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– Al menos, eres lo bastante franco para admitir que intentas ponerte en contacto con la Alianza del Velo -reconoció Rikus-. O quizá simplemente eres un ingenuo. En cualquier caso, no puedo ayudarte. Como miembro del consejo, difícilmente podría facilitarte el contacto con un grupo clandestino que actúa fuera de las leyes de la ciudad, incluso aunque tuviera información que pudiera servirte.

– Si la tuvieras, ya la tendría yo -sonrió Sorak.

– Sí -Rikus hizo una mueca-, supongo que así sería. Bien, mientras no te metas en líos, puedes quedarte. No puedo decir que me guste tu presencia aquí, pero Tyr es una ciudad libre ahora, y no has quebrantado ninguna ley.

– ¿Lo que hice esta noche no fue un crimen? -preguntó Sorak.

– No se me ha informado oficialmente de ningún crimen -manifestó Rikus dirigiendo una rápida mirada a Krysta. Luego, volviéndose de nuevo hacia el joven, añadió-: Te aconsejo que te asegures de que todo sigue así. Cuando los templarios hayan finalizado su investigación, recibirás tu recompensa. Entretanto, parece que has conseguido fondos suficientes para pagar tu alojamiento y manutención mientras permanezcas en la ciudad. Lo que hagas con respecto a la Alianza del Velo es cosa tuya. Sólo ocúpate de que no se convierta en mía.

Dio media vuelta y abandonó la estancia.

– Parece que le has causado buena impresión -observó Krysta.

– Tiene un modo muy curioso de demostrarlo -respondió él.

– Ése es Rikus -dijo ella con una sonrisa-. No se aprende a ser encantador combatiendo en la arena.

– ¿Dónde lo aprendiste tú, entonces? -quiso saber Sorak.

– No sirve de mucho intentar ocultarte nada, ¿verdad? Sí, luché en la arena. En cuanto a mi encanto, supongo que lo obtuve de forma natural. Una hembra debe utilizar todas las armas de que disponga en este mundo, en especial si es una mestiza de clase baja. Un elfo puro me consideraría contaminada por mi sangre humana, y un varón humano podría desearme, pero sólo para satisfacer sus apetitos; jamás me aceptaría como una igual.

– Sé lo que significa ser diferente -dijo el joven-. He visto cómo me mira la gente por las calles.

– Sí, somos tal para cual -musitó ella-. Y si puedes leer mi mente…

Sorak no necesitaba ser un telépata para saber lo que pensaba.

– Me siento halagado -dijo-, pero hice un voto de castidad.

– Los votos pueden romperse.

– En ese caso ya no son votos -replicó Sorak-, sino simples propósitos para engañarse uno mismo.

– Ya -repuso ella-. Bien, es una pena. No tienes ni idea de lo que te pierdes. De todos modos, un hombre que hace un voto y lo mantiene es un hombre digno de respeto. Si no puedes aceptarme como amante, quizá puedas aceptarme como amiga.

– ¿Una amiga a la que han encargado que me vigile para poder informar de mis movimientos al consejo?

– No es peor que un amigo que vino a mi establecimiento bajo una apariencia engañosa para poder hacer trampa en mis mesas de juego -lo censuró Krysta-. O un amigo al que no puedo ocultar nada porque puede leer todos mis pensamientos.

– Has dado en el blanco -repuso Sorak, sin molestarse en corregir su errónea suposición. En realidad, la

Guardiana sólo podía leerle la mente cuando él se replegaba en sí mismo y ella realizaba un esfuerzo deliberado-. No parece un comienzo muy prometedor para una amistad, ¿no es así?

– Veamos si podemos repararlo -dijo la semielfa-. ¿Has reservado ya alojamiento en la ciudad?

– Aún no, pero iba a alquilar una habitación en la posada del otro extremo de la calle.

– ¿Ese cuchitril pestilente? Si no te asesinan mientras duermes, te devorarán las chinches. Te ofrezco una de las habitaciones del piso superior, que reservo para mis clientes especiales. También puedes hacer tus comidas aquí o hacerlas en cualquier otra parte si lo deseas, pero no encontrarás mejor comida que la que se prepara en mis cocinas. Y tu tigone puede quedarse contigo, aunque te cobraré cualquier desperfecto que ocasione.

