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– No, desde luego que no. Pensar que un potencial tan increíble ha estado a punto de ser destruido… sin mencionar la salvaje crueldad de arrojar a un niño a tan horrible destino. Esta prueba debe de haber sido la responsable de la fragmentación de su mente y de que despertaran sus poderes latentes. Es muy raro encontrar una tribu de uno. Sólo he conocido dos casos, y en ambos eran muchachas que habían nacido villichis y que fueron violentamente ultrajadas antes de ser expulsadas. Ésta es la primera vez que lo veo en un varón. Pobre criatura. Imagino el terrible tormento que habrá padecido…

– Sabía que nadie más podría comprenderlo -dijo Lyra-. Esperaba que, a pesar de ser un varón, aceptarías ofrecerle cobijo en el templo.

– Desde luego -contestó la gran señora, asintiendo con energía-. Jamás ha habido un varón viviendo en el templo villichi, pero esta vez hay que hacer una excepción. ¿Quién aparte de las villichis podría aceptar y comprender una tribu de uno? ¿Y quién aparte de las villichis podría desarrollar adecuadamente su potencial? Puedes dejarlo con nosotras, y yo personalmente me ocuparé de su cuidado. Sin embargo… ¿qué hacemos con el tigone?

– Está unido a él místicamente -respondió Lyra-. Es su protector. Alguna parte del niño se comunica con él. Un vínculo así es muy raro y no debe romperse.

– Pero, a medida que el niño crezca, también lo hará el cachorro -objetó la gran señora-. Incluso como animal joven, un tigone es peligroso; cuando sea adulto, ni siquiera yo podré controlarlo.

– Mientras nadie amenace o maltrate al chiquillo, no hay que temer al tigone -explicó Lyra-. No obstante, te recomendaría que no intentéis alimentarlo. Dejad que vague libre fuera de los terrenos del templo por la noche y se procure su propia comida, como se supone que debe hacer. Siempre regresará junto al niño, y aceptará a los habitantes del templo como miembros de su «jauría», y los protegerá como hace con el chico.

– Me remitiré a tu sabiduría en tales cuestiones, venerable Al´Kali -decidió la gran señora-. ¿Cómo se llama el niño?

– No lo sé -dijo Lyra, sacudiendo la cabeza-. Ni siquiera sé si él lo sabe. No ha dicho una palabra desde que lo encontré.

– Tendremos que darle un nombre -repuso la gran señora. Meditó unos instantes y luego anunció-: Lo llamaremos Sorak.

– El nombre elfo para el nómada que siempre viaja solo -comentó Lyra con una sonrisa-. Parece apropiado. Pero ahora ya no está solo.

La otra meneó la cabeza.

– Es una tribu de uno, venerable Al´Kali. Alguien que a la vez es mucha gente; y, por ese motivo, me temo que siempre estará solo.

1

Varanna permanecía inmóvil en el balcón de sus aposentos privados del templo, contemplando cómo Sorak practicaba con espadas en el patio de abajo. Aunque a las villichis se las instruía en la disciplina paranormal, también se las entrenaba en el uso de las armas. En el convento, se insistía en el adiestramiento con las armas no sólo como arte marcial y un modo de mantenerse en forma, sino también como una disciplina para ayudar a aguzar la mente y educar el instinto. Años de preparación intensa en las artes del combate, asociados a poderes paranormales desarrollados hasta la perfección, convertían a las villichis en luchadoras formidables. Incluso un gladiador mul lo pensaría dos veces antes de intentar competir con una villichi.

Mientras observaba los movimientos veloces, seguros y elegantes de Sorak, la gran señora recordó al demacrado chiquillo que la venerable Al´ ' Kali le había llevado al templo. Habían transcurrido diez años desde entonces, con lo que el muchacho tendría ahora quince, dieciséis o diecisiete años; ni el mismo Sorak sabí i a qué edad tenía, y las artes paranormales no podían determinar con precisión su edad. El adolescente poseía unas defensas místicas tan formidables que ni siquiera Varanna podía atravesarlas, y ésa era tan sólo una de las dificultades a las que se había enfrentado con el joven elfling.

