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Sorak inclinó la cabeza en una respetuosa reverencia y se volvió para marcharse, acompañado por Zalcor y sus soldados.

– Si ese elfling es un «simple pastor», como afirma, Timor es un kank -dijo Rikus en cuanto salieron-. ¿Visteis la espada que lleva?

– Sí, la vi vi -asintió Sadira-, y percibí magia en la hoja. Sin duda no es lo que parece ser. Pero, si existe aunque sea una remota posibilidad de que lo que dice sea cierto, debemos investigarlo.

– Estoy de acuerdo -declaró Timor-. Ya sabemos que el rey Hamanu quiere a esta ciudad como trofeo, y si también el Rey Espectro de Nibenay la desea, no podemos permitirnos dar una impresión de debilidad. Si se han enviado espías a Tyr, hay que arrestarlos y castigarlos severamente, de un modo que sirva como ejemplo. Si además de eso los bandidos planean atacar una de las caravanas de mercaderes que salen de nuestra ciudad, debemos enviar soldados que refuercen a los guardas de los mercaderes y aplastar ese ataque. Tenemos que demostrar que Tyr es un lugar seguro para el comercio, y que sabemos cómo proteger nuestros intereses y ocuparnos de nuestra seguridad.

– Desde luego -asintió el consejero Kor-. No somos tan fuertes que nos podamos permitir pasar por alto posibles amenazas.

– Yo sigo diciendo que hay que vigilar a este elfling -insistió Rikus-. No sabemos nada de él, y yo, por mi parte, no creo que sea un simple pastor.

– Estoy de acuerdo -lo respaldó Timor-. Por lo que sabemos, él mismo podría ser un espía muy hábil. Sería prudente que no le quitáramos los ojos de encima. Los templarios pueden ocuparse fácilmente de esta tarea, y estamos a vuestra disposición para ayudar al consejo en la investigación de las afirmaciones del elfling.

– Propongo que los templarios se hagan cargo de esta investigación con la ayuda de la guardia de la ciudad -dijo Kor.

– Secundo la moción -apuntó el consejero Dargo.

– ¿Todos a favor? -inquirió Sadira.

El voto fue unánime.

– Propuesta aprobada -declaró Sadira, y acto seguido golpeó con el martillo sobre la mesa-. Se levanta esta reunión del consejo.

Mientras los miembros del consejo abandonaban la cámara uno tras otro, Sadira permaneció sentada, las manos juntas y levantadas ante ella, los ojos bajos con una expresión pensativa. Rikus también se quedó atrás, observando cómo Timor abandonaba la habitación. El sumo templario conversaba muy serio y en voz baja con Kor y Dargo mientras salían.

– No confío en esos tres -refunfuñó-. En especial en ese sucio templario. Algo traman.

– Su propia revolución -dijo Sadira.

– ¿Qué?

– Timor conspira para desacreditarnos y destituirnos, y luego tomar el poder para los templarios.

– ¿Lo sabes?} ¿Tienes pruebas?

– No. Pero, aunque las tuviera, no podría actuar según ellas. Con ello le haría el juego a Timor, ya que entonces los templarios nos señalarían y declararían que no somos mejores que el régimen anterior puesto que no permitimos la existencia de una oposición.

– ¿Y qué se supone que hemos de hacer? ¿Permanecer sentados sin hacer nada mientras los templarios conspiran contra nosotros?

– No, no debemos estar ociosos -dijo Sadira-, pero sí hemos de actuar con astucia, utilizando métodos tan furtivos y tortuosos como los suyos. -Lanzó un profundo suspiro-. Derrocar a un rey tirano y encabezar una revolución es mucho más fácil que dirigir un gobierno que lo reemplace. Créeme, no pasa un día sin que desee poder traspasar la responsabilidad a otro.

– Pero no a Timor -apuntó Rikus.

– Debemos vigilar a Timor, y tomar medidas para contrarrestar sus tortuosas maquinaciones. Y creo que también convendría vigilar a este elfling.

– Mi instinto me dice que no es lo que parece.

