– Tal y como están yendo las cosas, quizá ni tengan que hacerlo -repuso Timor con ironía-. La gente simplemente les abrirá las puertas para dejarlos entrar.
– Jamás! -exclamó Rikus-. ¡No después de todo lo que han sufrido para acabar con la tiranía de Kalak!
– Es posible que, por el momento, tengáis el apoyo del pueblo -replicó Timor-, pero no contéis demasiado con ello. La memoria de la gente es corta, y la turba es voluble. Los héroes que mataron a Kalak se convertirán muy pronto en los miembros del consejo que han traído la ruina a la ciudad, y la muchedumbre que antes os vitoreaba empezará a clamar pidiendo vuestras cabezas.
– Y apuesto a que eso te gustaría, ¿verdad? -dijo Rikus apretando los dientes.
– ¿A mí? -contestó él-. Me malinterpretas, consejero. No os guardo rencor ni mala voluntad. Recuerda que también yo me siento en el consejo, y, si la turba empieza a pedir vuestras cabezas, también pedirán la mía; asimismo quisiera añadir que no redundaría exactamente en mi interés que este gobierno fracasara y Tyr cayera en manos de Urik. Como antiguo templario de Kalak, sería de los primeros que el rey Hamanu haría ejecutar.
– Hasta ahora, hemos escuchado una letanía de cosas que hemos hecho mal -dijo Sadira-, pero aún no hemos oído ninguna sugerencia por parte de los templarios sobre qué e podemos hacer bien.
Los demás miembros del consejo asintieron y murmuraron su acuerdo. Ninguno parecía tener sugerencias constructivas que ofrecer, y preferían que tal compromiso recayera sobre los templarios.
– Da la casualidad de que tengo algunas humildes propuestas -respondió Timor.
– Puedo perfectamente imaginar cuáles son -masculló Rikus.
– Déjalo hablar, Rikus -intervino el consejero Kor-. No podemos juzgar estas propuestas hasta haberlas escuchado.
– Gracias -dijo Timor con una leve inclinación de cabeza-. Mi primera propuesta es que establezcamos un arancel sobre todos los productos agrícolas que entren en la ciudad.
– ¿Qué? ¿Más impuestos? -le espetó Rikus con incredulidad-. ¿Es ésa tu solución? ¡Necesitamos estimular el comercio, no expulsar a los granjeros de nuestros mercados!
– Para estimular el comercio, primero debemos tomar medidas para detener la competencia desleal -repuso Timor-. Los antiguos esclavos que tienen granjas fuera de los muros de nuestra ciudad y cosechan para alimentar a los ciudadanos estarán exentos de este arancel, y de este modo podrán comercializar sus productos a un precio inferior que los granjeros que traen sus productos de zonas remotas. Esto asegurará un mercado a nuestros colonos e incentivará a otros para que tomen parte en el programa. Y los beneficios que los colonos obtengan les permitirán contratar jornaleros, que saldrán de las filas de los mendigos de la ciudad.
– ¿Qué sucederá con los granjeros que traen sus productos a nuestros mercados desde zonas más remotas? -preguntó Sadira.
– Tendrán que conformarse con un beneficio menor o vender su mercancía en otra parte.
– Tal vez elijan bajar sus precios lo suficiente para poder competir con el género cultivado localmente -apuntó el consejero Dargo.
– Si el arancel es lo bastante elevado, no podrán competir con los colonos -respondió Timor-. Además, ¿por qué hemos de preocuparnos por ellos? Han estado engordando a base de los beneficios obtenidos en nuestros mercados, y, en ausencia de competencia local, han con n- seguido controlar los precios con la consecuente subida del precio de la comida aquí en la ciudad. El arancel no tan sólo estimularía la producción agrícola, sino que bajaría los precios de los artículos y en consecuencia bajaría el precio de la comida en los puestos de comidas y en las posadas y tabernas de la ciudad. Eso es algo que la gente sin duda apoyaría.
