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– Mi tigone no amenaza a nadie -protestó Sorak-. Observareis que Tigra permanece en calma a pesar de vuestra actitud hostil y de las armas que me apuntan. Ese tipo de cosas por lo general enojan al animal.

Los soldados situados detrás del oficial intercambiaron nerviosas miradas.

– Es ilegal que el animal esté dentro de las murallas de la ciudad -afirmó el hombre.

Sorak se replegó al interior y dejó que la Guardiana tomara el control. Ésta sondeó la mente del soldado.

– No existe ninguna ley que prohiba prohíba específicamente los tigones dentro de la ciudad -dijo con la voz de Sorak.

– ¿Me estás diciendo que no conozco la ley?

– No, no tengo la menor duda de que conocéis la ley -respondió la Guardiana-. Y también sabéis que no la he quebrantado. No obstante, si deseáis conducirme ante el Consejo de Asesores para aclarar este asunto, no tengo objeción. De todos modos tengo que comunicarles una información importante.

De repente, el oficial pareció no estar muy seguro del terreno que pisaba. Entrecerró los ojos y preguntó:

– ¿Tienes asuntos que tratar con el consejo?

– Sí. Lo cierto es que iba hacia allí y simplemente me había detenido a comer algo. ¿Tal vez tendríais la amabilidad de acompañarme…

La Guardiana detectó dudas en la mente del soldado. Quizá, pensaba éste, fuera mejor no contrariar a aquel desconocido de aspecto curioso. A lo mejor era importante; no parecía en absoluto importante, pero sí muy seguro de sí mismo.

La Guardiana decidió aumentar su incertidumbre.

– Claro está -dijo- que, si tenéis asuntos más importantes que atender, yo no deseo apartaros de ellos. ¿Có o mo os llamáis, capitán, para que pueda alabaros ante el consejo por vuestra diligencia? -Mientras hablaba, dejó que la capa de Sorak se entreabriera un poco para que el oficial pudiera ver la espada.

La mirada del hombre se desvió veloz hacia el arma y observó la empuñadura envuelta en hilo de plata y la cruz de bronce, la delicada vaina de cuero y su insólita forma. Sus ojos volvieron a encontrarse con los de Sorak, y la expresión de su rostro ya no era tan severa.

– Mi nombre es capitán Zalcor. Y, si deseas que te acompañe a las dependencias del consejo, no tengo ningún asunto urgente en este momento.

– Excelente -respondió la Guardiana; devolvió el cuenco vacío al vendedor, que lo había escuchado todo fascinado-. Muchas gracias. Cuando estéis listo, capitán Zalcor.

Sadira estrelló el puño azabache contra la larga y pesada mesa de la pequeña sala del consejo, volcando con ello varias copas de agua.

– ¡Ya basta, Timor! -exclamó enojada, los ambarinos ojos llameando bajo la rubia melena-. ¡Estoy harta de oír lo mismo una y otra vez! ¡No podemos volver, y no lo haremos, a como estaban las cosas antes, por mucho que vosotros los templarios protestéis!

– Con el debido respeto, yo no protestaba -replicó el sumo templario con suavidad, tamborileando sobre la mesa con los dedos-, Me limitaba a indicar que todos los problemas que ahora experimentamos son directamente atribuibles a una cosa y a una sola: el fin de la esclavitud en Tyr. No creo que podáis culpar de ello a los templarios, ya que fue idea vuestra liberar a los esclavos, no nuestra.

– ¡Habrá que pasar por encima de mi cadáver para volver a instaurar la esclavitud en Tyr! -dijo el calvo mul llamado Rikus, alzándose de su silla para dirigir una mirada amenazadora al sumo templario.

– Siéntate, Rikus, por favor -intervino Sadira-. Estas disputas constantes no nos conducen a nada. Necesitamos soluciones, no más problemas.

Con una mueca, el macizo ex gladiador volvió a sentarse en la presidencia de la mesa, junto a Sadira.

– En cuanto a aceptar la culpa en esta cuestión -continuó Sadira-, la falta no está a en el edicto que declaró ilegal la esclavitud en Tyr, sino en el régimen que la instauró en primer lugar. Cuando las gentes vivían oprimidas, carecían de esperanza. Sin embargo, ahora que son libres, no tienen un sustento. Les hemos dado libertad, pero eso no es suficiente; debemos ayudarlos a encontrar su puesto en la sociedad tyriana.

