticos para leer los pensamientos de los acampados.
Se dio cuenta enseguida de que aquellos hombres eran bandidos. Saqueadores de la región de Nibenay. Pero, en ese caso, ¿que hacían aquí? Nibenay se encontraba justo al otro lado del desierto, a los pies de las Montañas Barrera. El ente sondeó más profundamente, abriéndose a todos sus pensamientos, y al instante retiró el contacto. Éstas eran mentes desagradables, bastas y depravadas, absortas en los pensamientos e instintos más bajos. Con una sensación de repugnada repugnancia se obligó a extender de nuevo su conciencia telepática hacia ellos.
Intentó abrirse paso por entre sus ruines pensamientos de codicia y lascivia, apartando las imágenes de actos violentos que estos hombres crueles habían cometido y que atesoraban en su memoria. A medida que iba desentrañando los brutales pensamientos e impulsos de sus mentes, empezó a odiarlos.
Estos hombres eran parásitos, depredadores de la peor especie, sin fe ni escrúpulos. Habían abandonado su campamento base en las Montañas Mekillot y viajado hacia el este, para seguir luego una caravana comercial procedente de Altaruk. Algunos de ellos se habían unido a la caravana fingiendo ser comerciantes. Ahora aguardaban abajo en la ciudad, a la espera de que la caravana iniciara su viaje de vuelta a Altaruk transportando armas para vender en Gulg y las ganancias obtenidas en los comercios de Tyr. Sin embargo, antes de que la caravana llegara a Altaruk, los saqueadores planeaban atacarla. Los hombres acampados en las ruinas eran los vigías; su tarea era cabalgar hasta donde esperaba el resto de la banda en el desierto y avisarles para que prepararan la emboscada.
Pero ¿por qué habían acudido de tan lejos? Si su objetivo era atacar la caravana y saquearla, ¿por qué simplemente no atacarla cerca de Altaruk o Gulg, ambas ciudades mucho más cercanas a las Montañas Mekillot, donde estos salteadores tenían su hogar? ¿Por qué viajar tan lejos? La Guardiana intensificó su sondeo.
Uno de los hombres, una bestia llamada Digon, parecía estar al mando del grupo, y hacia él dirigió su sonda paranormal. Una vez más, tuvo que vencer su repugnancia al entrar en contacto con las zonas más profundas de su mente; las imágenes allí contenidas resultaban repelentes e indignantes.
Por fin encontró lo que buscaba.
Había más en esto que simple bandidaje. De aquellos que se habían unido a la caravana procedente de Altaruk, algunos atacarían desde dentro cuando se hiciera funcionar la trampa, pero otros estaban en Tyr como espías. En aquellos momentos había un gobierno relativamente nuevo en la ciudad, y había llegado a Nibenay la noticia de que Tithian había desaparecido y que sus templarios habían sido destituidos. Tyr era gobernada ahora únicamente por un consejo de asesores, y al parecer este gobierno no era estable.
Existía una alianza secreta entre estos saqueadores y un poderoso aristócrata de Nibenay, del que Digon no conocía la identidad. Al parecer, sólo su jefe, un hombre llamado Rokan, conocía a este noble y mantenía un contacto regular con él. Había llegado a un acuerdo con el aristócrata, a cambio de ciertas retribuciones, para enviar a algunos de sus salteadores a infiltrarse en varias de las firmas comerciales de Tyr y así obtener información sobre la situación del gobierno. Asaltar la caravana añadía a la empresa el incentivo de unos mayores beneficios y daba más importancia a la nobleza de Nibenay, ya que negaba mercancías valiosas a sus rivales de Gulg.