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– ¿De verdad? ¿A quién se lo oíste?

Desconfí í a, advirtió la Guardiana. Cree que podemos ser un agente de los templarios.

Pero si no sabe nada, ¿qué motivos puede tener para preocuparse?, inquirió Eyron.

Empiezo a aburrirme, interpuso Kivara.

Cállate, Kivara, ordenó Sorak, irritado. Lo único que le faltaba era tener que enfrentarse a la impaciencia infantil de la entidad en un momento como éste.

– Pues, lo oí decir en alguna parte -contestó la Guardiana en voz alta.

– ¿Y dónde fue eso? -insistió Trag en tono indiferente, tomando otro trago.

Recela porque nosotros no bebemos, y porque alguien más ha estado aquí no hace mucho, preguntando por la Alianza del Velo, informó la Guardiana, captando de improvis siv o aquel pensamiento en la mente de Trag. La persona llamaba la atención y era bastante torpe… Espera. Veo su imagen mientras piensa en ella… ¡Era el bandido!

¿Digon?

– En el mercado, creo -dijo la Guardiana, respondiendo a la pregunta de Trag-. Sí, debió de ser uno de los vendedores del mercado.

Trag no pareció reconocer mi nombre, comentó Sorak interiormente.

No, respondió la Guardiana. No lo ha oído antes.

Entonces es que Digon no lo mencionó cuando vino aquí a indagar, repuso el joven. Pero al menos hizo lo que le ordené.

Si llamó la atención y se mostró torpe, no te hizo ningún favor, intervino Eyron. No hay duda de que este Trag está en guardia.

– ¿Qué clase de… contactos te interesa hacer? – - preguntó Trag, mirándolo con atención.

Está pensando en que, si demostramos nuestras intenciones con más claridad, nos pedirá que nos vayamos, dijo la Guardiana. Dirá que la Alianza es una organización casi criminal, y que él no sabe nada de estas cosas, ni desea saberlo, porque él acata la ley.

Hemos inquietado a este hombre, indicó Sorak. Quizá lo mejor sería que nos fuéramos.

¡Perfecto! yo quiero marcharme, exclamó Kivara. Este lugar es aburrido; quiero regresar a La Araña de Cristal y jugar unos cuantos juegos más.

– No había pensado en nada concreto -respondió Sorak, tomando el control otra vez-. Únicamente quería un trago de agua y un poco de conversación amistosa. Sin embargo, como no pareces tener agua, y no le veo el sentido a pagar por un vino que no bebo, tal vez lo mejor sea que siga mi camino. Se hace tarde, de todos modos, y yo, como muy bien has deducido, no estoy acostumbrado a permanecer despierto toda la noche. -Depositó sobre el mostrador otra moneda de plata-. Gracias por tu compañía.

– Guárdala -dijo Trag empujando la moneda hacia Sorak-. Ya has pagado más que suficiente por el vino que no bebiste, y no cobramos por dar conversación.

Sorak recogió la moneda, ya que no deseaba insultar al hombre ofreciéndosela otra vez.

– Gracias.

– Vuelve por aquí.

Mientras le daba la espalda a la barra, Sorak volvió a pasarse la mano por la parte inferior del rostro, y luego se dirigió hacia la puerta. No tenía ni idea de si alguien habría reconocido la señal.

¿Crees que alguien la vio?, inquirió Eyron cuando Sorak salió a la calle e inició el regreso por donde había venido.

Si así fue, no vi la menor reacción, replicó él, dejando que el Vagabundo se ocupara de la tarea de llevarlos de vuelta, por las oscuras y sinuosas calles, a La Araña de Cristal. Poesía silbaba con suavidad mientras andaban, en tanto que Kivara permanecía enfurruñada.

Eso no fue nada divertido, se quejó la entidad.

No se suponía que fuera a ser divertido, Kivara, respondió la Guardiana. Tenemos una tarea que llevar a cabo. Si no puedes contribuir, al menos permanece callada.

¿Por qué tengo que estar siempre callada? Ya ni siquiera me dejáis salir al exterior. No es justo. a

Kivara, por favor, dijo Sorak. Tendrás tu oportunidad de manifestarte y divertirte, lo prometo. Pero no ahora.

Nos siguen, advirtió el Vagabundo, rompiendo su acostumbrado silencio.

