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Sorak volvió a ocupar su asiento.

– ¿Quieres que te entregue mis ganancias? Tómalas. -Dejó caer la mochila sobre su mesa y luego arrojó la bolsa junto a ella.

– En realidad no me importa tu dinero -dijo ella, con un gesto displicente-. No representa ninguna pérdida para mí, sólo para los jugadores a los que engañaste, aunque de todos modos hubieran perdido. Siempre lo hacen. Es raro el jugador que sabe retirarse mientras va ganando. Si hubieras jugado contra la casa, habría sido diferente, pero me di cuenta de que eras lo bastante sensato como para evitar esos juegos.

– Simplemente porque no los conocía -respondió Sorak.

– ¿Esperas que lo crea? -Lo contempló con expresión dubitativa.

– Tanto si lo crees como si no -repuso él, encogiéndose de hombros-, resulta que es la verdad. Nunca antes había estado en una casa de juego, y empiezo a lamentar no haber seguido la advertencia de Zalcor. Si no quieres el dinero, entonces ¿qué es lo que quieres de mí?

Mientras hacía la pregunta, se replegó al interior y dejó que la Guardiana saliera brevemente al exterior para echar un vistazo a la mente de Krysta. Lo que encontró resultó una sorpresa muy interesante.

– Para empezar, quiero algunas respuestas -respondió la semielfa-. Podemos empezar por quién eres en realidad, y por qué viniste aquí. No eres un simple pastor, eso es seguro.

– No; pero el resto de lo que te conté es esencialmente cierto. De niño, me abandonaron en el desierto para que muriera, y allí me encontró una pyreen que pertenecía a los venerables, quien me devolvió la salud y me condujo al convento villichi. Hasta que llegué a Tyr, toda mi vida la había pasado allí.

– Ridículo -le espetó Krysta-. Tendrás que hacerlo un poco mejor. Todo el mundo sabe que las villichis son una secta femenina; no existen hombres villichis.

– Yo no dije que hubiera nacido villichi -respondió Sorak con calma-. Sólo que me crié en su convento.

– Las villichis jamás aceptarían a un varón entre ellas.

– Me aceptaron. Me dejaron vivir allí porque poseía un gran poder paranormal y porque era un proscrito. Las villichis saben lo que es verse rehuido por ser diferente. La venerable pyreen les pidió que me dieran cobijo en el convento, y, debido a que las villichis honran a los pyreens, la gran señora le concedió su petición.

Krysta apretó los labios, pensativa.

– Las villichis siguen la Senda del Protector y la Disciplina del Druida, igual que los pyreens. Eso, al menos, es cierto; pero encuentro el resto de tu historia difícil de aceptar.

– ¿Qué puede importarte a ti una cosa o la otra? -inquirió Sorak-. A menos, claro, que tu interés vaya más allá de la simple curiosidad y de la cuestión de mis trampas en tu casa de juego. ¿Por qué no pedimos al consejero Rikus que se una a nosotros para que pueda hacer sus preguntas personalmente? Debe de estar cansado de permanecer con la oreja pegada a esa puerta.

Los ojos de la semielfa se abrieron de par en par; pero, antes de que pudiera responder, Rikus abrió una de las puertas laterales y penetró en la habitación.

– Yo tenía razón -dijo-. Jamás fuiste un simple pastor. ¿Así que las villichis te adiestraron en el uso del Sendero? Y sin duda te enseñaron a pelear, también. Eso te hace muy peligroso.

– Tal vez, pero sólo para mis enemigos -replicó Sorak.

– Desde luego -repuso Rikus-. ¿Y cómo me consideras a mí?

– Como alguien que recela de mis motivos -contestó él con una sonrisa.

Rikus sonrió sin alegría alguna, antes de manifestar:

– Bien, pues. Si eres capaz de leer mis pensamientos, sabrás cuál es mi siguiente pregunta.

Sorak volvió a replegarse por unos instantes de modo que la Guardiana pudiera leer la mente del antiguo gladiador. Estaban protegidos, pero la entidad necesitó apenas un instante para percibir lo que el consejero pensaba, y comprobar que se podía confiar en el mul.

