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Sentía la ansiedad de la Centinela, que intentaba asimilar todo aquello; su pulso latía acelerado con el regocijo de Kivara ante la novedad de la experiencia; percibía la infantil admiración de Poesía, el recelo de Eyron y la inquebrantable determinación del Vagabundo de permanecer alerta y evitar que el tumulto y la confusión lo distrajeran. Mientras cabalgaba por la atestada calle, paseando la mirada a su alrededor de una imagen fascinante a otra, notaba la presencia tranquilizadora de la Guardiana, que luchaba por mantener un equilibrio dentro de la tribu a la vista de tantas cosas nuevas para ellos.

No tenía ni idea que pudiera ser así, le comentó Sorak. ¿Cómo puede nadie pensar correctamente con tantas distracciones? ¿Cómo se puede vivir con tanto ruido?

Probablemente uno se acostumbra a ello con el tiempo, respondió la Guardiana.

No creo que yo pueda conseguirlo nunca, repuso Sorak. Sacudió la cabeza. ¿Crees que es así todo el tiempo?

Imagino que amainará con la noche, dijo la Guardiana. Quizás otras partes de la ciudad sean más tranquilas. No lo sé, Sorak. Yo también soy nueva aquí.

Sorak sonrió interiormente ante su broma; luego acalló a Kivara, que quería que se detuviera ante cada tenderete y tienda que pasaban.

También yo siento curiosidad, Kivara, le dijo mentalmente. Hay muchas cosas que ver, pero ahora no es el momento. Ten paciencia.

No tuvo dificultad en abrirse paso por entre la multitud. Montado en un crodlu y conduciendo una reata de otros cuatro tras él, no sólo podía ver muy por encima de la gente, sino que su aproximación hacía que la gente se apartara rápidamente a su paso. Los crodlus tenían fama de morder de vez en cuando y llevarse entre las fauces algun algún o que otro trozo de pierna o brazo; sus bufidos, balidos y resoplidos ayudaban a abrir el paso, y más de una de las personas ante las que pasaban alzaba la mirada para contemplarlo con curiosidad.

¿Por qué me miran de este modo?, preguntó interiormente.

Porque nunca antes habían visto un elfling, respondió la Guardiana.

¿De verdad soy tan diferente?

Si fuéramos a pie, tal vez no se fijaran tan fácilmente en nosotros, explicó la Guardiana, pero montados en un crodlu sobresalimos por encima de la multitud y no pueden evitar vernos. Incluso los semielfos que hemos visto son más altos que el humano medio, y con extremidades más largas. Nosotros tenemos proporciones humanas normales, pero nuestras facciones son diferentes.

Jamás me había sentido tan fuera de lugar, se quejó Sorak. Me ilusionaba visitar la ciudad, pero no creo que quisiera vivir así.

Tras un corto recorrido, el muchacho llegó a una plaza abierta en el centro del distrito comercial, donde los tratantes de animales habían instalado sus corrales. El olor a estiércol se mezclaba con el olor a sudor y el aroma almizcleño de pieles de animales de casi todo tipo. Uno de los corrales estaba lleno de z´ ' tals, la r gartos erguidos que se vendían principalmente por su carne, aunque sus escamas flexibles se utilizaban a menudo para fabricar navajas de afeitar o cuchillos pequeños. Los animales brincaban de un lado a otro en un intento de saltar por encima del parapeto del recinto, pero no conseguían saltar lo suficientemente alto y, como estúpidos, se dedicaban a saltar en masa de un extremo del corral al otro, emitiendo agudos ladridos.

Otro corral contenía jankxes, pequeños mamíferos peludos que vivían en madrigueras comunitarias allá en el desierto y eran apreciados por su carne y piel. Su recinto tenía un grueso suelo de madera para evitar que los animales escaparan cavando un túnel. Perplejos, no paraban de arañar la madera con las zarpas, incapaces de comprender por qué aquel curioso «suelo» no se aflojaba.

Más adelante, Sorak vio corrales más grandes que se utilizaban para guardar kanks. Los enormes y dóciles insectos paseaban perezosamente por sus atestados confines, ofreciendo con el tintineo de sus mandíbulas un acompañamiento de percusión a los gritos y aullidos de todos los otros animales. Sus dermatoesqueletos se utilizaban a menudo como armadura, pero no era una armadura de gran calidad, ya que era quebradiza y había que reemplazarla con frecuencia. Los kanks eran más estimados por la espesa miel verde que segregaban, que era muy alimenticia y se utilizaba mucho como edulcorante en comidas y bebidas.

Más allá de los recintos para kanks había enormes corrales que encerraban erdlus, aves de color rojo y gris incapaces de volar, de unos dos metros de altura y un peso de casi setenta y cinco kilos. Los huevos de erdlu eran un elemento básico en la dieta athasiana. Las asustadizas aves se removían en compacta piña por sus corrales, las largas y fuertes patas pateando el suelo, y sus sinuosos cuellos se estiraban en todas direcciones mientras de sus picos en forma de cuña surgían agudos chillidos ensordecedores, en especial cuando Sorak se acercó a ellas acompañado por Tigra. La presencia del tigone provocó que echaran a correr en círculos entre grititos de alarma.

En el otro extremo de la plaza, en el punto más cercano al zigurat, había una zona abierta en la que no existían corrales, pues los animales allí vendidos eran demasiado grandes para caber en ellos. Los inixes podían alcanzar una longitud de cinco metros y un peso de dos toneladas. No habrían cabido en ninguna corraliza, y por ese motivo estaban encadenados a enormes bloques de piedra que actuaban como anclas e impedían que se pasearan por ahí. Aquellos lagartos tenían los lomos protegidos por gruesos y resistentes caparazones y escamas acorazadas capaces de soportar pesos desmesurados, motivo por el que a menudo se utilizaban en las caravanas para transportar jinetes sentados en cómodas sillas sujetas a sus enormes lomos, e incluso la nobleza acostumbraba a utilizarlos como vehículos para moverse por la ciudad, dejando que los criados condujeran al animal con un pincho de punta de obsidiana mientras ellos se relajaban en sus lujosas y sombreadas sillas trono.

En el otro lado de la zona abierta, bien apartados del resto de animales, Sorak vio varios mekillots, los más grandes de los saurios athasianos. Los mekillots se utilizaban como bestias de tiro para caravanas, capaces fácilmente de tirar del más pesado de los carromatos, o como saurios de combate, con sillas acorazadas sobre el lomo. Únicamente las firmas adineradas o los ejércitos permanentes podían permitirse comprarlos, ya que los mekillots eran caros de mantener y bastante resabiados. Cualquiera que pasara cerca del campo de acción de sus largas lenguas era susceptible de convertirse en su comida. Tan sólo existía una forma de controlarlos, y era emplear gentes con poderes paranormales como cuidadores. Evidentemente, cualquier comerciante que tratara en mekillots necesitaba emplear un cierto número de tales expertos para mantener a los gigantescos lagartos bajo control, ya que podían con toda facilidad abrirse paso por entre cualquier cercado o partir con los dientes las cadenas más gruesas.

De todos los tratantes de animales de la plaza, sólo uno que comerciaba con inixes tenía crodlus para vender, y Sorak vio que únicamente tenía dos, colocados en un corral aparte. Se aproximó al comerciante, un humano que le dirigió una rápida mirada de arriba abajo y decidió que quería hacer tratos.

– Veo que has traído algunos crodlus -comentó el tratante cuando Sorak desmontó ante él. Y entonces descubrió a Tigra-. ¡Por el dragón! ¡Un tigone!