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El hombre no había visto nunca a nadie moverse con tanta rapidez, y tampoco había visto nunca nada parecido al modo en que las espadas de los malhechores se habían hecho añicos al chocar con la del elfling. ¡Eran hojas de hierro! El hierro no se rompía así. ¡Y aquella espada! Incluso en la oscuridad, el templario había visto la reluciente hoja, ¡y era de acero! Con una forma que jamás había visto antes. Una espada de acero como aquélla valdría una fortuna, y no se trataba de acero corriente, además. El hierro no se partía sobre el acero corriente. El esbirro de Timor sabía reconocer la magia cuando la veía.

Siguió al elfling y lo vio regresar a la casa de juego; luego se encaminó de vuelta al barrio de los templarios. Era muy tarde, y Timor estaría sin duda dormido a estas horas. No le agradaba la idea de tener que despertar al sumo templario, pero esta nueva información no podía esperar, y Timor querría conocerla de inmediato. El templario no sabía quién era este elfling o qué proyectaba, pero desde luego se trataba de alguien muy excepcional, que además se había entrevistado en secreto con el consejero Rikus en la casa de juego.

Esto significaba problemas, problemas seguros para los templarios y para el plan de Timor. Quizás el sumo templario había subestimado a Rikus y a Sadira; principalmente, era posible que hubiera subestimado a Sadira. ¿Qué sabían ellos con exactitud sobre la hechicera? Había salido del total anonimato para convertirse en la mujer más poderosa de Tyr, y, aunque había renunciado a sus antiguas artes profanadoras, poseía una magia muy potente. ¿Qué había hecho para acumular tal poder? ¿Y con qué fuerzas había estado en contacto mientras había estado lejos de Tyr?

Se rumoreaba que había viajado con los Corredores del Sol, una de las tribus elfas más temibles. Y ahora, surgido de la nada, aparecía un elfling en la ciudad, que se hacía pasar por un simple pastor que de forma involuntaria ha descubierto un complot para infiltrar espías nibeneses en Tyr. Y este autoproclamado «pastor» celebra una reunión clandestina con el mul favorito de Sadira, Rikus, y luego de improviso empieza a trabajar en La Araña de Cristal, cuya propietaria es una semielfa. También de repente, en medio de la noche, este personaje se dirige a una taberna conocida por ser un punto de contacto para la Alianza del Velo y, cuando lo atacan, demuestra una maestría en la lucha que ninguno de los soldados de la ciudad podría igualar, y con una espada encantada, además.

«No -se dijo el templario-, aquí se dan demasiadas coincidencias. Rikus y Sadira traman algo sin duda, y este elfling es la clave de todo. Matarlo parecía algo muy fácil, pero ya se ha demostrado que no resultará tan sencillo. La fuerza bruta no servirá para este trabajo.»

Haría falta la magia.

11

El portero de La Araña de Cristal saludó a Sorak con una leve y respetuosa reverencia cuando éste entró. Todo el personal de la casa de juego lo conocía ya y lo trataba con amabilidad y cortesía. Sin embargo, la actitud del portero parecía diferente, más que cortés. Nunca antes le había dedicado una reverencia. Sorak se replegó al interior y dejó que la Guardiana sondeara la mente del hombre.

Está enterado, informó ésta.

Sorak hizo una mueca interiormente. Los guardas habían hablado sin duda, y eso significaba que todos los miembros del personal probablemente también lo sabían a estas alturas. Esta tontería sobre ser el heredero de Alaron porque llevaba a Galdra tenía que acabar antes de que se extendiera más. Ellos no querían un rey, y él no quería ser rey…

Hay alguien escondido entre las sombras junto a ese árbol de pagafa, advirtió la Centinela.