– Tu oferta es muy generosa. Pero ¿qué debo hacer yo a modo de compensación?

– A cambio, durante el tiempo que permanezcas en el edificio, frecuenta las mesas y juega a tantos juegos como puedas. Los juegos de naipes, en particular. A los jugadores profesionales les resulta más fácil hacer trampas en ésos. La casa te facilitará el dinero para las apuestas, y te puedes quedar con la mitad de lo que ganes.

– Ya veo -dijo Sorak-. En otras palabras, se puede estafar a tus clientes, siempre y cuando seáis solamente vosotros quienes lo hagáis.

– No estoy en el negocio para perder dinero -declaró Krysta-. No me importa que mis clientes ganen de vez en cuando, pero no deseo ver que nadie gane en exceso. Y si lo hacen es porque probablemente han descubierto algún modo de hacer trampas con éxito. Las apuestas siempre favorecen a la casa, pero de vez en cuando magos, fulleros y personas con poderes paranormales pueden resultar un problema. Siempre me va bien un poco de ayuda al respecto.

– Y, al mismo tiempo, te resultaría más fácil vigilarme para Rikus -añadió Sorak con una sonrisa.

– Cierto, pero, si no tienes nada que ocultar, ¿qué puede importarte? Rikus se preocupa únicamente por la seguridad de Tyr y la estabilidad del gobierno. Mientras no hagas nada que las amenace, a él no le importa lo que puedas hacer.

– Pero debes comprender que mi objetivo es entrar en contacto con la Alianza del Velo -repuso Sorak-. En cuanto haya finalizado mi asunto con ellos, me marcharé. No deseo permanecer en Tyr más tiempo del estrictamente necesario.

– El mejor lugar para establecer contacto con ellos es justo aquí en el mercado elfo -respondió Krysta-. Puedo ayudarte hasta el punto de realizar algunas averiguaciones discretas; pero, aparte de eso, estarás solo porque yo no quiero involucrarme. En cuanto a la duración de tu estancia, tú decides. No obstante, mientras permanezcas aquí, ¿por qué no aprovechar una situación que puede servir a los intereses de ambos? Así pues, ¿qué respondes?

– Acepto.

– Estupendo. Haré que te preparen una habitación, y llamaré a mis semigigantes para que trasladen allí a tu mascota. Creo que dormirá al menos hasta mañana por la mañana. De todos modos, descubrirás que tener un animal salvaje en la ciudad presenta ciertas dificultades. ¿Puedes controlarlo hasta el punto de que no dañe el local ni ataque al personal?

– Me aseguraré de ello -contestó Sorak.

– ¿Estás seguro de poder?

– Por completo.

– No es tan sólo una cuestión de que el tigone tenga poderes paranormales y te obedezca porque mantiene una especie de vínculo contigo, ¿verdad? -dijo ella, contemplando al joven con interés-. Tienes el poder de comunicarte con los animales.

– – Sí.

– ¿Puedes conseguir que hagan lo que tú quieres?

– Con la mayoría de ellos, sí.

– Fascinante -manifestó Krysta-. Entonces eso hace un total al menos de tres poderes paranormales que posees. ¿Cuántos más hay?

Sorak no respondió.

La semielfa lo contempló con fijeza durante un buen rato; luego asintió y dijo:

– Muy bien, no fisgaré. Haré que preparen tu habitación. Entretanto, ¿quizá te gustaría acompañarme a la mesa y cenar algo conmigo?

El comedor de La Araña de Cristal se encontraba en el primer piso, atravesando una arcada y descendiendo por un pasillo a poca distancia de la parte posterior de la sala principal. Una gruesa pared de ladrillo lo separaba de la sala de juego aislándolo de casi todo el ruido. Cualquier débil sonido que pudiera filtrarse quedaba ahogado por los músicos, que tocaban suavemente en flautas de ryl mientras los clientes comían. Mesas y sillas estaban fabricadas con lustrosa madera oscura de aga – fari, y el suelo era de baldosas de cerámica colocadas a mano. Gruesos pilares sostenían el techo de vigas y yeso, y en las paredes se veían numerosas hornacinas abovedadas para las velas. La atmósfera del comedor era de tranquilidad y refinamiento, ya que tan sólo los clientes mas acomodados podían permitirse sus precios.