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– No cuando voy perdiendo veinticuatro piezas de cerámica -dijo Sorak con voz tirante.

En la cuarta jugada, el jugador número uno consiguió dieciséis puntos, el número dos diez -era la cuarta vez que perdía y empezaba a mostrarse frenética-, y el jugador número tres sacó un diecinueve y pareció sentirse muy satisfecho consigo mismo.

Ahora nos iría bien ganar algo, para animarnos a seguir con el juego, dijo Sorak. Consigue un veinte.

Los cuatro dados cayeron y el crupier contó los puntos.

– El jugador número cuatro ha sacado veinte y se lleva ciento doce piezas de cerámica. Quinta tirada, cuarenta piezas para abrir. Hagan juego, por favor.

– ¿Lo ves? -profirió Krysta con una sonrisa-. Perdías veinticuatro y ahora ganas sesenta. Y empezaste con tan sólo cuatro piezas. Ya te dije que la suerte te acompañaba esta noche.

– Tal vez mejore -repuso Sorak con una amplia sonrisa mientras contaba las monedas de la quinta jugada.

Esta vez, el mercader delgado sacó diecisiete, y lanzó un resoplido enojado. La joven ansiosa agitó los dados entre sus manos ahuecadas, con los ojos cerrados y los labios moviéndose en silencio. Consiguió un veinte. Aspiró con fuerza y miró inquieta al jugador número tres, y, cuando éste obtuvo un veinticuatro, su cara se descompuso. Hasta ahora, ella había perdido más que los demás. Le entregaron los dados a Sorak.

Vamos por delante, manifestó Eyron. Según mis cálculos, vamos a la cabeza por tres puntos en el recuento total.

Lo que significa que sería prudente por nuestra parte quedamos algo rezagados en la siguiente tirada, advirtió Sorak.

¿Cuánto por detrás?, inquirió la Guardiana.

No demasiado, pero lo suficiente para que resulte una derrota convincente esta vez. Saca… diecinueve. Así al menos la mitad de los jugadores nos vencerán en esta tirada.

La Guardiana lanzó los dados.

– El jugador número cuatro tiene diecinueve -dijo el encargado-. El triunfo se lo lleva el jugador número tres, con ciento sesenta piezas de cerámica. Sexta y última tirada, sesenta piezas para permanecer. Hagan juego, por favor.

– Si lo dejas ahora, habrás ganado veinte piezas -advirtió Krysta-. Si te quedas y pierdes, habrás perdido cuarenta, pero podrías ganar más de doscientas.

– El riesgo bien merece la pena -replicó Sorak.

Los cuatro jugadores se quedaron. Sorak había esperado que la mujer se retirara ya que no había forma de que pudiera ganar a menos que obtuviera una puntuación casi perfecta, pero la joven tenía la desesperación pintada en el rostro. Sus manos temblaron mientras contaban las monedas. Una vez que todos hubieron apostado, el crupier pregonó-: Gambito de Hawke s. Hagan juego, por favor.

– Apuesto veinte piezas -dijo el número uno.

La mujer tragó saliva con fuerza y se mordió el labio inferior.

– Yo apostaré… ciento sesenta piezas. -Era exactamente la cantidad que había apostado hasta el momento, y, por la expresión de su rostro, estaba claro que pensaba emocionalmente y no con lógica. Tenía casi todas las probabilidades en su contra.

– Jugador número uno, le costará ciento cuarenta piezas continuar en el gambito -anunció el crupier.

– Igualaré la apuesta -asintió el mercader.

El jugador número tres se encontraba por delante en lo referente a la puntuación final, pero sólo por dos puntos. Lo meditó unos instantes, luego dijo:

– Yo declino.

– El jugador número tres declina el gambito, y participa únicamente en la última tirada -dijo el jefe de mesa; acto seguido se volvió hacia Sorak-: Usted decide, señor.

– Te costará ciento sesenta piezas igualar la apuesta y participar en el gambito. También puedes elegir no hacerlo y tomar parte sólo en la última tirada.

