Como en su recorrido por las estrechas callejas iba escoltado por el capitán Zalcor y un contingente de la guardia de la ciudad, la gente se apartaba a toda prisa de su paso. Se veían muchas cosas extrañas en Tyr, pero ésta era la primera vez que alguien recordaba haber visto a un tigone por sus calles. Incluso en los barrios bajos, un escuadrón de guardas de la ciudad escoltando a un elfling con un felino de las montañas con poderes para – normales a su lado resultaba una procesión poco corriente.
– Bien, dijiste que querías encontrar el alojamiento más barato -dijo el capitán Zalcor a Sorak cuando se detuvieron frente a uno de los edificios-. Éste es. No encontrarás habitaciones más baratas en ninguna otra parte de la ciudad, y cuando las veas comprenderás el motivo.
Sorak contempló la posada de tres plantas. La capa de yeso se había desprendido en muchos lugares, de modo que quedaban al descubierto la argamasa y los viejos ladrillos, y las paredes estaban veteadas de grietas. El olor del lugar no era menos ofensivo que el de cualquier otro punto de la zona, pero eso no significaba gran cosa. Pordioseros purulentos se encogían sobre el polvo debajo del pasillo cubierto, que recorría el edificio, y unas cuantas mujeres de rostros pintarrajeados y cuerpos semidesnudos holgazaneaban junto a la entrada, observando al grupo con interés.
– Supongo que esto servirá -dijo Sorak.
– ¿Estás seguro? -preguntó el capitán-. El consejo me ordenó escoltarte hasta una posada, pero no dijeron que tenía que ser la peor de la ciudad.
– ¿Pero es la más barata? -quiso saber él.
– Eso lo es -replicó el capitán Zalcor-. Mira, puedo comprender tu deseo de frugalidad, pero existe algo que es llevar las virtudes prácticas un poco demasiado lejos. Pensaba que cuando vieras este sitio cambiarías de opinión; pero, como pareces decidido a mantener la bolsa cerrada, sin importar los inconvenientes, quisiera advertirte que podrías muy bien perderlo todo aquí. Éste es un vecindario peligroso. El mercado elfo está justo bajando esa calle, e incluso yo vacilaría en aventurarme por allí sin un pelotón de guardas para protegerme.
– Aprecio tu preocupación, capitán -respondió Sorak-. Sin embargo, mis medios son limitados, y aún no sé cuánto tiempo permaneceré en la ciudad. Tengo que alargar el dinero que tengo tanto como me sea posible.
– En ese caso te sugiero que mantengas una mano bien cerrada sobre la bolsa, y la otra en la empuñadura de la espada -advirtió Zalcor-. Y manténte alejado de ese lugar.
Sorak miró en la dirección que el capitán había indicado y vio un gran edificio de tres pisos en el punto donde la calle terminaba en un callejón sin salida. Esta construcción había sido conservada mejor que las que la rodeaban, y lucía una capa de yeso marrón razonablemente nueva sobre sus ladrillos. A diferencia de la mayoría de los edificios de la zona, no tenía un pasillo cubierto frente a ella, sino una pared que se alargaba hasta la calle para formar un patio enlosado con algunas plantas del desierto y una fuente. Un arco sobre una verja de hueso colocada en el muro daba acceso al patio, y Sorak observó un continuo desfile de gente que entraba y salía. Sobre la puerta, fijada en la arcada, había una gran araña de hierro chapada en plata.
– ¿Qué es ese lugar? -inquirió el joven.
– La Araña de Cristal -respondió Zalcor-, y, créeme, amigo, a ti no te hace ninguna falta entrar ahí dentro.
– No parecías tan preocupado por mi bienestar cuando nos conocimos -comentó Sorak sonriente.
– Lo cierto es que me preocupaba más que tu mascota se comiera a nuestros ciudadanos -respondió Zalcor con una mueca-. Pero, si ahora me siento mejor dispuesto hacia ti, se debe a lo que te oí decir en la cámara del consejo.
– ¿Me crees? Los miembros del consejo parecían sentir algunas reservas.
Zalcor lanzó un ligero bufido de desprecio.