Sorak se detuvo. Llevaba recorrido la mitad del sendero enladrillado que atravesaba el patio en dirección a la entrada de la casa de juego. El camino describía una curva al cruzar un jardín en el que se habían plantado arbustos del desierto y flores silvestres. Un buen número de altas plantas carnosas con largas espinas se alzaban como gigantes deformes en el patio, y pequeños árboles kanna, de floración nocturna, se balanceaban dulcemente en la brisa nocturna, sus perfumadas flores blancas, cerradas durante el día, abiertas ahora para perfumar el jardín. Justo frente al elfling se encontraba un pequeño estanque artificial, atravesado por una pasarela, y a la derecha de la pasarela se alzaba un grueso árbol azul, las ramas extendidas para dar sombra al sendero. Mientras Sorak observaba, una figura encapuchada salió de detrás del tronco del árbol y se colocó en el camino frente a él.

– Saludos, Sorak -dijo el desconocido. La voz era masculina, sonora y profunda. Era una voz madura, sosegada y segura de sí misma-. Has tenido una noche muy ocupada.

– ¿Quién eres? -preguntó Sorak, sin moverse de donde estaba. Se replegó sobre sí mismo para que la Guardiana pudiera sondear al extraño.

– Me temo que eso no te servirá de nada -advirtió éste-. Estoy protegido contra sondas paranormales.

Dice la verdad, informó la Guardiana. No puedo detectar sus pensamientos.

Sorak echó una rápida ojeada a su espalda en dirección a la entrada.

– El portero no puede vernos ni oírnos -dijo el desconocido, como si leyera sus pensamientos, aunque era evidente que no hacía más que interpretar su mirada hacia atrás.

– ¿Qué le has hecho? -inquirió Sorak.

– Nada -respondió el otro-. Me he limitado a crear un velo temporal a nuestro alrededor, para que podamos hablar sin que nos molesten.

– ¿Un velo? ¿Cómo en la Alianza del Velo?

– ¿Puedo acercarme?

El joven asintió, pero mantuvo la mano cerca de la espada, por si acaso.

– No tienes nada que temer de mí -afirmó el desconocido-. A menos, claro, que vengas como enemigo de la Alianza.

– Vengo como amigo.

– Te hemos estado observando -explicó el otro, acercándose más, y Sorak vio que tenía la parte inferior del rostro, bajo la capucha, cubierta por un velo-. Pocas cosas suceden en la ciudad de las que no estemos enterados. Estabas muy deseoso de establecer contacto con la Alianza. ¿Por qué?

– Necesito hablar con sus jefes.

– ¡No me digas! -replicó el desconocido-. Hay muchos a quienes les gustaría hacerlo. ¿Qué te hace diferente de los otros?

– Me crié en un convento villichi. He jurado seguir la Disciplina del Druida y la Senda del Protector.

– Las villichis son una secta femenina. No hay hombres villichis.

– No he dicho que yo fuera villichi, sólo que he vivido entre ellas y que ellas me educaron.

– ¿Por qué tendrían que aceptar a un varón entre ellas? No es su costumbre.

– Porque poseo poderes paranormales y porque fui expulsado por mi tribu y abandonado en el desierto. Una venerable pyreen me encontró y me llevó al convento. Me aceptaron a petición suya.

– ¿Una venerable pyreen, dices? ¿Cómo se llamaba esta venerable?

– Lyra Al'Kali Al´Kali.

El desconocido asintió con la cabeza.

– Conozco el nombre. Es una de las pacificadoras más ancianas. Y los deseos de una venerable pyreen tendrían un peso considerable entre las villichis. Es posible que me estés diciendo la verdad; pero aún no me has dicho por qué deseas ver a nuestros jefes.

– Busco información que me ayude en mi búsqueda del Sabio -respondió Sorak.

– Te has impuesto toda una tarea -comentó el otro-. Son muchos los que han intentado encontrar al Sabio. Todos han fracasado. ¿Qué te hace pensar que tú tendrás éxito?

– Porque debo tenerlo.

– ¿Por qué?

– La venerable Al'Kali Al´Kali me dijo que únicamente el Sabio podría ayudarme a averiguar la verdad sobre mis orígenes. No tengo ningún recuerdo de mi primera infancia, ni de mis padres. No sé de dónde provengo o qué fue de ellos; ni siquiera sé quién soy en realidad.