– Sólo por ahora -insistió Timor-. Nuestros ingresos caerán durante el primer año; pero, en cuanto los participantes en estos programas obtengan beneficios, se empezarán a pagar los créditos y los ingresos continuarán aumentando, porque tendremos más y más ricos contribuyentes. Eso es lo bueno del arancel de importación; de hecho creamos un nuevo impuesto que no afecta a nuestros ciudadanos y demostramos nuestra preocupación por su bienestar eximiéndolos de pagarlo. En parte, el nuevo arancel compensará cualquier pérdida de ingresos a corto plazo que podamos sufrir a través de la creación de estos programas; pero, entretanto, el resto de nuestra estructura fiscal permanece igual.
– Pero ¿qué hay de estas deducciones tributarias que has planteado? -inquirió Sadira.
– No son más que deducciones al iniciar la operación -respondió Timor encogiéndose de hombros-, y añaden incentivos para poner en marcha los programas. Una vez en funcionamiento, veremos cómo resultan en un aumento de los ingresos. Mientras anunciaremos que, en lugar de aumentar los impuestos para enfrentarnos a los actuales problemas, hemos decidido congelarlos tal y como están ahora, para no añadir una carga más a nuestros ciudadanos, y que incluso utilizaremos los ingresos por impuestos disponibles para crear nuevos empleos. Una vez creados, estos empleos aumentarán nuestros ingresos sin la odiosa necesidad de tener que aumentar los tributos. El consejo se habrá mantenido firme, demostrado su preocupación por la gente y aumentado los ingresos por impuestos de un modo que apenas se notará.
– No sé, pero suena a fraudulento -indicó Rikus con una mueca.
– Oh, perdona. Creía que discutíamos formas de salvar a nuestra ciudad de la destrucción -dijo Timor en tono seco-. Ignoraba que habíamos elevado esta discusión a la moralidad de Tyr, y no he venido preparado para sugerir medidas en esa dirección. Además, creo que descubrirás que ésa no es precisamente una prioridad entre nuestra población. El pueblo no desea honradez y hambre; desean una apariencia de honestidad y comida. Si les cuentas la verdad, te lincharán siempre.
– Un templario siempre sabe cómo matizar la verdad -masculló Rikus en tono agrio.
– Y siempre sabe que la verdad tiene muchos matices -respondió el otro sonriendo-. Si se me permite continuar, tengo una última propuesta, y ésta se refiere a la cuestión de los recursos humanos y semihumanos de Tyr.
– Sigue -indicó Sadira.
Timor asintió con la cabeza.
– Estoy seguro de que todos estaréis de acuerdo en que el mayor bien de una ciudad es su gente, y que cualquier gobierno debería explotar tal potencial al máximo. Lamentablemente, se nos niega todo el valor de este bien porque algunos ciudadanos prefieren ocultar su luminosidad bajo un cesto, o quizá, si lo exponemos de un modo más apropiado, se mantienen bajo tierra.
– ¿Te refieres a la Alianza del Velo? -preguntó el consejero Kor.
– Precisamente. Ahora bien, en el pasado, los templarios y la Alianza del Velo estuvimos enfrentados políticamente, debido a que nosotros servíamos a un rey-hechicero profanador y ellos son todos protectores. O eso afirman, al menos. Estas diferencias políticas ya no existen. Kalak está muerto, Tithian ha desaparecido y este consejo no tiene nada en contra de los protectores. Existen, no obstante, ciertas razones de peso para que la Alianza del Velo permanezca tras un velo, por así decirlo, y la principal es la antipatía del pueblo hacia los que se sirven de la magia.
– ¿Puedes culparlos -le espetó Rikus-, cuando ha sido la magia la que ha arruinado nuestro mundo?
– Tal vez tengas razón -Timor se encogió de hombros-, pero es un punto discutible. Hay quien culpa a la llamada «magia de profanador» de la ruina de Athas, y eximen a los que se llaman a sí mismos «protectores», cuando lo cierto es que ambos utilizan la misma magia. Y es discutible si fue la magia la responsable de convertir nuestro mundo en un desierto o lo fue la ciencia que practicaban nuestros antepasados; con respecto a eso, ciertas condiciones naturales sobre las que nadie tenía ningún control pudieran muy bien haber sido las responsables. De todos modos, ésa no es la cuestión. Tanto con razón como sin ella, la mayoría de la gente cree que la magia es inmoral porque destruye los recursos naturales, y, como resultado, todos condenan a los que utilizan la magia. Se puede desde luego afirmar que tal actitud es manifiestamente injusta con los protectores, quienes convierten en virtud el seguir la Disciplina del Druida y se consideran a sí mismos los custodios de la naturaleza más que sus explotadores.