– La idea tiene su mérito -dijo Sadira pensativa-. No obstante, has pasado por alto el hecho de que aún no existe suficiente terreno fértil para repartir.
– Hay más que suficiente para convertir a la ciudad en autosuficiente en cuestión de productos agrícolas -manifestó Timor-, y es justo que aquellos que tuvieron la previsión y laboriosidad para aprovechar el programa desde el principio reciban las mayores recompensas. Para aquellos que se han retrasado en aprovechar el programa, todavía quedarán trabajos como jornaleros en las granjas de los colonos, en cuanto éstos estos empiecen a obtener beneficios. Aunque también pueden aprovechar nuestra segunda propuesta, que creará un nuevo programa para solucionar justo la cuestión que habéis planteado.
»Bajo este nuevo programa -continuó Timor-, el tesoro de la ciudad efectuará préstamos a un interés moderado, a cualquiera que desee instalarse en el valle para criar rebaños que luego se venderían en Tyr. Estos préstamos se podrían utilizar para la compra de animales en nuestros mercados, que servirían para iniciar el rebaño. Y, para aquellos que aprovecharan el programa, existiría la primera vez una exención de la tasa de mercado. De este modo podrían criar z'tals z´tals o kanks o crodlus para nuestro ejército, traerlos a Tyr para venderlos, y utilizar las ganancias para liquidar sus préstamos en plazos razonables. Al igual que los que participan en el programa de granjas, estarían exentos del arancel y esto aseguraría un mercado para sus animales.
– Pero ¿qué les impediría comercializar sus animales en otra parte? -quiso saber otro miembro del consejo.
– Absolutamente nada -replicó Timor-, excepto que les resultaría más conveniente hacerlo en Tyr. El gasto de conducir sus bestias a otros mercados reduciría las ganancias, y estarían obligados a competir con pastores de zonas remotas de las mesetas, que estarían buscando otros mercados para evitar nuestro arancel. Y, como sucede con los granjeros, estos pastores han elevado sus precios por falta de competencia. Este plan serviría para proporcionar un sustento lucrativo a muchos de los antiguos esclavos, al tiempo que abarataría hasta niveles razonables los precios de los animales que consumimos y de otros. Los pastores del programa ganarían dinero, y los habitantes de la ciudad lo ahorrarían; todo el mundo estaría contento, y se alabaría al nuevo gobierno por la recién adquirida prosperidad.
– Por mucho que odie tener que admitirlo -declaró Rikus-, estas propuestas tienen mucho sentido, al menos en apariencia. No obstante, ¿qué impediría a los ciudadanos libres de Tyr tomar parte en los programas y dejar fuera a los antiguos esclavos?
– ¿Y qué si lo hacen? -objetó Timor-. Nuestro objetivo es disminuir el número de mendigos, tanto si son antiguos esclavos como si no. Si estos programas reducen el número de indigentes o la delincuencia en nuestras calles al garantizar un sustento a aquellos a los que la desesperación empuja a robar, nadie se quejará. Y, si algunos de nuestros ciudadanos abandonan sus trabajos para tomar parte en los programas, eso dejará vacantes que podrían ocupar antiguos esclavos. El objetivo oculto tras estas iniciativas es la necesidad de convertir a Tyr en más autosuficiente si es que queremos que la ciudad sobreviva. Hay que importar menos y exportar más, y a ese fin haré una tercera propuesta, y es que ofrezcamos una deducción tributaria a todo aquel que decida abrir una nueva industria en Tyr que emplee ciudadanos y suministre productos para exportar. Tenemos, por ejemplo, mayores recursos en hierro que cualquier otra ciudad, pero tales recursos jamás han sido explotados de forma adecuada.
– Pero si nuestro tesoro da todos estos créditos y deducciones tributarias, se reducirán los ingresos de la ciudad -objetó el consejero Kor.