– Tus instintos siempre han sido acertados -replicó Sadira-. Obviamente no es un pastor, pues tiene la figura de un luchador y el porte de un aventurero. También hay algo en su mirada…, algo bastante turbador. Detecté magia en su espada, que no se parece a ninguna arma que haya visto jamás, y tiene un tigone como mascota, un animal que nadie había domesticado antes. No, no es un simple pastor, pero la cuestión es: ¿qué es?

– Eso es algo que pienso averiguar personalmente -declaró Rikus con firmeza.

– No, Rikus. Con Timor conspirando contra nosotros, te necesito aquí. El templario es demasiado astuto para que pueda ocuparme de él yo sola. Esas propuestas suyas tenían mucho sentido en apariencia, y no pude pensar con la rapidez suficiente para descubrirles algún defecto. Ahora han sido aprobadas, y, si de verdad cambian las cosas en Tyr, Timor no dudará en sacarles el mayor provecho posible. Es un intrigante consumado, y a mí me falta experiencia en esas cosas. Aquí es donde necesito tu ayuda.

– Entonces ¿qué hay que hacer con este Sorak?

– Ésa es una tarea que tendrás que delegar en otra persona -respondió ella-. Alguien en quien se pueda confiar. Alguien lo bastante listo para seguir a Sorak sin delatarse. Alguien que sepa cómo andar en silencio, pensar deprisa y tomar sus propias decisiones. Alguien lo bastante hábil para contestar a lo que Timor pueda intentar con respecto a este elfling desconocido.

– Acabas de pintar el retrato perfecto de una vieja amistad -sonrió Rikus.

– ¿Es esta vieja amistad alguien en quien se puede confiar?

– Sin la menor reserva.

– Eso es suficiente para mí. ¿Acometerá esa persona esta tarea por nosotros? Puede resultar peligrosa.

– Eso sólo añadirá más sabor al asunto -contestó Rikus con una mueca.

– ¿Cuándo podrás conseguir esa ayuda?

– Me ocuparé de ello inmediatamente.

– No estés fuera mucho tiempo, Rikus -pidió ella-. Aquí me rodean muchos rostros sonrientes, pero muy pocos pertenecen a auténticos amigos.

Sorak no había visto jamás nada que fuera ni remotamente parecido a los suburbios. Acostumbrado durante tanto tiempo a la tranquila soledad y los espacios abiertos de las Montañas Resonantes, ya había encontrado bastante espantoso el ruido y el apiñamiento de gente de la zona del mercado, pero aun así no estaba preparado para lo que le esperaba en los barrios bajos.

Las calles se fueron estrechando cada vez más hasta convertirse en poco más que zigzagueantes senderos de tierra; senderos que recorrían un laberinto de edificios de dos, tres o cuatro pisos construidos de ladrillos cocidos al sol y cubiertos con un yeso rojizo que variaba en el tono. Los colores eran una mezcolanza de tonos terrosos y rojos, y marrones apagados, y muchas de las paredes estaban agrietadas allí donde la capa exterior se había desprendido con el tiempo y dejaban al descubierto los ladrillos situados debajo.

Los edificios eran cuadrados o rectangulares, con las esquinas ligeramente redondeadas. La parte delantera de casi todas las construcciones tenía un pasillo cubierta cubierto, con pilares en forma de arco construidos con ladrillos revocados en yeso y un techo de mampostería o de madera. A menudo, el techo se extendía a lo largo de todo el frente del edificio, facilitando una cierta protección del abrasador sol. Algunos de los pasillos estaban pavimentados con ladrillos, otros tenían suelos de tablas de madera, pero la mayoría no tenían suelo. A la sombra de muchos pasillos cubiertos, se acurrucaban mendigos mugrientos que extendían las manos, suplicantes; en otros, mujeres ligeras de ropa adoptaban posturas provocativas.

Todos los sentidos del joven se veían asaltados como nunca lo habían estado. El olor era abrumador. Las gentes del lugar se limitaban a arrojar sus basuras y residuos en los estrechos callejones situados entre los edificios, donde se pudrían y descomponían bajo el intenso calor, creando unas emanaciones de olores sofocantes que escocían los ojos. Por todas partes se veían moscas y roedores.