Para empezar, hasta entonces jamás se había dejado entrar en el convento a un miembro del sexo masculino. Eran aproximadamente quinientas las villichis que vivían en el aislado santuario de las Montañas Resonantes; las sacerdotisas mayores y la gran señora residían en el mismo templo, mientras que las demás compartían los alojamientos comunitarios de las dependencias situadas en los terrenos del convento. Siempre había entre setenta y cinco y un centenar de sacerdotisas ausentes realizando peregrinajes, lo que dejaba al menos cuatrocientas mujeres fijas en el convento, con edades que iban desde los seis a los sesenta años, sin incluir las sacerdotisas mayores. La más joven de éstas tenía ochenta y cinco años y la más anciana, Varanna, más de doscientos. Todas estas inquilinas… y un joven elfling.

Era una situación sin precedentes. Desde tiempo inmemorial, en Athas no había nacido ningún varón villichi; las villichis eran siempre hembras humanas, y nacían con el don -había quien lo llamaba maldición- de un gran poder paranormal. A causa de la peligrosa fuerza bruta de sus poderes paranormales, a las villichis casi siempre se las rehuía. A veces se las arrojaba incluso de sus hogares, aunque hacerlo se consideraba de mal agüero.

No era cruel, pensaba Varanna como ironía, simplemente desafortunado.

Cualquiera podía desarrollar poderes paranormales hasta cierto punto, siempre y cuando la persona poseyera la inteligencia, paciencia y dedicación necesarias para perseverar en el estudio de ese arte. La mayoría de las personas nacían con capacidad latente para al menos una habilidad paranormal, pero esa habilidad estaba generalmente «sin pulir», lo que significaba que no se podía explotar a voluntad. Mucha gente ni sabía que la tenía. Hacían falta años de intensa preparación con un maestro para que una habilidad menor pudiera salir a la luz totalmente. Aun entonces, pocos podían desarrollar sus habilidades paranormales tanto como las villichis, que nacían con el poder ya desarrollado.

Eran también diferentes en otras cosas. Las mujeres que nacían villichis vivían más años de lo que era habitual para un humano; eran más altas de lo normal, más esbeltas y con extremidades más largas, como los elfos, aunque en los elfos tales rasgos físicos eran aún más acentuados. Tenían una piel extremadamente pálida; no exactamente como la de un albino, pero sí muy blanca, por lo que el sol las quemaba en lugar de broncearlas. Para protegerse, llevaban los cabellos muy largos, y se cubrían con capas finas siempre que salían a la luz del día.

Nadie parecía saber qué provocaba que una niña naciera villichi, ya que por lo general una criatura villichi nacía de padres humanos totalmente normales, y tales padres a menudo consideraban a su hija como una maldición. No tan sólo tenía un aspecto distinto, anormal según el criterio de la mayoría, sino que poseía poderes paranormales totalmente desarrollados. Era capaz de leer los pensamientos de sus padres, y los de todos los amigos y vecinos que acudían de visita, y, como resultado, maduraba intelectualmente mucho más deprisa y mucho antes que los niños humanos corrientes. Sin embargo, de la misma forma en que una criatura humana corriente debe dominar los movimientos físicos elementales, como el gateo, antes de empezar a andar, también las criaturas villichis tenían que aprender a dominar sus habilidades innatas antes de poder controlarlas por completo. Con frecuencia, las niñas villichis hacían volar objetos involuntariamente por toda la casa, lo que provocaba estragos y consternación, o lanzaban ráfagas de energía mística contra sus padres o cualquiera que tuviera la mala suerte de encontrarse cerca. Un bebé villichi hambriento a menudo hacía mucho más que limitarse a gritar reclamando leche.

A causa de todo esto, los padres de criaturas villichis eran en general incapaces de ocuparse de ellas, y tanto padres como criaturas se veían abocados a una existencia miserable. El fenómeno de un nacimiento villichi era poco corriente, y no existía nadie a quien los progenitores de tal criatura pudieran dirigirse en busca de ayuda. Si en la vecindad habitaba algún maestro en las artes paranormales, tal vez recurrieran a él en busca de consejo, pero éste solía tener sus propios alumnos, quienes en algunos casos canjeaban sus enseñanzas por un contrato de servidumbre o bien pagaban por ellas, de modo que una niña villichi resultaría una carga innecesaria, además de que por lo general poseería poderes paranormales que rivalizarían con los suyos. A veces había maestros de buen corazón que se hacían cargo de las criaturas villichis, al menos hasta que se encontrara una sacerdotisa villichi que pudiera relevarlos de tal responsabilidad; pero la mayoría de los maestros sencillamente rehusaban ocuparse de ellas.