– No -dijo, con voz tranquila pero firme, y la apartó.
– ¿Qué? -inquirió Krysta, mirándolo con repentina sorpresa-. ¿Qué sucede? ¿Qué es lo que está mal?
– Esto está mal -explicó Sorak-. No puedo hacerlo.
– ¿Cómo puede estar mal cuando resulta tan bueno? -quiso saber ella-. Además, lo hacías estupendamente hasta hace un momento…
Se aproximó a él y le rodeó el cuello con los brazos. El joven le cogió los brazos y con suavidad pero con firmeza los retiró.
– Krysta, por favor… No lo comprendes.
Ella se apartó, su expresión de perplejidad trocándose en una de enojo.
– ¿Qué? -exigió-. ¿Qué es lo que no comprendo? Comprendo que hace un instante estabas dispuesto… Más que dispuesto, ansioso, y ahora este repentino cambio de parecer surge de un modo inexplicable. ¿Es por mí? ¿Es que no soy lo bastante buena para ti ahora que sabes quién y qué eres? ¿Es eso? ¿Es que una antigua esclava no resulta una consorte apropiada para un rey?
Sorak sacudió la cabeza y suspiró.
– Eso no tiene nada que ver con esto -contestó-. Ya te he dicho lo que pienso de esta idea tuya sobre que soy una especie de rey elfo mitológico. Es algo totalmente absurdo y lo rechazo.
– ¿Entonces qué? -exigió ella-. ¿Qué es? ¡Dime que no te excitaba! ¡Dime que no me deseabas!
– Tú no me excitaste -suspiró Sorak-. Yo no te deseé.
– ¡Embustero!
– Tal y como he dicho, no lo comprendes. Tú no me excitaste a mí. No era yo quién te deseaba; no era yo quién se excitó ante nuevas y desconocidas sensaciones físicas. Fue Kivara.
– ¿Quién…? ¿De qué estás hablando?
– Kivara -repitió Sorak, aspirando con fuerza-. Kivara es… otra entidad que reside en mi mente y comparte mi cuerpo conmigo. Ella no es yo; es una persona diferente.
– ¿Ella? -Krysta lo contempló boquiabierta.
– Sí, ella. Kivara es una hembra. Una hembra halfling.
La semielfa dio otro paso atrás con una expresión de total desconcierto pintada en el rostro.
– ¿Qué es lo que estás diciendo? -inquirió-. ¿Intentas decirme que crees ser una… mujer?
– No. Yo soy un hombre; pero Kivara es una mujer, como lo son la Centinela y la Guardiana. Mis otros aspectos son todos varones.
– Intentas confundirme -dijo Krysta sacudiendo la cabeza.
– No, sencillamente te estoy diciendo la verdad.
– Entonces… ¿es que estás loco? -preguntó ella con incredulidad-. ¿Es esto lo que intentas decirme?
– Tal vez sí estoy loco, en cierto modo -respondió Sorak-. La mayoría de la gente, al saber lo que soy, sin duda pensaría así; pero mi cerebro no está desequilibrado, Krysta, sólo dividido entre una diversidad de personalidades diferentes. Al menos una docena que yo sepa. Ésa es una de las principales razones por las que las vi – llichis me acogieron. Ya se han tropezado con esta clase de situación en otras ocasiones, aunque resulta extremadamente rara. Ellas llaman a lo que yo soy una «tribu de uno».
Krysta permaneció inmóvil, meneando la cabeza, contemplándolo con asombro.
– Pero… ¿cómo puede ser?
– Las villichis creen que ocurre durante la infancia -explicó él-. A causa de un sufrimiento y unos malos tratos tan intensos que resultan insoportables, la mente busca refugio fraccionándose para crear entidades nuevas y diferenciadas salidas de ella misma, personalidades que son tan reales y manifiestas como lo soy yo. Por eso hice el juramento de castidad, Krysta: porque no soy únicamente un varón. Soy al menos doce personas distintas, algunas masculinas y otras femeninas, que comparten todas la misma mente y el mismo cuerpo; y no todas ellas ven las cosas igual, como Kivara acaba de demostrar por desgracia. Lo siento. No estaba presente cuando sucedió. Dor… dormía. De haberlo sabido, lo habría detenido antes de que empezara. Por favor… perdóname.
Krysta lo observó con expresión herida.
– ¿Me estás diciendo realmente la verdad? -preguntó.
