Tigra lo siente.
– Bueno, supongo que tendré que pagar por todo esto -suspiró Sorak.
Tigra hambre.
– Muy bien. Bajemos a la cocina y veamos si podemos encontrarte un poco de carne cruda.
Poesía hambre también, intervino Poesía, imitando al felino. ¿Buscar tú carne cruda para Poesía?
– Para ya -protestó Sorak.
De todos modos Poesía no anda muy errado, observó Eyron. El resto de nosotros se ha mostrado muy cooperativo contigo en todo esto, pero la vida en la ciudad no se adapta demasiado a nosotros, como tampoco tu dieta a base de alimento para kank.
Eyron tiene razón, añadió Kivara. Hace mucho que no disfrutamos de un poco de carne fresca.
– Ya sabéis que no como carne -dijo Sorak.
Eso lo elegiste tú, repuso Eyron, o, más bien, lo impuso tu razón. Puedes intentar negar tus necesidades elfos y hal – flings debido a cómo te educaron las villichis, pero el resto de nosotros nunca ha aceptado sus costumbres. El Vagabundo guarda silencio, pero no ha cazado desde que llegamos a esta ciudad, y no se siente a gusto aquí. Chillido también ansí i a sentir el sabor de la carne, como todos nosotros.
– ¿Y la Guardiana? -inquirió Sorak-. ¿Piensa lo mismo?
A mí tu decisión de no comer carne me preocupa menos que a los otros, respondió ésta, pero no es prudente desatender sus deseos y necesidades. Han mantenido siempre sus acuerdos contigo y se han abstenido de salir al exterior sin tu conocimiento o consentimiento.
– Y a cambio les doy acceso a todo lo que sé, siento y experimento -repuso Sorak-, y les concedo tiempo para salir al exterior siempre que es posible.
Pero últimamente cada vez les has dejado manifestarse menos, replicó la Guardiana.
Es cierto, confirmó Kivara. Yo no he salido desde hace mucho tiempo. Estoy harta de verme oprimida. No has sido nada justo.
– Quizá tienes razón -se disculpó Sorak-. Debemos vivir todos juntos e intentar lograr un equilibrio. A lo mejor he sido muy egoísta. Muy bien, pues. Como ha sido Kivara la que más se ha quejado, dejad que se manifieste y comparta una comida con los otros. En cuanto a mí, sabéis que comer carne me ofende, de modo que me replegaré al interior y me dormiré. Ha sido un día muy largo y una noche aún más larga, y estoy agotado.
Abrió la puerta y Tigra salió corriendo al vestíbulo, pero fue Kivara quien abandonó la habitación, no So – rak. En cuanto el joven se replegó y se echó a dormir, Kivara salió al exterior y se desplazó con paso rápido por el corredor detrás del tigone, en dirección a las escaleras que conducían al primer piso y a la cocina.
Exteriormente, nada en el elfling había cambiado, pero un observador agudo que estuviera familiarizado con So – rak habría observado un andar algo diferente y más ligero, casi felino, con una festiva vitalidad en el paso y un porte algo más tímido. También la expresión de su rostro había experimentado un cambio. En tanto que, en la mayoría de las circunstancias, la expresión del joven era hasta cierto punto neutra -si acaso, con un aire de melancolía y contemplación- ahora Kivara le confería a sus facciones un aspecto más animado; una leve sonrisa astuta jugueteaba en sus labios, y los ojos parecían llenos de picardía.
En la cocina encontró algunas aves de caza colgadas en la sala de ahumar y las arrojó al suelo para Tigra, que empezó a engullirlas con glotonería. Sin perder tiempo en sutilezas tales como poner la mesa, Kivara agarró un enorme pedazo de carne cruda de z'tal z´tal y la emprendió con él; no era lo mismo que una pieza recién cazada, y faltaba la emoción de la caza. Tampoco estaba presente la embriagadora sensación de sentir la sangre caliente corriendo garganta abajo, pero el placer de devorar carne cruda ensangrentada aún, sacrificada hacía muy poco, permanecía sin merma. Tanto Kivara como el tigone emi – tía l n sonidos de satisfacción en lo más profundo de sus gargantas mientras deglutían la carne.