¿Quién?, quiso saber Sorak. No puedo ver.

Había un hombre sentado en la calle, apoyado contra la pared del edificio cuando salimos de la taberna, explicó la Guardiana. Parecía borracho.

¿Y ahora nos está siguiendo?, dijo Sorak. Interesante. Quizás hayamos establecido contacto después de todo. Seguiremos adelante como si no supiéramos que nos siguen. Que él haga el primer movimiento.

En la oscuridad del callejón, Vorlak y Tigan aguardaban pacientemente; el primero apostado junto a la esquina del edificio, atisbando a la calle.

– ¿No ves nada aún? -preguntó Tigan, ansioso.

– El elfling se acerca. Y Rokan va justo detrás de él. Prepárate.

Ambos desenvainaron sus armas.

– Sujétalo con fuerza -advirtió Tigan-. Recuerda lo que dijo el templario: el elfling es peligroso.

– Ya está muerto -masculló Vorlak, apartándose de la pared.

Se oyó una especie de silbido producido por algo que volaba por los aires, seguido por el golpe sordo de un objeto que cayó al suelo detrás de Vorlak y rodó hasta chocar con su pie.

– ¡Silencio, idiota! -musitó el bandido, mirando al suelo-. ¿Quieres que…? -Su voz se apagó al ver lo que había rodado hasta su pie: era la cabeza de Tigan.

Lanzó una exclamación ahogada y giró en redondo justo a tiempo de vislumbrar una figura oscura e indefinida de pie a su espalda, y lo último que sintió fue el impacto de una espada al hundirse en su pecho.

Rokan se puso en tensión y maldijo por lo bajo. El elfling había llegado al primer callejón, pero ¿dónde estaban Vorlak y Tigan? Deberían estar lanzándose al ataque. Si aquellos dos se habían dormido allí dentro, les cortaría el cuello. Se llevó la mano a su arma, y entonces vio a Devak y Gavik que salían corriendo del callejón opuesto empuñando ya las armas…

Lo que sucedió después, pasó tan deprisa que casi no pudo seguirlo. El elfling actuó con tal celeridad que la espada pareció materializarse en sus manos. Devak le lanzo un mandoble; el elfling lo paró, sosteniendo su arma con ambas manos, y la hoja de su adversario se hizo pedazos. Sencillamente reventó como si hubiera explotado. En un veloz movimiento, el elfling bajó la espada que sostenía alzada sobre su cabeza, y partió con limpieza a Devak desde el hombro hasta la cadera. El bandido lanzó un alarido mientras su cuerpo se desplomaba en dos pedazos sobre el suelo. Sin detenerse, Sorak volvió a levantar la espada para detener el ataque de Gavik, y volvió a suceder lo mismo. La hoja de Gavik se hizo añicos contra la espada del elfling, estallando en una lluvia de chispas, y acto seguido el malhechor quedó literalmente partido en dos, de la cabeza a la ingle.

La mano de Rokan saltó hacia la empuñadura de su espada, y fue este movimiento el que le salvó la vida. Al ir a coger el arma, se había vuelto ligeramente por lo que la saeta que surgió de la nada se le clavó en el hombro en lugar de hacerlo en el corazón. Lanzó una exclamación de sorpresa, dio un traspié, juró y por fin se dio la vuelta y echó a correr por donde había venido, sujetando la flecha enterrada en su hombro.

La Centinela había lanzado una señal de alarma interna cuando los dos malhechores surgieron del callejón. Sorak experimentó entonces aquella fría y mareante sensación de girar sobre sí mismo que anunciaba que la Sombra se abría paso desde su subconsciente como un monstruo surgido de las profundidades. Apenas había transcurrido un instante, pero fue un instante que Sorak no presenció. Ahora, mientras la Sombra se retiraba de nuevo a las profundidades del subconsciente de las que había salido, el joven permanecía inmóvil en medio de la calle, con los ojos fijos en los espantosos restos de sus atacantes, cuya sangre formaba enormes charcos oscuros sobre el suelo de tierra batida. Por un momento, se sintió desorientado; luego escuchó pasos que corrían a su espalda y se volvió a toda prisa para enfrentarse a la potencial amenaza, aunque sólo pudo vislumbrar a alguien que huía calle abajo y se metía por el callejón situado detrás de El Gigante Borracho.