Sorak echó una ojeada a la joven, que parecía como si se hubiera jugado todo lo que tenía. Si perdía esta última tirada, perdería también el gambito, y sus pérdidas se doblarían; la muchacha no parecía que pudiera permitírselo.

– El jugador número dos ha aumentado la apuesta -respondió Sorak-. ¿Tengo yo la misma opción?

– Si lo deseas -repuso Krysta con una sonrisa.

– Entonces apostaré tres piezas de oro.

La muchacha lanzó una exclamación ahogada.

– La apuesta es tres piezas de oro o trescientas piezas de cerámica -anunció el encargado-. Jugadores uno y dos, os costará ciento cuarenta piezas má a s permanecer en la apuesta.

La joven bajó los ojos y meneó la cabeza.

– No las tengo -dijo.

– El jugador número dos declina el gambito y toma parte únicamente en la tirada final -manifestó el jefe de mesa; luego se volvió hacia el mercader-: Sólo queda usted, señor.

– Igualaré la apuesta -respondió el hombre, dedicando a Sorak una penetrante mirada.

– Se han cerrado las apuestas -proclamó el encargado-. Todos los jugadores toman parte en la última tirada; el gambito es para los jugadores uno y cuatro. Sexta tirada, jugador número uno.

El mercader tomó los seis dados, lanzó a Sorak una cuidadosa mirada, y tiró. La puntuación total fue de cincuenta puntos. El hombre levantó los ojos hacia Sorak y sonrió. La joven fue la siguiente, y consiguió un veintinueve, lo que provocó que un suspiro escapara de sus labios al comprobar lo que podría haber sucedido. Había perdido de todos modos, pero ni mucho menos tanto dinero como hubiera perdido de haber participado en el gambito, ni siquiera al nivel que ella había apostado en un principio. El siguiente jugador sacó un treinta, con lo que el mercader seguía manteniéndose a la cabeza. La sonrisa del hombre se tornó más amplia.

Sorak calculó a toda velocidad la puntuación final del mercader. En la primera tirada, había obtenido un tres; en la segunda un cuatro, luego once en la tercera, dieciséis en la cuarta y diecisiete en la quinta. Si se añadía el cincuenta que acababa de sacar, se conseguía un total de ciento uno. Contando hasta la última jugada, la puntuación total de Sorak estaba en sesenta y uno, y si perdía la tirada final, perdería cuarenta piezas de cerámica, pero eso sin contar el gambito.

Saca cuarenta y uno, indicó a la Guardiana, y ésta arrojó los dados.

– El jugador número cuatro tiene cuarenta y uno -dijo el encargado-. Las ganancias de la última tirada son para el jugador número uno que se lleva doscientas cuarenta piezas de cerámica, menos el diez por ciento de porcentaje que se queda la casa, lo que deja el monto en doscientas dieciséis piezas. Total definitivo en el Gambito de Hawke: jugador número uno, ciento un puntos; jugador número cuatro, ciento dos puntos. El gambito lo obtiene el jugador número cuatro con un fondo de seiscientas piezas de cerámica o seis piezas de oro. Felicitaciones, señor. Siguiente partida, cuatro piezas de cerámica para empezar. Hagan juego, por favor.

– Un punto -masculló el mercader apretando los dientes. Dio un puñetazo sobre un costado de la mesa-. ¡Un maldito punto!

– Mejor suerte la próxima vez -le dijo Krysta; luego se volvió hacia Sorak con una media sonrisa-: Para ser alguien que no había jugado nunca a esto, parece que te ha ido muy bien. Siento curiosidad; ¿habrías podido pagar?

– Con cierta dificultad -reconoció él.

– Posees el instinto del jugador -repuso ella con una sonrisa.

– ¿Eso crees? ¿Es así como has obtenido tu fortuna?

– Es uno de los modos -contestó ella en tono malicioso.

– ¿De veras? ¿Cuáles son los otros?

– No estoy segura de que tengas el mismo talento para ellos que el que pareces tener para el juego -respondió ella con una risita divertida.

– Entonces quizá deba hacer aquello que se me da bien -dijo Sorak-. Ahora te invito a tomar algo, y podrás ayudarme a celebrarlo. Luego creo que volveré a probar suerte otra vez con este juego.