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Difícil, pensó el sumo templario, pero no imposible. El tiempo trabajaba a su favor, al igual que para Sadira. Desde la institución del nuevo gobierno, Sadira había consolidado su poder en el consejo; en eso, había tenido bastante éxito. Pero, si bien era una mujer muy inteligente, carecía de experiencia en lo tocante a gobernar, y había cometido un gran error. En su precipitación para liberar a los esclavos de Tyr, no había tenido en cuenta el devastador impacto que ello tendría sobre el tesoro y el comercio de la ciudad.

No había trabajo suficiente para todos los nuevos ciudadanos, y, como resultado, las filas de los mendigos y ladrones de la ciudad se habían incrementado de forma espectacular. Los salarios habían caído al haber más personas que competían por un número menor de trabajos, y con frecuencia se producían reyertas multitudinarias en los barrios bajos y el mercado elfo, incluso en la zona comercial. Grupos de mendigos atacaban a esclavos recién liberados, cuya presencia en las calles amenazaba su propio sustento; bandas de malhechores recorrían la ciudad por la noche y aun de día, atacando y robando a los ciudadanos. En los barrios bajos, en el mercado elfo y en la zona comercial, se habían creado grupos de vigilantes para administrar sumaria justicia callejera con la que proteger sus vecindarios. La guardia de la ciudad carecía de efectivos y recursos suficientes para ocuparse de toda aquella agitación, y con frecuencia eran también víctimas de ataques.

Se habían producido ya varios incendios de envergadura en los barrios bajos en los que las enfurecidas y frustradas clases más bajas de la ciudad descargaban su rabia sobre su propio vecindario. Todos los incendios habían acabado por ser controlados, pero manzanas enteras de la ciudad habían quedado reducidas a cenizas, y muchos de los comerciantes que tenían sus negocios allí habían abandonado la ciudad, asqueados. Con cada caravana que partía para Altaruk o Gulg o Ledópolus del Sur, se marchaban carretadas de gente que había decidido abandonar la ciudad e iniciar una nueva vida en otra parte, a pesar de las incertidumbres a que deberían enfrentarse. Todo esto trabajaba a favor de Timor.

Durante el reinado de Kalak, los habitantes de la ciudad habían odiado a los templarios, a los que veían, con toda la razón, como opresores que imponían la voluntad del tirano. Sin embargo, con la muerte de Kalak y la ascensión de Tithian al trono, aquella actitud había iniciado un cambio gradual; mientras Tithian luchaba por consolidar su poder, Sadira y Agis, otro héroe de la revolución, se habían ocupado de introducir a toda prisa a través del consejo algunos de sus nuevos edictos progresistas, y el nuevo rey no había tenido más remedio que aprobarlos. Timor se había ocupado de que los templarios estuvieran de acuerdo con los nuevos edictos, y que insistieran tanto como les fuera posible en su aplicación. Se había asegurado de que sus templarios resultaran bien visibles por toda la ciudad, manteniendo el orden y mediando en las disputas, actuando como enlaces diplomáticos entre el pueblo, el consejo y la guardia de la ciudad. Había emprendido una astuta campaña de relaciones públicas para cambiar la imagen de los templarios de modo que de opresores que imponían la voluntad de Kalak pasaran a ser víctimas impotentes del tirano, sojuzgadas por el monarca y obligadas a cumplir sus órdenes.

Día a día, la actitud de la gente hacia los templarios se fue tornando más y más favorable, en tanto que su actitud hacia el consejo empeoraba a ojos vistas. Se empezaba a contemplar a los héroes de la revolución como administradores ineptos de una ciudad que iba hacia la ruina bajo su tutela. La gente empezaba a murmurar, a recordar la época del reinado de Kalak, cuando las cosas iban mucho mejor, cuando los templarios habían estado al mando. Kalak sería un tirano, decían, un profanador demente obsesionado con sus locas ansias de poder, pero los templarios eran los que realmente se ocupaban de todo, y a la ciudad le había ido mucho mejor bajo su eficiencia. Timor no había escatimado gastos para iniciar esta campaña de rumores, pero valía la pena; los ciudadanos ya no murmuraban: ahora hablaban abiertamente en contra del consejo y lo culpaban de todas las desgracias de la ciudad.

Pronto, se decía Timor. El momento no había llegado aún, pero no tardaría. Los días de Sadira estaban contados, al igual que los del corpulento mul que se sentaba a su derecha. No quedaba más que otro eslabón para completar la cadena de acontecimientos que había puesto en marcha. Quedaba aún una amenaza potencial a los planes de los templarios para hacerse con el poder: la Alianza del Velo.

Muerto Kalak, los templarios habían dejado de poseer magia; el tirano había canalizado su poder a través de ellos, pero ellos no eran hechiceros por sí mismos. Excepto Timor. Durante años, se había dedicado resueltamente y en secreto al estudio de aquel arte hasta desarrollar su propio poder; no obstante, sus habilidades, aunque nada insignificantes, quedaban muy lejos del poder que Kalak había controlado. No podía y jamás podría transmitir poder a sus colegas templarios. Tendría que ser un rey- – hechicero para hacerlo, y eso significaba que la Alianza del Velo seguía siendo una seria amenaza. Timor se sentía seguro de sus poderes profanadores, pero no era tan estúpido para pensar que podía enfrentarse solo a la Alianza del Velo.

Su plan era persuadirlos de que salieran a la luz. Muerto Kalak, desaparecido Tithian y declarada ilegal la magia profanadora en la ciudad, ya no existía ninguna excusa para que la Alianza continuara siendo una sociedad secreta. Antes se los había considerado criminales, pero Kor -a instancias de Timor- había propuesto ya un edicto que serviría de perdón colectivo para la Alianza del Velo, siempre y cuando todos ellos salieran a la luz y tomaran parte en la reconstrucción de la ciudad. Tal y como había dicho en la última reunión del consejo, ¿quién mejor que los miembros de aquella organización, que seguían la Senda del Protector, para supervisar el nuevo programa agrícola que alimentaría la ciudad y re – vitalizaría las mesetas desérticas? Ya se había ocupado de que sus comentarios en el consejo llegaran a oídos de los habitantes de la ciudad, y había hecho colocar carteles por todas partes, solicitando a la Alianza del Velo que se presentaran y tomaran parte en «el reverdecimiento de Tyr».

En cuanto todos los miembros de la sociedad secreta hubieran sido identificados, él podría ponerse en marcha. El plan estaba ya elaborado. En una noche, de un golpe, los templarios y sus agentes eliminarían a la Alianza del Velo mientras se distraía a la ciudad con un monumental motín general que sería provocado a una señal de Timor. Se producirían incendios por toda la ciudad, aunque no, claro está, en los barrios de los nobles y de los templarios, que estarían bien protegidos. En estas zonas solo tendrían lugar incidentes aislados y controlados de saqueos e incendios, simplemente para mantener las apariencias. Timor planeaba hacer que su mansión se quemara hasta los cimientos -después de que la mayoría de sus pertenencias hubieran sido retiradas con discreción- para poder reivindicar su condición de ser uno más del pueblo al haber sido una de las víctimas. Se incitaría a las turbas a saquear y destrozar el distrito comercial, y en una noche, la Noche del Castigo, los templarios se apoderarían del poder y declararían la ley marcial.