– ¿Tomando un tentempié de última hora? -inquirió Krysta.
Kivara levantó los ojos y se encontró con la semielfa de pie en la puerta de la cocina, ataviada con un largo camisón de gasa transparente.
– Creía que no comías carne -dijo con una sonrisa burlona-. Algo sobre un… v V oto espiritual, ¿verdad?
– Tenía hambre -contestó Kivara, incapaz de pensar en una explicación mejor para aquella discrepancia entre sus apetitos halflings y el asceticismo de Sorak.
– Eso veo -repuso Krysta en voz baja, acercándose más. Se humedeció los labios-. Ya te dije que los juramentos se pueden romper… en especial cuando se tiene hambre.
Alzó la mano y acarició con suavidad la mejilla de Kivara, deslizando las puntas de los dedos por la línea de la mejilla hasta llegar a sus labios.
Kivara, deténla, ordenó la Guardiana, y la Centinela se hizo eco de su angustia con una oleada de inquietud.
– Tienes sangre en la boca -dijo la semielfa.
Kivara levantó la mano para limpiarla, pero Krysta la sujetó con la suya.
– No, no. Déjame… -Y acercó más el rostro…
¡Kivara!
… Tanto que Kivara podía percibir su cálido aliento…
¿Kivara, qué estás haciendo? ¡Páralo!
… Y, con gran delicadeza, la lengua de Krysta se movió veloz y lamió la sangre de sus labios.
¡Kivara, no!
La Centinela huyó, abandonando su puesto víctima del pánico para replegarse a las profundidades más recónditas, donde la Guardiana ya no pudiera detectar su presencia. Alarmada, la Guardiana chilló y presionó a Kivara desde dentro, pero la joven tenía el control ahora, y había estado reprimida durante mucho tiempo. La renuencia a ceder el control y la fascinación de las nuevas sensaciones que experimentaba se combinaban par t a crear resistencia. Al mismo tiempo, esa resistencia -la rebelión de un niño contra un padre autoritario- y lo que Krysta hacía con su boca resultaban tremendamente excitantes; se trataba de una experiencia sensual, y Ki – vara era incapaz de dejarla escapar.
Krysta oprimía su cuerpo contra el de ella ahora, y el calor del contacto fluía al interior de Kivara. Notaba la tersa carne prieta bajo la transparencia del camisón, y resultaba suave y agradable al tacto. La piel de Krysta respondió al contacto de Kivara, y la muchacha sintió cómo se estremecía. La lengua de la semielfa tanteaba ahora entre sus labios, y Kivara, interesada por averiguar adónde podría conducir esto, le abrió la boca.
Luchó por conseguir cerrar el paso a las protestas de la Guardiana mientras los dedos de Krysta se enredaban en sus cabellos y le provocaban un maravilloso cosquilleo. Sus lenguas se encontraron, y Kivara se dejó llevar por la otra, aprendiendo con rapidez con un ansia de experiencias que sólo los realmente inocentes pueden experimentar. Las manos de la mujer estaban ahora sobre su pecho, las uñas arañando ligeramente, acariciando, descendiendo…
Sorak se vio arrancado de su sopor por un aguijonazo de la Guardiana. Su primera percepción desorientada fue que todos estaban en peligro, ya que sintió la tremenda agitación y pánico de la Guardiana, y luego de improviso comprendió lo que sucedía. Furioso, arrastró a Kivara de nuevo hacia el interior y tomó el control…
¡No; no, aún no! ¡No es justo!, protestó Kivara, pero Sorak hizo caso omiso al encontrar sus brazos ocupados de repente por una apasionada semielfa que devoraba ávidamente sus labios y hacía restallar su lengua contra la de él. Notó cómo la mano izquierda de la mujer se introducía bajo su pierna, en tanto que los dedos de la derecha manoseaban sus pantalones…