– Fue por mera casualidad que vine aquí -explicó Sorak-.No podía saber que planeabas solicitar la ayuda de Krysta para vigilarme puesto que no lo habías decidido hasta después de que abandonara la sala del consejo. Fue sólo la casualidad la que nos condujo al mismo lugar, o a lo mejor fue el destino quien intervino.

– Quizá -dijo Rikus con un gruñido-; pero sigo teniendo mis dudas sobre el resto de lo que nos contaste.

– Lo que conté al consejo es cierto -afirmó Sorak-. No obstante, estoy seguro de que lo descubrirás por ti mismo.

– Pienso hacerlo -replicó el otro-. De todos modos, sigo encontrando dificultades en creer que tu único motivo para venir a nosotros fuera una recompensa.

– No sé cuánto tiempo tendré que permanecer en Tyr -respondió el joven-. En el bosque y en el desierto, puedo vivir de la tierra, pero en la ciudad necesito dinero.

– Comprendo -dijo Rikus-. Y si recibieras tu recompensa esta noche, ¿partirías por la mañana?

– Si puedo elegir, preferiría quedarme.

– En cierto modo sabía que dirías eso -repuso Rikus- ¿Pero por qué? ¿Qué negocios tienes en Tyr?

– He venido a ponerme en contacto con la Alianza del Velo.

El mul pareció sorprendido por su franqueza, pero no tardó en fruncir el ceño.

– ¿Eres también un hechicero?

– No. Busco al Sabio.

– ¿El Sabio? -intervino Krysta, y con un bufido de desprecio añadió-: ¿Te refieres a la leyenda del llamado «mago eremita» que se está convirtiendo en un avangion? Esa historia no es más que un mito.

– Te equivocas -respondió Sorak-. El Sabio vive, y yo debo hallarlo.

– ¿Y crees que la Alianza del Velo puede ayudarte? -quiso saber Rikus.

– Tengo motivos para creer que en la Alianza del Velo hay personas que pueden poseer información que me ayude en mi búsqueda.

Un rápido sondeo paranormal de los pensamientos de Rikus y Krysta reveló que ninguno tenía conexión con la Alianza. Krysta no sentía nada por ellos, ni en un sentido ni en otro; era una superviviente que miraba antes que nada por su propia conveniencia. Rikus mostraba una desconfianza innata hacia los que utilizaban magia, tanto si eran profanadores como protectores, aunque estos reparos se veían suavizados por su experiencia con la hechicera Sadira. Su preocupación con respecto a la Alianza del Velo iba ligada a sus preocupaciones con respecto al gobierno de Tyr, del cual era una parte vital. Consideraba a la Alianza como una influencia potencialmente perjudicial, pero sentía más motivo de preocupación por los templarios, a los que la Alianza se oponía sin tapujos.

– Suponiendo que el Sabio exista de verdad, ¿por qué lo buscas? -inquirió Rikus.

Sorak no vio ningún inconveniente en contarle la verdad.

– Quiero descubrir mis orígenes -respondió-. No sé quiénes fueron mis padres; no recuerdo nada de mi vida antes del momento en que la venerable pyreen me encontró en el desierto. No sé en qué tribu nací, ni de qué raza era. Sé que uno de mis padres era un halfling y el otro un elfo, pero no sé quién era quién, ni tampoco qué fue de ellos. Toda mi vida me han obsesionado estas preguntas.

– ¿Y crees que el Sabio te ayudaría a encontrar las respuestas? -preguntó el mul, frunciendo el entrecejo-. ¿No serviría cualquier otro hechicero?

– La pyreen me contó que únicamente el Sabio posee magia protectora con el poder suficiente para apartar los velos del tiempo y los recuerdos olvidados -explicó Sorak-. Y jamás podría buscar la ayuda de un profanador. No habré nacido villichi, pero me crié entre ellas y sus creencias son las mías. Juré seguir la Disciplina del Druida y la Senda del Protector.