– Los templarios jamás han intentado poneros trabas al respecto -respondió Timor-. Lo cierto es que hemos cooperado con este nuevo gobierno hasta el máximo de nuestras posibilidades, pero, aun así, no podéis esperar derribar una institución de muchos años sin tropezar con dificultades. Sin duda recordaréis que os advertí sobre ello; avisé que libertar a los esclavos provocaría estragos entre los comerciantes y alteraría la ley y el orden de la ciudad, pero vosotros teníais la mente puesta en elevados ideales en lugar de en consideraciones prácticas. Ahora cosecháis los resultados de vuestras mal meditadas acciones.

– Lo que recogemos son los resultados de siglos de opresión por parte de Kalak y sus templarios -respondió Rikus colérico. Señaló con el dedo al templario y siguió-: Tú y los parásitos que componen la nobleza habéis engordado con la sangre de los esclavos. Me resulta difícil compartir tu deseo de recuperar todos los esclavos.

– A pesar de lo mucho que odio tener que contradecir a uno de los héroes de la revolución -replicó Timor con sarcasmo-, lo cierto es que yo, personalmente, no deseo en absoluto que mis antiguos esclavos vuelvan a ser esclavos. A los esclavos de mi casa siempre se los trató bien, y todos eligieron permanecer conmigo como criados en lugar de lanzarse al torbellino de incertidumbre que habéis creado para todos los otros antiguos esclavos de Tyr.

– ¿De verdad han elegido quedarse contigo? -preguntó Rikus, frunciendo el entrecejo.

– ¿Por qué no? Pago buenos salarios, tal y como exige

el nuevo edicto. El gasto extra queda fácilmente compensado por la cantidad que les cobro por darles alojamiento y comida.

– Es decir que nada ha cambiado para ellos -dijo Ri – kus con repugnancia-. Les pagas sus salarios con una mano y con la otra recuperas el dinero a cuenta del alquiler. Siguen sin ser otra cosa que esclavos.

– Lamento discrepar -protestó Timor, enarcando las cejas-. Simplemente están experimentando el precio de la libertad. Como esclavos, eran de mi propiedad y yo estaba obligado a cuidar de ellos; como hombres libres, pueden elegir entre marcharse o quedarse, y sólo estoy obligado a pagarles por el trabajo que realizan. No tengo por qué alojarlos, y no hay nada que les impida buscar alojamiento más barato. No obstante, parecen preferir la comodidad y seguridad del barrio templario a la criminalidad y pestilencia que encontrarían en otras partes de la ciudad. Y, puesto que les ofrezco alojamiento de categoría, no considero que sea exagerado cobrarles de acuerdo con ello. De hecho, soy más que justo en esto, ya que no les cobro más de lo que pueden pagar.

– Un templario siempre encuentra el modo de eludir la ley -masculló Rikus despectivo.

– Es suficiente -intervino Sadira con firmeza-. Aunque de ningún modo acepto las racionalizaciones con que se disculpa Timor, éstas subrayan un punto válido; no pensamos en cómo afectaría a la ciudad la prohibición de la esclavitud, y ahora pagamos el precio de ese descuido. La cuestión que se presenta ahora ante el consejo es cómo remediar la situación. La concesión de derechos de propiedad a los antiguos esclavos en los campos de cultivo de Kalak situados fuera de la ciudad no ha solucionado el problema adecuadamente. Muchos no están aprovechando la oportunidad; pero, aunque lo hicieran, no habría suficiente tierra fértil para todos. Y, entre aquellos que han establecido granjas, ya hemos visto surgir disputas sobre derechos de agua, límites y derechos de paso.

» «Tenemos aún decena a s de antiguos esclavos en la ciudad que piden limosna por las calles. Los disturbios en los barrios más pobres, al igual que en el mercado elfo, se han convertido en algo corriente, y se están extendiendo a otras zonas de la ciudad. Las turbas se están volviendo lo bastante grandes para intimidar a los soldados, y, si estos levantamientos continúan, cada vez vendrán menos comerciantes a la ciudad. Muchos ya han empezado a unirse a caravanas que se dirigen a Urik en lugar de venir aquí. Sobrevivimos a una guerra con Urik para vernos abocados ahora a otra más: una guerra comercial. Si nuestro tesoro se reduce aún más mientras el de Urik crece, no pasará mucho tiempo antes de que sean lo suficientemente poderosos para volver a atacarnos.