– No te mentiría. Hubo alguien una vez… una joven villichi, que significaba más para mí de lo que puedo expresar. Crecimos juntos como hermano y hermana, aunque no corría la misma sangre por nuestras venas; pero, con el tiempo, los sentimientos entre nosotros se hicieron más fuertes, se convirtieron en amor… una especie de amor, supongo. Yo, Sorak, la quería, al menos, y aún la quiero; pero jamás consumamos ese amor. La Guardiana es mujer, y no podía hacer el amor con una mujer, ni tampoco la Centinela, que también es mujer. En este sentido, mis aspectos masculino y femenino conviven en un eterno conflicto que no tiene solución.
– Pero… has dicho que esta Kivara es una mujer… -empezó a decir Krysta con expresión confusa.
– Sí, pero Kivara es una criatura que no comprende en realidad. Para ella, todo todas las cosas nuevas relacionadas con los sentidos son excitantes, y no puede evitar investigarlas. Sin embargo, se aburre muy deprisa. Si no la estimula cualquier novedad tiende a perder el interés enseguida.
– ¡Pero… fue a ti a quien besé! -insistió ella desconcertada-. ¡No era ninguna… jovencita lo que tenía en mis brazos!
– No, no si te refieres al cuerpo -dijo Sorak-. El cuerpo es de hombre, claro está. Pero el intelecto que lo guiaba, en ese momento concreto, era el de una hembra inmadura. Yo no estaba allí, Krysta. Yo no estaba presente; no era yo. Ni siquiera sé cómo empezó todo. No participaré en ese recuerdo a menos que Kivara o la Guardiana me lo concedan.
– ¿Quieres decir…? Pero ¿cómo… la Guardiana?
– Es ella quien intenta mantener un equilibrio en la tribu interior -explicó Sorak-. Fue la Guardiana la que controló los dados la primera noche que llegué. Yo, por mí mismo, carezco de poderes paranormales.
– Hace que me duela la cabeza sólo de pensar en ello -manifestó Krysta, contemplándolo con asombro-. ¿Cómo puedes vivir así?
– Jamás conocí una manera de vivir diferente a ésta -contestó él, encogiéndose de hombros-. No recuerdo cómo era yo, ni quién era, antes de que me sucediera esto.
– ¡Qué terrible para ti! -se compadeció la semielfa, con tí sincera preocupación-. Si lo hubiera sabido…
– ¿De qué habría servido? -inquirió Sorak-. Ahora mismo, aún no lo entiendes del todo. Tal vez captes la idea general, pero jamás podrás saber realmente lo que se siente. Nadie podría. Por eso debo permanecer solo, aunque, por otra parte, nunca podré estar realmente a solas porque soy una tribu de uno.
– Y es por eso por lo que buscas al Sabio -concluyó Krysta-. Esperas que pueda curarte.
– Busco al Sabio por los motivos que os expliqué a ti y a Rikus. No sé si se me puede curar o si la palabra «cura» es el término adecuado para utilizar en estas circunstancias. No estoy enfermo. Soy sencillamente… diferente; aunque no estoy muy seguro de querer ser de otro modo.
– Pero… si el Sabio pudiera ayudarte, ¿no aceptarías su ayuda?
– No lo sé. Si yo me convirtiera simplemente en Sorak, ¿qué pasaría con todos los otros?, ¿qué sería de ellos, adónde irían? Son parte de mí, Krysta. No podría dejarlos morir.
– Comprendo -repuso ella, bajando la vista- Creo que sí lo entiendo. -Cuando volvió a levantar la mirada, tenía los ojos húmedos-. ¿No hay nada que yo pueda hacer?
– Ya me has dado dos cosas que son mucho más valiosas que cualquier bienestar materiaclass="underline" tu amistad y tu comprensión.
– Sólo deseo que hubiera… -Una alarido horrible rompió la quietud de la noche-. ¿Qué fue eso?
– Vino de fuera -anunció Sorak.
– ¡El portero!
Atravesaron el comedor a la carrera y penetraron en la vacía sala de juego. Sorak desenvainó la espada y, mientras lo hacía, la pesada puerta principal salió despedida de sus goznes y tres apariciones espectrales cruzaron el umbral tambaleantes. Estaban cubiertos de tierra, y les colgaban harapos hechos jirones acompañados de carne putrefacta. Unas cuencas vacías, en las que se retorcían innumerables gusanos, se volvieron hacia Sorak. La brisa que penetraba por la puerta arrastró hasta la habitación el hedor rancio de la carne en descomposición. Krysta palideció.