– Son políticos. Exceptuando a Rikus, que fue gladiador, pero por otra parte es un mul, y los muls nunca han sido tipos muy confiados. Cuando se ha sido soldado tanto tiempo como yo, y comandante en la guardia de la ciudad teniendo que tratar con criminales de toda índole, todos y cada uno de los días de tu vida, se desarrolla un instinto que te dice si alguien es o no sincero. Tú no tenías por qué presentarte con esa información; careces de intereses personales en la seguridad de Tyr.
– Pero sí tengo un interés personal en la recompensa -apuntó Sorak.
– No te lo reprocho -manifestó el capitán-. Nací y crecí en Altaruk, y sé algo sobre los bandidos de Nibenay. Tengo la sensación de que sabes utilizar esa vistosa espada tuya. Los salteadores son luchadores extraordinarios; sin embargo no sólo sobreviviste a un enfrentamiento con ellos, sino que además conseguiste obtener información de uno de ellos.
– Algunos de los miembros del consejo parecieron encontrar eso sospechoso -dijo Sorak y añadió precipitadamente-: Pude leerlo en sus ojos.
– Y lo que yo leo en tus ojos me dice que decías la verdad -replicó Zalcor-, aunque no toda la verdad, me parece. -Dedicó al joven una mirada penetrante-. Tú no eres un pastor, amigo. No tienes los andares de uno, y tu piel no tiene el aspecto de alguien que pasa el día en las llanuras azotadas por el viento del altiplano.
– Todo buenos motivos Todos buenos motivos para no confiar en mí, diría yo.
– Tal vez, pero soy bueno juzgando a la gente, y mi instinto me dice que no eres un enemigo. No sé a qué juegas, pero sospecho que tiene poco que ver con Tyr. Y, si ése es el caso, entonces no es asunto mío.
– Ya comprendo cómo llegaste a oficial -dijo Sorak con una sonrisa-; pero, dime, ¿por qué debería evitar La Araña de Cristal? ¿Qué clase de lugar es?
– Una casa de juego -respondió Zalcor-. La más célebre de todo Tyr.
– ¿Qué es una casa de juego? -inquirió Sorak frunciendo el entrecejo.
Zalcor puso los ojos en blanco.
– Si no lo sabes, te aseguro que es el último lugar de Athas al que deberías entrar. Es una casa de esparcimiento, o al menos así la llaman, donde se juega a juegos de azar a cambio de dinero, y se ofrecen también otra clase de diversiones a aquellos que pueden pagarlas.
– ¿Juegos de azar?
– ¿Dónde has vivido todo este tiempo? -preguntó Zalcor, asombrado.
– En las Montañas Resonantes -respondió Sorak, no viendo ningún motivo por el que no pudiera decírselo.
– ¿Las Montañas Resonantes? Pero no hay pueblos allí arriba, ni siquiera un pequeño poblado, a excepción de… -Su voz se apagó; luego meneó la cabeza-. No, eso sería imposible. Eres un varón.
– Me estabas hablando sobre los juegos de azar -insistió Sorak.
– Olvídalo -le contestó el otro-. Puedes ganar algunas apuestas pequeñas, pero las apuestas se pondrán en tu contra, porque siempre favorecen a la casa; además los juegos no siempre son honrados. Si fueras un jugador, me limitaría a advertirte. Pero, como no sabes nada de tales cosas, te exhorto con todas mis fuerzas a que te mantengas apartado de ese maldito lugar. Perderías todo lo que posees, y lo más probable es que además te dieran un golpe en la cabeza o te drogaran y te despojaran de tu espada. Por una espada como la tuya se podría obtener un buen precio en el mercado elfo. Tendrías tantas posibilidades de sobrevivir ahí dentro como las tendría yo en una guarida de tigones.
– Comprendo.
Zalcor suspiró con resignación.
– Vas a ir de todos modos. -Sacudió la cabeza-. Lo veo. Bueno, no digas que no te lo advertí. Recuerda que eso es el distrito del mercado elfo y la guardia no se molesta en patrullar por ahí muy a menudo. Apenas si tenemos hombres suficientes para contener la criminalidad en los barrios bajos. Si vas allí, estarás solo.
– Te agradezco el consejo, capitán -dijo Sorak-. Lo tendré en cuenta.
– Pero probablemente no lo seguirás. -Zalcor se encogió de hombros-. Haz lo que quieras. Sólo espero que vivas lo suficiente para recoger la recompensa que el consejo decida darte, ya que probablemente será todo lo que te llevarás de Tyr cuando vuelvas a tu casa.