– ¿Me engañan mis oídos? -exclamó Sadira, con asombro-. ¿Estás haciendo tuya la causa de los protectores?
– Yo no me ocupo de causas, sino de consideraciones prácticas -contestó Timor-. Lo que nos preocupa es llenar las arcas y convertir a Tyr en más autosuficiente. Esto supondrá desarrollar nuestras tierras de cultivo y conseguir buenas cosechas, lo que a su vez implicará una utilización adecuada del agua, la plantación de matorrales y árboles para impedir la erosión del suelo, y así sucesivamente. ¿Quién podría estar mejor cualificado para supervisar tales proyectos que los protectores que componen la Alianza del Velo? También buscamos mejorar nuestra industria… y la magia, aplicada de forma sensata, puede ayudarnos en esa área.
– A ver si lo comprendo -intervino Rikus-. ¿Los templarios proponen que a la Alianza del Velo, una organización que durante todos estos años han intentado destruir, se le dé un papel en la reestructuración de Tyr? -Sacudió la cabeza-. No lo puedo creer. Debo de estar soñando.
– En el pasado, los templarios intentaron destruir a la Alianza del Velo porque Kalak lo ordenó. Consideraba a la organización como una amenaza, y nosotros los templarios actuamos como leales siervos de nuestro rey. Sin embargo, Kalak está muerto ahora, y nuestra lealtad está con el nuevo gobierno de Tyr.
– En cualquier dirección en que sople el viento, ¿verdad? -dijo Rikus.
– Es un gobierno que quizá no nos quiera demasiado -replicó Timor dirigiendo una mirada maliciosa al antiguo luchador-, pero se ha considerado conveniente incluirnos, por muy incómodo que resulte, en gran parte porque prescindir de nosotros habría resultado mucho más inconveniente. No importa, estamos agradecidos por el papel que se nos permite representar en el futuro de la ciudad que ha sido siempre nuestro hogar.
– ¿Esperas que creamos que no le guardáis rencor a la Alianza del Velo? -preguntó Sadira.
– No guardo rencor a nadie -respondió Timor-. Soy un templario, y sólo busco cumplir con mi deber. Como tal, no puedo apoyar la existencia de ninguna organización clandestina, por muy bien intencionada que afirme ser, que funcione independiente y violentamente en desacato de las leyes. Siempre he estado convencido de que la Alianza del Velo es, en el fondo, un grupo subversivo de descontentos que albergan criminales bajo el disfraz de patriotismo y elevados imperativos morales; aunque ell f os discrepará a n, claro está.
»De todos modos, en pro de la disminución de la anarquía dentro de nuestra ciudad y para conseguir que nuestra ciudadanía resulte más productiva, estoy dispuesto a concederles el beneficio de la duda. Kalak está muerto, y el motivo de su sigilosa existencia en nuestra ciudad ya no existe. Dejemos que demuestren que son lo que siempre han afirmado ser y salgan a la luz para ayudar a este gobierno a construir el futuro de la ciudad. Que demuestren al pueblo que la magia puede utilizarse como un poder para el bien, y se ganen así su apoyo.
A cambio, propongo ofrecer una amnistía a todos los que aprovechen esta oferta.
– ¿Y tú crees que saldrán a la luz? -inquirió Sadira escéptica.
– Aquellos que realmente crean en lo que la Alianza del Velo afirma representar no tendrán motivos para rechazar tal oferta, aunque supongo que algunos la rechazarán. Aquellos que tienen y siempre han tenido inclinaciones criminales no darán la cara, y al negarse a hacerlo demostrarán lo que realmente son; pero al menos aquellos de entre ellos que tengan buenas intenciones tendrán una oportunidad de salir de su escondite y tomar parte en nuestra sociedad.